En la historia argentina del siglo veinte existe un hilo rojo que une a las ideas nacionales y sociales del dos veces presidente Hipólito Yrigoyen, después de su derrocamiento y muerte, con las que encarnó Juan Domingo Perón, antes de la fundación del Justicialismo. Una conexión creada por un puñado de intelectuales y militantes que, atravesados por los debates y tensiones de la lucha antidictatorial, unió al yrigoyenismo (cuando su legado era fagocitado durante el promedio de la Década Infame) con el movimiento nacional y popular que años después comenzaría a encarnar el peronismo.
A la luz del presente, el grupo que se reunió el 29 de junio de 1935 en un sótano de Lavalle al 1700, a pocas cuadras del Obelisco, demostró que existía un núcleo de coincidencias fundacionales que tuvieron al anticolonialismo y a la defensa de los intereses nacionales como punto de acción común. Medio siglo después, esos rastros serían una parte inspiradora de la “Teoría de la dependencia”, que marcó la formación intelectual latinoamericana.
“Somos una Argentina colonial: queremos ser una Argentina libre”, sostuvo la declaración de principios aprobada en las entrañas del microcentro porteño de entreguerras. Era una de las principales definiciones políticas de la Fuerza de Orientación Radical de la Joven Argentina (FORJA), un espacio originalmente fundado por afiliados a la Unión Cívica Radical (UCR) que venían de resistir el giro conservador del partido luego del derrocamiento de Yrigoyen. Los jóvenes seguidores del derrocado presidente comenzaron a reunirse en su domicilio de confinamiento a partir de 1932, como el “Movimiento de Continuidad Jurídica” que fue el paso previo al nacimiento de FORJA.
En los tres años siguientes, la actividad política de los radicales involucrados fue intensa. Todos estuvieron atravesados por la política colonial de la primera dictadura argentina del siglo veinte y buscaron resistirla. Quizás por eso, el manifiesto fundacional de FORJA está firmado por un abanico de radicales que habían construido sus primeras experiencias políticas, de la mano de la reforma universitaria de 1918. Algunos de ellos fueron desde el exministro de Agricultura de Yrigoyen, Juan Fleitas; el reformista y titular de la FUA, Darío Alessandro, Manuel Ortiz Pereyra, Félix Ramírez García, Homero Manzi y Arturo Jauretche. A ellos se sumaría luego Raúl Scalabrini Ortiz, que no participó de la etapa fundacional porque no era afiliado radical, pero se transformó en uno de sus principales pensadores y difusores, porque escribió ese hilo conector entre las mejores tradiciones del reformismo radical y el naciente peronismo de los años siguientes con obras como Política británica en el Río de la Plata , El petróleo argentino, Historia del ferrocarril Central Córdoba e Historia del primer empréstito argentino.
La crítica al entreguismo de esa dictadura fue definida como un “antiimperialismo de acordes menores”, según el investigador Juan Manuel Romero de la Universidad Nacional de Mar del Plata en una investigación reciente publicada por el CONICET. Esa prédica “forjista” tuvo a Scalabrini Ortiz como uno de sus principales representantes, desde que se hizo famoso con su libro El Hombre que está solo y espera, publicado en 1931, poco antes de que integrara los grupos que fundaron FORJA. “Paradójicamente, quien fuera una de las plumas más activas de la agrupación, no se incorporó formalmente a la misma hasta que en 1940 su comité directivo anuló el prerrequisito de la afiliación a la U.C.R.”
Durante los primeros años de FORJA como organización, Scalabrini Ortiz fue un “outsider” pero tuvo una dimensión tan importante como la que años después tendría Jauretche con su Manual de Zonceras Argentinas. Ese rol de líbero, dice Romero, “le permitió articular relaciones fluidas con otras zonas del mundo político y cultural, amparado en su trayectoria intelectual, las amistades cosechadas, y el exilio forzado que fue consecuencia de su participación en el levantamiento de Francisco Bosch”, de 1933, al mando de un grupo de yrigoyenistas que por tercera vez se rebelaron en armas contra la dictadura y en defensa de la democracia. Para esa incursión militar Scalabrini redactó planes y proclamas para un movimiento que tenía en sus filas a buena parte de quienes, carnet partidario en mano, fundarían FORJA. Uno de ellos fue Jauretche que participó de la primera sublevación organizada por el teniente coronel Roberto Bosch y, luego de su represión, pasó cuatro meses preso donde conoció a otros futuros integrantes de FORJA.
Fue la narrativa política previa de los “Cuadernos de Forja”, los documentos de discusión y debate ideológico que formaron parte de la activa agenda de agitación que llevaron adelante los forjistas durante toda la década infame, como un germen de formación que les permitió incidir en los debates políticos de entonces, frente a un régimen declinante, cuya crisis impactaba con fuerza en el movimiento obrero. También en distintos sectores de las fuerzas armadas, pero especialmente en el Ejército, donde un puñado de mandos, nucleados en el Grupo de Oficiales Unidos (GOU), construía el liderazgo de Perón.
En 1937 uno de los volantes de la agrupación reflejan la profundidad de las críticas políticas contra el expolio en manos de las relaciones carnales con Inglaterra. “Ingleses son los medios de comunicación y transporte. Inglesas son las empresas monopolizadoras del comercio exterior. Inglesas en su mayor parte las empresas de servicios públicos. Inglesas las más grandes estancias de la República. Inglesas las mejores tierras de la Patagonia. Inglesas todas las grandes tiendas. Inglesas todas las empresas que rinden dinero y están protegidas por el Gobierno Argentino. Inglesas son las voluntades que manejan la moneda y el crédito desde el Banco Central. Inglesas son las directivas a que obedece nuestra política exterior e interior. Inglesas “son” las Islas Malvinas y las Orcadas”, reza una de las agitaciones que distribuían los forjistas en Buenos Aires.
Un año después, el mismo Scalabrini publicó otro texto que marcaría un salto en la acción de agitación de FORJA. “La voluntad liberadora del pueblo, expresada en la reconquista, queda así frustrada por la corrupción de los dirigentes nativos y por la insaciable voracidad de la plutocracia imperialista inglesa. A 132 años de aquel episodio, la Argentina se encuentra reducida a la peor condición colonial. Necesitamos, pues, una nueva reconquista”, clamaba el pronunciamiento que luego acuñó la marca del periódico que fundó Sacalabrini Ortiz.
“Reconquista” fue, a partir de 1939, el medio donde los forjistas dieron un salto en su agitación política, pero también donde terminaron de expresar sus diferencias internas, especialmente con aquellos radicales que buscaban mantener a la agrupación dentro del partido.
En 1940 FORJA rompió su organicidad con la UCR y en el 45, con la llegada de Perón al poder consideró cumplida su misión. Según distintos historiadores nunca superó los 300 afiliados y 100 militantes. Sin embargo, ese grupo de hombres de acción, formados en la resistencia a la primera dictadura del siglo veinte, marcaron la época con la intensidad de sus intervenciones para desnudar la dependencia colonial del país y la explotación del trabajo nacional para sostener las riquezas del capitalismo extranjerizante. Esa perspectiva fue la cuna de las relaciones de Scalabrini con Perón, siempre lejos del funcionariado público, y el terreno fértil para la formación de otros cuadros jóvenes que profundizaron esa tendencia como John William Cooke, el platense que se transformó en diputado a los 25 años, luego de un proceso ideológico que comenzó en esa agrupación y lo transformó en uno de los principales inspiradores de la izquierda peronista antes y durante la Revolución Cubana.