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Caras y Caretas

           

“Quise visibilizar los estigmas que pesan sobre los adolescentes pobres”

Foto: Malena Q

Dolores Reyes es la autora de Cometierra, la celebrada novela que revela la historia de una joven vidente que vive en el Conurbano. Los desafíos de una literatura inclusiva que no subestime a sus lectores.

A Dolores Reyes muchos la confunden con la protagonista de su reciente novela, Cometierra. Y entonces la buscan en las redes para pedirle cosas desesperadas, como alguna visión de otro mundo o aunque sea una intuición: algo que les ayude a encontrar a “un primo que falta hace rato” o a una hija que desapareció de un plumazo cuando iba a tomar el colectivo.

Foto: Malena Q

A Reyes le pasa esto porque la adolescente que alumbra su libro, a la que llaman “Cometierra”, es precisamente una vidente: una chica huérfana de una barriada popular que es capaz de descubrir la ferocidad de un femicidio o un secuestro saboreando la tierra del suelo con los ojos cerrados. De allí que los pedidos de auxilio de tantas familias hayan brotado a uno y otro lado de su historia, dibujando ese camino misterioso donde se funden lo real y las ficciones que nos conmueven.

Vale aclarar que Cometierra (Editorial Sigilo) es la ópera prima de Dolores Reyes (Buenos Aires, 1978, docente de escuela pública, madre de siete hijxs) y que fue tal el reconocimiento que recibió de lectores y crítica, que ya va por su quinta edición en menos de un año y fue traducida al inglés, francés, italiano, polaco, sueco y neerlandés.

–La primera escena de la novela es muy fuerte: una especie de flashback a la infancia de Cometierra, a sus siete años, cuando se entera de que su papá mató a su mamá. Y enseguida la vemos comiendo de la tumba para quedar, tal vez así, conectada con su madre. ¿Cómo surgió semejante imagen?

–Me apareció durante un ejercicio literario, en un taller que armamos entre escritores para acompañarnos en nuestros procesos creativos. Una vez un compañero leyó un relato muy breve, poético, que terminaba con la frase “tierra de cementerio”; y escuchándolo muy concentrada vi a esta nena claramente, muy chiquita de cuerpo, de pelo negro hasta el piso confundiéndose con la tierra y estirando la mano para comerla. Fue tan fuerte que empecé a trabajar esa imagen para ponerla en palabras y ficcionalizar la historia. Me fui metiendo para ver lo que ocurre en una tierra por la que pasaron muchos cuerpos. ¿Puede quedar ahí depositado algo de esas vidas y memorias? Estuve como cinco años buscando las sensaciones de Cometierra en esos trances y también su voz. Quería borrar la mía y que la escucháramos a ella.

–Lo lograste, porque lo que dice Cometierra genera mucho impacto, aunque sea una chica de pocas palabras. Encima todos la llaman por su apodo como si no tuviera nombre. ¿Qué hay detrás de ese “no nombrar”, “no hablar” que es llamativo en la novela?

–En algún punto, el mundo de Cometierra es tan precarizado que no necesita apellidos. Quise visibilizar precisamente los estigmas que pesan sobre los adolescentes pobres y a la vez las identidades que se borran con cada desaparición. Siendo docente en el Conurbano he recibido infinidad de niños y madres indocumentados, algunos incluso sin nombre legal. Por suerte los escolarizamos igual y desde hace unos años hay más campañas para documentar, pero a veces la marginalidad es muy estructural. Algunas mamás me dicen que no pueden aspirar a un trabajo porque no tienen documentos y el abogado les pide 5 mil pesos para el trámite. Y por ahí para esa familia los DNI implican un gasto que no tiene ninguna funcionalidad, antes está comer.

–Tu mirada como docente fuga por todas partes en la novela: por lo pronto, escribiste algo de gran calidad narrativa que a la vez es fácil de leer, muy inclusivo. Y además te imponés al discurso social dominante, que condena la marginalidad, imaginándoles a Cometierra y sus amigos un futuro posible sin violencia.

–Es que estoy cansada del “negros de mierda” y de “si viven así es porque quieren”. Yo quería construir algo en contra de todo eso, porque en la Argentina tenemos millones de vidas valiosas que llegan a la adolescencia con posibilidades e ilusiones, pero esta sociedad las estigmatiza y precariza con el trabajo, la vivienda, mil violencias más. También quería un texto que no expulsara a nadie sin convertirse en literatura masticada, que no me interesa. A Cometierra la están leyendo en escuelas públicas del Conurbano, en secundarios privados chiquitos y accesibles, bachilleratos populares y hasta secundarios para adultos. Una chica de la Villa 31 me contó que es la primera vez que lee y tiene un libro en su vida. Fue un regalo hermoso porque la sentí una lectora genuina. Me alegra mucho porque sé que estas primeras experiencias de lectura nos marcan.

–¿La definirías como una novela fantástica o negra? Porque en otros países por ahí la leen en clave sobrenatural, por esta chica se conecta con los muertos, pero acá la trama nos resuena muy argenta con la pintura que hacés del Conurbano y los casos de violencia.

–Quería que la historia tuviera todo: policial, género negro, realidad social bonaerense, feminismo. La literatura que más me interesa es híbrida. Tampoco es que tenga nada contra los géneros, que nos aportan herramientas que revolucionan el lenguaje y la literatura pero también se fosilizan. Con lo maravilloso que es el lenguaje conviene escapar a los límites.

–Cometierra se suma a muchas ficciones argentinas que están problematizando el femicidio, la trata, el aborto clandestino e incluso los micromachismos, como los últimos cuentos de Pedro Mairal. Y sabemos que los libros van dejando con el tiempo semillas de reflexión. ¿Qué te gustaría legar a las próximas generaciones, a tus siete hijxs, a partir de este fenómeno?

–Me ilusiona pensarlo. Estos libros llevan semillitas de lo que pueden llegar a ser los vínculos en unos años, sin violencia y estos mandatos que nos hacen mal a todos. Y digo a todos, porque el mandato de potencia y masculinidad que pesa sobre los hombres es tremendo. Por eso me interesaba contar estas relaciones que también van armando los adolescentes estigmatizados cuando se cierran al mundo exterior. Porque fluye algo lindo y cooperativo cuando se juntan en una casa para compartir lo que haya: una pizza o una birra, un juego para la Play o un CD de música. Así es la casa de Cometierra y el Walter: todos entran y salen cuando quieren, hay confianza, todos alimentan ese espacio afectivo que está libre de violencia y jerarquías.

–Son interesantes las charlas que Cometierra mantiene en sueños con quien fue su maestra de primaria, Ana, víctima de femicidio. Aunque esos sueños son angustiantes también registran algo cercano a lo maternal. ¿Tuviste esas sensaciones al escribir?

–Sí, un montón. Aparte me interesaba explorar este vínculo entre ellas y el desfasaje de edad que se va dando en los sueños: porque al principio de la novela Cometierra es una nena y Ana una maestra joven, de 23 años. Pero después del asesinato y ya en los sueños, sus edades se van equiparando y Cometierra llega a adulta aunque su maestra queda fijada en el momento en que murió. Muchas de estas cosas me son familiares porque tuve maestras que fueron referente de vida, y también alumnas que pasaron por mis clases de chiquitas y ahora ya en el secundario vienen a pedirme consejo porque no las juzgo.

–¿Y qué le dirías a Cometierra si te viniera a ver o si te la cruzaras por Pablo Podestá, donde vos trabajás en la vida real y ambientaste la historia?

–La Escuela Nº41 de Podestá, donde trabajo, está a 150 metros del cementerio donde fueron enterradas Melina Romero y Araceli Ramos, dos víctimas de la violencia machista a quienes dedico el libro. Y en ese mismo cementerio empieza mi novela. Creo que si pudiera hablar con Cometierra le diría que sea fuerte, que no afloje, porque su vida es difícil pero va a salir adelante y su don ayuda a muchos. Me dan mucha ternura ella y su hermano el Walter, su novia “Miseria” y su amigo Hernán, que como pueden van encontrando la manera de cuidarse y acompañarse. En realidad me gustaría decirles a todos ellos, a todos, y a cada adolescente de carne y hueso que nada que les esté pasando va a cambiar esa hermosa luz que tienen.

Escrito por
Ximena Pascutti
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