Cada encuesta lo vuelve a consagrar.
Y el hombre no baja del quinto puesto. Juan Manuel Fangio permanece en la cima de los cinco mejores de todos los tiempos, a la hora del voto de argentinas/os que se pronuncian por el podio de toda nuestra historia deportiva nacional.
Cuando hoy rechinan las notas elogiosas del quíntuple campeón del mundo, es cuando se comprueba la ausencia de crítica de nuestra prensa maleducada deportivamente.
Ya no se trata de recrear las hazañas de quien llaman “el más sobresaliente piloto de la historia del automovilismo”. Al final de cuentas, las autoridades sobre el tema, se encolumnarán, en estos tiempos, en las páginas dedicadas a aquello que Dante Panzeri llamaba “actividad industrial”. En sus días de editor, Panzeri se negaba, en sabia decisión, a darle espacio al automovilismo como deporte. Otra que la grieta. Pero hoy, allí, en la sección especializada en vehículos, carreras, Grandes Premios y siglas como F1, F3 y TC, las grandes piezas periodísticas quizás encuentren una oportunidad.
Juan Manuel Fangio nació el 24 de junio de 1911 y murió el 17 de julio de 1995 y la consulta estadística dice: que le decían El Chueco de Balcarce, que ganó cinco títulos mundiales, que corrió 51 carreras y venció en el 47 por ciento de ellas, que largó 28 veces en la pole-position, que brilló en Monza, Spa, Reims, Nurburgring, Silverstone, que su nombre va ligado a Ferrari, Maserati, Alfa Romeo y Mercedes Benz.
Turismo Carretera
Pero antes del abrumador paso por ese Olimpo de ruidos sobre todo europeos, Fangio construyó su dimensión en los polvorientos caminos de tierra que la Argentina de las décadas del 30 y 40 registraba colmados de un público asombrado por el espectáculo de los fierros. Cuando pasó a los circuitos de asfalto, al Turismo Carretera y a los grandes premios latinoamericanos, los diarios de entonces ya hablaban de sus manos maestras.
Los memoriosos podrán hablar de fenómenos raros para este siglo XXI: un Gran Premio Internacional del Norte de 9.445 kilómetros de recorrido, en 1940. Fangio lo ganó después de 109 horas de manejo (en dos semanas, por etapas) al comando de un Chevrolet entre Buenos Aires, pasando Los Andes, y Lima, ida y vuelta. El extraño, y a veces violento, clásico argentino entre Ford y Chevrolet, los tenía a Oscar Gálvez y Fangio como combatientes centrales. Pero la evocación no puede eludir una amistad que El Chueco contaba de esta manera en un periódico de Punta Alta: “Oscar Gálvez ha sido siempre para mí una pesadilla y él dice que yo lo soy para él; eso sí, rivales en las rutas, pero camaradas, grandes amigos en cualquier terreno, con él y con todos los que como yo llevan adentro el automovilismo”.
La Segunda Guerra Mundial trajo a esta parte del mundo noticias de horror y muerte; también racionamiento. Y al automovilismo falta de autos, repuestos y cubiertas. Se suspendieron las carreras, y entraron al archivo las competencias y los pilotos. Fangio se dedicó a los negocios con los neumáticos y reapareció con seguidillas de triunfos desde 1945, tiempo que incluye el momento oscuro de su carrera. La madrugada en Huanchaco, Perú, en 1948, cuando el cansancio y un encandilamiento lo sacaron de pista, la causa de la muerte de su copiloto y mecánico Daniel Urrutia. En el Museo del Automovilismo, en Balcarce, se exhibe reparado y pintado el auto Chevrolet 1939 cupé, rojo, con el 1 original que volcó en tierras peruanas. Símbolo de estas identificaciones extrañas del automovilismo y los fantasmas.
La estampa de Fangio se agiganta en el país en los 50 cuando la radio y las noticias de entonces, y un coro de periodistas lo mostraban como un argentino triunfador y que además tenía pinta y alma de “caballero” según las protocolares voces de los locutores de entonces. Para una buena parte del pueblo, hoy veterano, no hay forma de registrar su infancia y adolescencia sin el orgullo que sentían por Fangio. Mucha gente recitaba los apellidos de sus rivales Ascari, Villoresi, Farina, Hawthorn, Stirling Moss, Trintignant cual si fuesen actores de Hollywood.
Era peronista, decían ciertos analistas históricos, debido a sus fotos y diálogos con el General. La desmentida absoluta llegó de la mano de un biógrafo que mantuvo diálogos con Fangio a lo largo de treinta años. Dice Eduardo Gesumaria, “Sprinter” (autor del libro “El otro Fangio”), que Fangio nunca fue peronista, “pero siempre agradeció y reconoció lo que había hecho Perón por él en 1949, cuando fue a Europa con el equipo del Automóvil Club Argentino y le hizo comprar la Ferrari 2000 con la que ganó en Monza”.
Otro momento político lo envolvió cuando los muchachos del movimiento guerrillero de Fidel Castro se presentaron en el Hotel Lincoln de La Habana y uno de ellos le dijo “disculpeme Juan …me va a tener que acompañar”. Así empezaba en 1958 la historia de un breve secuestro que el Movimiento 26 de Julio llevó adelante durante la dictadura de Fulgencio Batista, para lograr que el mundo hablara de ellos. Y vaya que lo lograron. La repercusión por el hecho de tener al balcarceño, ya quíntuple campéon, ardió en las tapas de los diarios. Liberado, sin poder correr el Gran Premio de Cuba. Fangio se puso a tono con los días de entonces: “Me trataron muy bien, nunca me vendaron los ojos, cien veces me pidieron disculpas. Eran macanudos. Les dije a los rebeldes que si me habían secuestrado por una buena causa yo estaba de acuerdo”.
Una de sus frase más citadas fue la que usaba cuando los jóvenes cronistas le preguntaban: “Maestro ¿cómo se puede saber si un piloto es bueno de verdad? Para Fangio la respuesta era sencilla: “Cuando gana una carrera andando lo más despacio posible”. Señalaban los sabihondos, que respondía de esa manera porque lo suyo era cuidar los autos para romperlos lo menos posible en una carrera y así evitar entradas a boxes y pérdidas de segundos.
Toda la prensa deportiva, todas las redacciones y programas colmaran de loas al Pentacampeón. Difícil será la lucha para incluir el capítulo más oscuro de su vida, que muestra al Fangio que no supo llevar su estatura de ídolo al terreno del respeto por los Derechos Humanos.
Cargará con la cruz, y quizás hubiese cargado con una condena, al haber permitido el secuestro de obreros de la Mercedes Benz cuando le tocó ser presidente de la empresa en la Argentina. Eduardo Fachal delegado de los trabajadores de la fábrica le dijo al sitio web La Retaguardia; “Fangio era un abre-puertas de la empresa para conseguir determinados beneficios en el país, pero cuando nosotros le fuimos a pedir una entrevista para que intercediera por nuestros compañeros desaparecidos, no nos atendió”.
Y nunca podrá borrar las fotografías en blanco y negro del viaje junto al genocida Jorge Rafael Videla a Venezuela como parte de un plan de propaganda a favor de la dictadura el 12 de mayo de 1977. Fue cuando la agencia de la mentira y propaganda Burson Marsteller, recomendó a los militares subir a un avión a Fangio, al premio Nobel Luis Federico Leloir y el presidente de la Academia Nacional de Bellas Artes, Bonifacio del Carril, entre otros para mostrar que las celebridades apoyaban el golpe.
No habrá indiferencia nunca para Fangio. Su gloria automovilística, plasmada en hemerotecas, banales autódromos, y placas y estatuas, creció a valores históricos. Y ahí están las encuestas.
Pero tampoco habrá olvido.