La imagen está presente en cuanta historia del boxeo se pretenda. Un hombre, que parece gigantesco, derriba y saca del ring a otro no menos corpulento que cae encima de los fotógrafos. El que está de pie, con pantalón oscuro, cabeza enorme y estampa de seguro vencedor es argentino, se llama Luis Angel Firpo. Mide 1.89 y lo apodan el Toro Salvaje de las Pampas.
El 7 de agosto se cumple otro aniversario de su muerte. Para la leyenda, el comentario y los debates interminables, Firpo fue el ganador de aquella pelea, ante el estadounidense Jack Dempsey campeón del mundo de los pesados, el del pantalón blanco que cayó sobre los reporteros gráficos preanunciando una derrota.
La música, el periodismo y el arte consagraron aquella escena para todos los siglos. El pintor George Bellows considerado un gran cronista de época, por plasmar con el pincel la vida cotidiana de New York, le dedicó días a su obra magistral, considerada por el diario The Atlantic como la mejor pintura deportiva de todos los tiempos. Claro, si usted se encuentra en el grupo que habla del boxeo como deporte.
¿Y qué hay en la memoria colectiva acerca del señor Firpo por estos días? Mucho más que su pinta, su carrera y su apodo de Toro, pudo aquella gesta (vale exagerar) que lo llevó por los años de los años a un lugar de héroe nacional. Porque a pesar de la derrota de aquel 14 de septiembre de 1923 (finalmente Dempsey se levantaría, sería ayudado por los periodistas de la primera fila y le ganaría a Firpo por nocaut en el segundo round) cada vez que las revistas y los diarios lo mostraban con su bata a cuadros blanca y negra, parecida a un acolchado de tres metros de largo, se desplegaba en cuanta evocación uno escuchase, la agigantada historia del triunfo que le robaron en los Estados Unidos. Sin que existan constancias serias de un cronista argentino presente entre las 80.000 personas que presenciaban aquel combate en aquel estadio Polo Grounds, el futuro depararía esta paradoja: por siempre, el pueblo argentino lo defendió más o menos con estas palabras: “Lo tiró a Dempsey por más de catorce o quince segundos, ese árbitro demoró la cuenta reglamentaria. Lo afanaron”.
Fue Julio Córtazar uno de los millones que se entusiasmó con la chance del argentino y lo contó después en La vuelta al día en ochenta mundos: “Yo tenía nueve años, vivía en el pueblo de Banfield, y mi familia era la única del barrio que lucía una radio, caracterizada por una antena exterior realmente inmensa…Sí, Firpo tuvo su hora inmortal de tres minutos y además reglamentariamente ganó la pelea, pero con esa manía que tiene la verdad de suplantar a la ilusión, en los otros tres minutos Dempsey demostró hasta qué punto era capaz de resistir el doble efecto de un uppercut seguido de un viaje de ida y vuelta al ring side, y empezó a demoler la pared de ladrillos hasta no dejar más que un montoncito en el suelo junto con quince millones de argentinos retorciéndose en diversas posturas y pidiendo entre otras cosas la ruptura de relaciones, la declaración de guerra y el incendio de la embajada de los Estados Unidos. Fue nuestra noche triste”.
En otros partes del país -así dicen los archivos de entonces- por ejemplo frente al edificio de los diarios que colocaban altoparlantes con la transmisión, las multitudes hechizadas se agolparon para escuchar la pelea. La gente sabía de boxeo aunque el boxeo estaba prohibido en la Capital Federal por ordenanza municipal (desde 1892 hasta 1924). En el edificio Barolo, el faro del Palacio tenía que anunciar en clave el resultado. Si ganaba Dempsey, luz roja. Si ganaba Firpo, verde. Cuando el argentino tiró al estadounidense un haz verde generó que en la calle volasen los sombreros triunfalistas. Minutos después llegaría la depresión con luz roja.
Fue el impacto de ese combate el hecho que llevó a derogar las prohibiciones. Finalmente en febrero de 1924 regresaba esta actividad, que el periodista Dante Panzeri, en los tiempos de la muerte de Firpo llamaría “homicidio legalizado”.
Primo hermano de otro Firpo famoso (Roberto Firpo, compositor de tangos, entre ellos la tercera parte de La Cumparsita) Luis Firpo fue amigo de Carlos Gardel y José Razzano. Para sus biógrafos, era definido como chúcaro de carácter y duro a la hora de las negociaciones económicas. Nunca tuvo representante. Y una frase se le atribuye como señala de autonomía: “Si soy yo el que recibo los golpes, seré yo quien disfrute de los beneficios”.
Como todo boxeador, fue mucho más que una pelea. Pero al mismo tiempo quedó condenado a la gloria gracias a una derrota honrosa y eternamente discutida desde aquellos tiempos de mafias, gansters y crimen organizado. Nadie ha podido comprobar si es verosímil el cuento sobre Dempsey comprando la película de la pelea, para recortarle unos instantes y lograr así que nadie supiera que estuvo fuera del ring más de diez segundos. Es aquí donde el lector se convierte en espectador y corre, cronometro en mano, a ver la pelea en YouTube.
Un hombre de negocios
Uno de los historiadores que siguió la vida de Dempsey, Roger Khan, asegura que Firpo ganó 156.250 dólares en la famosa pelea, y que su faceta de negocios lo derivó al día siguiente a la firma de un acuerdo para importar un auto especial a la Argentina: el Firpo Stutz Bearcat, un coche deportivo rojo con una cabeza de toro pintada en el costado.
El auto se sumaría a los zapatos Firpo, a los sombreros Firpo, y a una fortuna que crecería pese a las pocas peleas que disputaría hasta su retiro. Exhibiciones en Montreal y Lima, y una docena de combates hasta que el chileno Arturo Godoy le ganó en junio de 1936 en Buenos Aires y decretó el adiós.
Dedicado a la ganadería, dueño de estancias, y homenajeado en cuanto ring se armaba en el país murió a los 65 años.
La calle Luis Angel Firpo lo recuerda en su Junín natal. A 260 kilómetros de Buenos Aires, el juninense más famoso mundialmente está en decenas de evocaciones que distinguen el pasado de aquel niño nacido en 1894 y que a los nueve partió a la Capital para forjar una carrera de campeón, aunque sólo lograría el título de monarca sudamericano de los pesados.
Uno de los paseos por el cementerio de la Recoleta incluye una pasada por su tumba. Allí la escultura de Luis Perlotti lo inmortaliza. Fue Firpo quien compró la bóveda, como quien se asegura que el mármol garantizará que no habrá olvido. ¡Qué sabía aquel hombre que hasta el guionista de los Simpons, lo registraría en un capítulo de Homero boxeador, copiando el momento en que lanzaba a Dempsey por los aires.
Este Firpo, en blanco y negro, siempre fue para nosotros una película de una pelea. Evidentemente fue y será mucho más que eso.