Si tuviera que resumir algunas certezas que me dieron los años dedicados a estudiar y editar el teatro de Leopoldo Marechal, mencionaría dos. La primera, que Marechal cultivó el género teatral como vehículo privilegiado para el tratamiento de temas y preocupaciones puramente argentinas pero cuidadosamente en diálogo con fuentes literarias clásicas. Fue una operación de escritura destinada a resaltar las particularidades de la cultura nacional enmarcándola en un contexto universal, y, a la vez, estuvo orientada a la construcción de un lector modelo culto, con una biblioteca capaz de reponer los prolíficos guiños culturales e intertextuales subyacentes.
Hay en su teatro una clara voluntad dialógica: universalización de temas nacionales y autoctonización de temas universales. Esta operación recurrente de diálogo y desvío de obras fundamentales de la cultura occidental se adivina en varios de sus títulos: Antígona Vélez, Don Juan, Polifemo. Sin embargo, es imprescindible aclarar que su lector modelo es uno culto pero no solemne –y aquí una herencia definitiva de su pertenencia al martinfierrismo y a las jocosas vanguardias de los años veinte–, un lector con una gran disponibilidad para el humor, para empatizar con el divertimento y las manifestaciones de la cultura popular y folklórica nacional.
Marechal se inscribe en una línea fuertemente desarrollada durante el siglo XX por otros dramaturgos argentinos, como Sergio De Cecco, Osvaldo Dragún, Juan Carlos Ferrari, Horacio Rega Molina, Mauricio Kartun, Héctor Schujman, que es el teatro histórico nacional de paradigma romántico, que plantea problemáticas ligadas a la identidad nacional argentina y a la conflictiva consolidación de un país joven. Para ello rescatan motivos y personajes de tragedias y comedias grecolatinas emprendiendo reelaboraciones en tono serio o paródico.
Probablemente, la obra teatral más extraordinaria de Marechal –y una de las más notables del teatro argentino de todos los tiempos– sea Antígona Vélez, vertebrada por un lenguaje poético de altísima factura donde resuena el lenguaje elegante y fuertemente simbólico de sus poemarios tardomodernistas y creacionistas de la década del veinte (Los aguiluchos, Días como flechas, Odas para el hombre y la mujer). Antígona Vélez es una pieza de ejecución perfecta: rito de paso individual y colectivo consumado mediante la criollización de la figura clásica de Antígona en un escenario pampeano, durante la Conquista del Desierto.
INÉDITOS
La segunda certeza es que conocemos sólo una parte del teatro de Marechal, porque existe mucha obra todavía inédita, cincuenta años después de su muerte. El mapa compositivo que conocíamos se modificó a partir de la recuperación de una serie de manuscritos por parte de la Fundación Leopoldo Marechal en el año 2008. En 2012, Javier de Navascués editó en España la pieza teatral Alijerandro. En 2016, yo edité Polifemo en Italia, un drama satírico en clave criolla concluido en 1948 que había permanecido oculto. En este mismo año adelanté algunas apreciaciones críticas y fragmentos, en el número cinco de la revista Cuadernos del Hipogrifo, de otras dos piezas teatrales todavía inéditas: El arquitecto del honor (obra completa no datada, que presumo fue compuesta entre 1950 y 1955, al igual de Alijerandro) y Cordelia y Delgadina (texto incompleto tampoco fechado, pero con toda probabilidad escrito en 1934, durante su luna de miel con María Zoraida Barreiro). El valor de Cordelia y Delgadina no es otro que el de permitirnos confirmar que Marechal, ya en la década del 30, escribía teatro. También lo traducía, pues en 1938, en el teatro La Cortina, bajo la dirección de Alberto Morera, se estrenó en la sala de Amigos del Arte una versión de Antígona de Sófocles, sintetizada escénicamente por Jean Cocteau y traducida por él.
Cordelia y Delgadina es un ejercicio de escritura incompleto, de un par de páginas, que se concentra en perfilar a uno de los personajes femeninos anunciados en el título y que transcurre en Mar del Plata. Por su parte, El arquitecto del honor es un sainete criollo en dos actos que menciona la movilización obrera del 45 (habla de la huelga de los metalúrgicos y de la “revolución” que llevó a la liberación de Juan Domingo Perón). También se dice que Escipión, el protagonista, “empieza a trabajar su poema heroico al general San Martín”, que aludiría al Canto de San Martín o Cantata sanmartiniana escrita por Marechal y estrenada en 1950.
Escenario y tono de El arquitecto del honor permiten considerar que, como La batalla de José Luna, se trata de uno de los sainetes criollos que en 1967 Marechal declaró haber escrito, entre los años 1950 y 1955, al periódico La Nación (también aquí figura una pelea de barrio con pretexto amoroso): “Escribí, entre el 50 y el 55, tres sainetes ‘a lo divino’ en una época de pasión por el teatro. La técnica y el ambiente de los sainetes eran criollos, pero procuré llenar el conventillo y la murga hasta una identificación con el resto de la humanidad. El primero de esos sainetes es La batalla de José Luna”.
Hasta este momento se pensaba que el año 1948 debía considerarse el inicio de la marcada pulsión dramática de Marechal, puesto que hasta ese momento había publicado numerosa poesía y había concluido la laboriosa redacción de Adán Buenosayres. En 1948 escribe su pieza teatral Don Juan; en 1951 y 1952 se estrenan Antígona Vélez y Las tres caras de Venus, respectivamente. La batalla de José Luna fue estrenada en 1967. Doy noticia aquí de algunas obras teatrales de Leopoldo Marechal todavía inéditas: La mona de oro (completa), Gregoria Funes (incompleta), El superhombre (completa) y Muerte y epitafio de Belona (completa). Su obra editada e inédita todavía nos tiene mucho que decir.