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Caras y Caretas

           

EL TEATRO DE LA CRUELDAD

Acaso tributario de Antonin Artaud, el autor de 300 millones construye farsas con personajes muchas veces tontos o crédulos, torturados y humillados por propios y ajenos, donde la locura aparece junto a una representación del poder que sólo puede estar del lado de la maldad.

Según los especialistas, Roberto Arlt es el primer modernizador del teatro nacional. Arlt se tropieza con la escena teatral en marzo de 1932: la compañía del Teatro del Pueblo estrena El humillado, adaptación de un capítulo de Los siete locos. Según Leónidas Barletta, fundador del teatro independiente, Arlt se deslumbra con la fuerza del texto en el escenario y la relación con el público. En junio de ese año estrena 300 millones, que inicia su carrera de dramaturgo. Encuentra a su público en el teatro independiente, que, a su vez, tiene en él a su dramaturgo más interesante y admirado, crítico del poder descarnado y creador de personajes frustrados, marcados por la crueldad o el padecimiento.

Ya en 1933, desde la sección Vida teatral, en sus Aguafuertes porteñas en el diario El Mundo, hace una crítica despiadada del teatro comercial.

El teatro independiente, origen de nuestro teatro de preocupación social y antecedente del realismo de Carlos Somigliana, Ricardo Halac y Roberto Cossa, entre otros, busca educar por la cultura, para una conciencia lúcida en el espectador. Barletta, fundador y director del Teatro del Pueblo, sostiene la tarea sin dinero pero con convicción militante. Por el contrario, Arlt está interesado por un público que descubra la oscuridad de la sociedad moderna, sin moralejas. Admira a Armando Discépolo, el creador del grotesco argentino, en cuya obra campean el cinismo y la frustración

LA ESCENA INDEPENDIENTE

La obra 300 millones tiene como único personaje “real” a la Sirvienta, y única protagonista femenina de la dramaturgia arltiana, que escapa por el delirio de su existencia desdichada. La estructura del folletín sostiene la ensoñación: es una huérfana heredera de “300 millones de pesos y 54 centavos”, se llama Sofía, se casa con el Galán, cínico y cruel, que más tarde vende a los gitanos a la hija habida con Sofía y desaparece. Azucena, rescatada por su madre de la servidumbre cruel, veinte años después, es también una víctima folletinesca, pero lejos de amor, sólo tiene reproches y asco por su madre. Nada es alegría en la ensoñación de la Sirvienta, quien según el texto debe vestir en toda la historia su pobre delantal. No entiende de dignidad ni de amor, por ello en sus delirios padece la humillación y la crueldad de los personajes de humo, como denomina a los que imagina. Imposibilitada de ser feliz, vuelve a la realidad con los golpes a la puerta de “su cuartucho” del hijo de su patrona, que abusa de ella noche tras noche. Desesperada, se suicida. Los personajes de humo celebran la muerte de “la loca”, sobreviviendo a quien los soñó. Con 300 millones, Arlt inaugura la estética del teatro en el teatro: los personajes buscan en el sueño el escape de la humillación para hundirse en ella.

En cada estreno, Arlt participa de ensayos y vigila la coherencia de sus textos. Y a pesar de ser un narrador y un periodista conocido, la crítica apenas repara en su teatro, a veces le dedica una gacetilla anunciando alguna puesta.

Saverio, el cruel, estrenada en 1936 en la misma sala, es la obra más celebrada. Ha tenido varias representaciones hasta la actualidad. Muestra la perversión de los poderosos, excede las fronteras farsescas para cerrar en un final trágico. Saverio vende manteca, es un “mantequero”, que cae por su torpeza en el “juego” de unos jóvenes aburridos. Susana, una de ellas, idea representar el papel de loca que se cree una reina destronada por un malvado dictador, papel reservado a Saverio, que llega a la casa con su mercadería. Es la burla al torpe. Y Saverio se transforma en “el cruel”, el papel que le es impuesto para tratar de curar a la muchacha de su locura. Una vez con traje de “un dictador de republiqueta centroamericana”, en su rol propone acciones cruentas que inquietan a los autores de la farsa. En el final, la obra quita las máscaras: Susana está realmente loca, y en el enfrentamiento con el Coronel toma una pistola y lo mata. Si Saverio desconoce la broma cruel, los amigos ignoran la locura de Susana. La farsa expone la desmesura de la humillación sobre el desdichado, que también resulta víctima de su propio delirio de poder. Arlt arma el juego de la simulación y el desdoblamiento de la personalidad que lleva a la locura.

En 1936 también, tentado por el circuito comercial, Arlt presenta en el Teatro Argentino El fabricante de fantasmas, que es destrozada por la crítica. En ella, Pedro, un escritor fracasado, odia a su mujer, que lo acusa de impotente, se refugia en la creación de personajes, los fantasmas, y exasperado la asesina. Escribe una exitosa obra donde recrea la muerte de la mujer pero los “fantasmas” lo acechan hasta enloquecerlo, y se suicida.

UNA OBRA DISRUPTIVA

Vuelve Arlt en 1937 a la escena independiente con La isla desierta, “burlería en un acto”. Humillados empleados de oficina se sienten “como una lombriz solitaria en un intestino de cemento”. Ven por el ventanal las chimeneas de los barcos del puerto cercano e imaginan el viaje a la isla verde, acogedora, donde bailan, sacuden sus ropas, cantan. El ensueño se rompe, el jefe despide a todos y clausura la ventana.

La fiesta del hierro, de 1940, es una “farsa trágica” cuyo centro es el capitalismo, la modernidad tecnológica, la ferocidad y la deshumanización del poder. La acción reúne desmesura, lujuria, traición, corrupción en los representantes del poder, que alternan con el diablo, el ángel, el sacerdote, en una gran fiesta en casa del señor Gurt, fabricante de armas. Su esposa, Mariana, lo engaña; el niño Julio, hijo del industrial, tomó fotografías de la infidelidad de su madrastra para exhibir allí. En el salón, como tributo a la guerra, se erige un enorme artefacto de hierro, un ídolo pagano donde se esconde por un momento y muere quemado el niño Julio, ya que el espectáculo en la fiesta es mostrar al monstruo de hierro ardiendo.

En la obra de Arlt no sólo está la marca del grotesco discepoliano. Hay una cercanía estética con el teatro de la crueldad de Antonin Artaud; el expresionismo alemán y el teatro de Georg Kaiser; el teatro en el teatro de Luigi Pirandello, y los esperpentos de Del Valle-Inclán y Shakespeare y de la pintura de Goya.

Su dramaturgia representa una ruptura con el canon de la época, desde la subversión en la alegoría y la representación del mundo caótico. Su muerte temprana deja a la escena argentina con ganas de más, de un creador original, de vanguardia, revulsivo.

Escrito por
Stella Martini
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