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Caras y Caretas

           

OTRO MUNDO SERÁ POSIBLE

El coronavirus que puso en vilo a todo el planeta no sólo cambió los modos de vida de las personas y las sociedades, sino que también obligó a rever prioridades de los Estados y a modificar las estructuras tradicionales de la producción económica. El gran interrogante es qué forma adoptará el pos-Covid-19.

Como si fuera un diminuto dios iracundo, la Covid-19 nos impone una metamorfosis radical.

¿Qué nos viene a decir esta partícula capaz de detener el mundo, de encerrar a la mitad de la humanidad en sus casas y obligarla a una gimnasia de introspección forzada?

¿Será cierto que va a terminar de sepultar un ciclo civilizatorio que estaba ya agotado? ¿O, más modestamente, acabará con el neoliberalismo, la fase más criminal del capitalismo? ¿Será que el virus viene a pararles la mano –como creían los antiguos– a los que manejan el mundo con codicia desenfrenada? ¿Y estos, los poderosos, cómo van a reaccionar?

Es temprano para respuestas a cuestiones profundas, porque de esta pandemia sabemos cómo entramos, pero no cómo salimos. Por el momento, el coronavirus ha logrado, en apenas cuatro meses, cambios fenomenales en la economía, la política, las relaciones humanas y, sobre todo, en las costumbres de la vida cotidiana: en la forma de trabajar, de comunicarnos, de enseñar y aprender.

La Covid-19 nos vino a recordar nuestra fugacidad y lo que siempre queremos olvidar: la propia muerte. Su llegada inesperada nos llena de dilemas; interpela nuestros valores morales; nos obliga a mirar verdades desnudas y a tomar conciencia de temas fundamentales.

Está cada vez más claro que la agresión a la naturaleza no podía ser infinita. Que el sistema en el que vivimos es injusto, inhumano e inmoral. Que frente a una pandemia de nada sirve la meritocracia y que cuidar al otro es cuidarse. Que cuando las papas queman, la presencia del Estado es fundamental. O mejor, que el Estado siempre es fundamental, sólo que con el neoliberalismo se achica para las necesidades de las mayorías y se concentra en ayudar a las elites.

Sólo dos o tres malditas pandemias humanas siguen firmes y aumentando: los femicidios, los asesinatos a líderes sociales (sobre todo en Colombia) y las persecuciones discriminatorias (lideradas por el gobernador de Jujuy, Gerardo Morales, que quería poner fajas en la entrada de las casas de los posibles infectados).

¿QUÉ HACEMOS CON LA ANGUSTIA?

“El caso argentino es un modelo en el mundo”, opinó para Caras y Caretas la psicoanalista Nora Merlin, magíster en Ciencias Políticas y autora de Colonización de la subjetividad, entre otros libros. “El presidente Alberto Fernández optó por un aislamiento preventivo que se asoció al cuidado colectivo. No es ni el panóptico de China ni la reacción tardía de Italia, España, Inglaterra y Estados Unidos”.

Esta forma de “contención de la angustia” –explica– es clave.

“La escena del mundo cambió de un día para el otro, y que, en esa situación traumática, haya un otro que te cuida tiene un efecto social fuerte. El gobierno de Mauricio Macri había fomentado una división que no tenía nada que ver con el conflicto político: una especie de odio entre enemigos. El coronavirus, aun siendo una tragedia, produjo cierta unidad social, cambió la relación con el otro”. Esto, aclara la psicoanalista, no evita la “incertidumbre generalizada o la espera angustiosa de no poder proyectar nada: ni un viaje, ni un negocio, ni si empiezan las clases. Lo veo en algunos pacientes, hay situaciones de claustrofobia y también de agorafobia. Hay pánico muy promovido, sobre todo, por la corporación mediática, que está boicoteando el cuidado y la cuarentena. Y, por otra parte, hay un aumento dramático de la violencia hacia las mujeres. Todo esto también hay que considerarlo”.

¿Cuánto durará esta unidad social? Para Luis Alberto Quevedo, especialista en comunicación y cultura, ya se ve, en los medios, la “lucha de agendas” por el día después. “En los últimos años hubo, en la región, un cambio hacia un ciclo económico, político y regional que alienta la destrucción del Estado y celebra el individualismo y una cierta cultura del egoísmo personal. De pronto, el mundo se da vuelta y se espera solidaridad, un Estado activo y salud pública”, afirmó durante una entrevista radial.

“No se trata sólo de una batalla contra el virus, contra la naturaleza, sino de una pelea que se da en el campo de la cultura y la estructura de poder de una época. El virus no sólo actúa sobre nuestros cuerpos sino también sobre las debilidades sociales y culturales que tiene una sociedad. La actual demanda mundial de solidaridad no es muy compatible con el capitalismo”.

El politólogo Diego Sztulwark suma otra perspectiva a esa batalla poscoronavirus. “Hay una disputa abierta entre los que buscan que esto sea un paréntesis, un conjunto de medidas de excepción, y quienes ven en esta interrupción un cambio más radical y la imposibilidad de volver a las viejas estructuras o a una normalidad anterior. Mi impresión es que esto está en proceso y que es difícil ver la disputa, por ejemplo, en forma de movilización, porque estamos todos en nuestras casas”.

“Con la Covid-19 entramos en una interrupción forzada que nos pone ante una experiencia nueva: la contemplación”, reflexiona Sztulwark. “Miramos a la sociedad y a nosotros mismos, y vemos que aparecen nuevas percepciones colectivas: los aplausos a las nueve de la noche indican que, en este momento, nuestras expectativas están puestas en un nuevo protagonismo de lo público y de lo sanitario. También se hace evidente cierta fragilidad en los discursos, saberes y estrategias de las elites neoliberales para protagonizar un salvataje real de la situación”.

El espanto del coronavirus ha hecho que esta fragilidad sea un dato comprobable, incluso, a nivel planetario. Hoy, en el mundo, están puestos en cuestión liderazgos, modelos económicos y proyectos políticos. A nivel local, se replica la misma discusión que hoy enfrenta a los poderosos del globo.

Una de las formas en que se expresa el temor de las cúpulas a perder privilegios es la discusión sobre cuánto durarán los cambios. “El enemigo capitalista es poderosísimo, pero el nivel de colapso es tan brutal que está experimentando una fragilidad histórica”, continúa Sztulwark. “Eso es ostensible cuando, por ejemplo, se plantea el impuesto a las grandes fortunas en la Argentina y el único debate que aparece es si es por única vez o no. ¿Cuál es la presión? ¿Cuál es la fuerza que está detrás de esto? Es el colapso, la amenaza. Hay que pensar que el capital nunca otorgó una reforma sin estar amenazado. Y el dato central de este momento de pandemia es que volvió la amenaza”.

Los medios se han convertido en arena privilegiada de estos combates. Al ejemplo de Sztulwark sobre el impuesto a las grandes fortunas pueden sumarse varios. En abril, la empresa Techint despidió 1.450 personas; la cadena Garbarino rebajó el 70 por ciento del sueldo a 4.000 empleados; los medios concentrados hicieron lobby descaradamente a favor de la medicina privada, y en el mundo, con EE.UU. a la cabeza, se desató lo que ya se denomina “piratería moderna”, es decir, una guerra despiadada por los insumos médicos y por equipos vitales, como los respiradores.

La contracara de la ferocidad neoliberal es un pequeño país socialista, bloqueado económicamente durante décadas por los países ricos y poderosos, un país conmovedoramente generoso: Cuba. Consciente de que la especie humana está en peligro de extinción –como dijo Fidel Castro hace 28 años, en un histórico discurso en Río de Janeiro–, los equipos médicos cubanos y sus medicamentos llegan a quienes los requieran. También China, con un modelo de mercado organizado por el Partido Comunista, ha mostrado gestos solidarios. Según informó su cancillería, el gobierno del presidente Xi Jinping envió insumos a 127 de los 200 países que hay en el mundo. Algo que la prensa occidental se ocupó de minimizar y que es un signo de los tiempos que vivimos sucedió el 31 de marzo: el presidente de EE.UU., Donald Trump, se vio obligado a agradecer públicamente a Rusia y China, sus dos mayores rivales, por el cargamento de ayuda médica recibida. Dos evidencias de la nueva era Covid-19: por una parte, EE.UU. ya no es más el primus inter pares y, por otra, ha perdido la imagen de “el salvador”, uno de los pilares en el que basaba su ejercicio imperial de dominación sobre el planeta: ante un caso excepcional de pandemia ya no puede ayudar a nadie, ni siquiera a sí mismo.

CAMBIOS EN LA VIDA COTIDIANA

Saludar con el codo, hablar a través de un tapaboca, no mandar a los chicos a la escuela y practicar una intensa actividad en las redes sociales son parte del nuevo mundo en que nos instaló el coronavirus. ¿Cómo impactan estos cambios en nosotros y qué pasará el día después?

El teletrabajo, que pomposamente se llama “home office”, es decir, la oficina en casa, y la tele-educación –los niños que estudian los contenidos escolares lejos de la escuela y de los maestros para evitar el contagio– están en la mira.

La gran pedagoga argentina Adriana Puiggrós, que afortunadamente volvió a la función pública como secretaria de Educación del Ministerio de Educación de la Nación, cuenta cómo reaccionó la Argentina y da una visión constructiva situada en el corazón mismo del problema.

“En condiciones generalmente adversas, con escasos salarios, miles de docentes, técnicos, diseñadores, profesionales trabajan día y noche, incluidos sábados y domingos, para producir materiales en todos los soportes técnicos (papel, TV, radio, páginas web, redes). El salto tecnológico es asombroso, pues la urgencia de enfrentar al enemigo invisible está consiguiendo la capacitación tecnológica de la comunidad educativa que no habían logrado miles de cursos. Pero sobre todo parece que la escuela, paradójicamente, hubiera reforzado su lugar y su prestigio, en tanto los maestros en cuarentena trabajan más de lo que deberían, sosteniendo vínculos con sus alumnos pese a la adversidad”, escribió hace días en su muro de Facebook.

A este orgullo de la educación pública se suma lo que Puiggrós denomina “la liberación de energías que no encontraban cauce” y que hoy, a pesar de las “aguas neoliberales que corren por los lugares menos esperados”, aparece como una oportunidad. En el caso del teletrabajo, acecha un futuro más tenebroso que puede sintetizarse en dos peligros: la sobreexplotación del trabajador “hogareño” y el uso de la tecnología para la vigilancia total al ciudadano, es decir, la pérdida de derechos y libertades esenciales.

El teletrabajo es una “forma de explotación y autoexplotación muy salvaje”, ya que “liquida el derecho de la jornada laboral que hacía que uno tuviera horarios”, opina Sztulwark.

Esta brutal transformación del mercado laboral se presenta en los órganos de difusión neoliberales como una “tendencia dinámica que busca el confort”, pero no se habla de los horarios interminables, las rencillas familiares que ocasiona y el incremento de los gastos en comida, luz e internet.

Natalia Zuazo, especialista en comunicación política digital y regulación de tecnología, autora de Los dueños de internet y Guerras de internet, observa que hoy “no sólo los trabajadores de plataforma son los que están precarizados”. “Las empresas mandan todo el tiempo mensajes de marketing: ‘Estamos con ustedes’. Incluso desde el Estado se incentiva a pedir delivery, pero los ministerios de Trabajo de la ciudad de Buenos Aires y Nación no obligan a las empresas a garantizarles a esos empleados protecciones de salud ni le dan personería jurídica al sindicato de trabajadores de plataformas. ¿Quién paga internet y las herramientas de trabajo de quienes producen desde sus casas? ¿Quién respeta un derecho nuevo, que es el derecho a la desconexión? Con el teletrabajo no cortamos en ningún momento. Esto debe ser regulado”.

Para Zuazo, “el estado de excepción no puede ni debe ser eterno y las herramientas tecnológicas tienen que discutirse públicamente”. “Debe haber leyes que garanticen los derechos ciudadanos y la privacidad. Tiene que figurar por escrito cuánto tiempo van a estar vigentes las normas actuales. Por ejemplo, ¿será hasta que tengamos una vacuna? ¿Hasta que salgamos de la cuarentena?”

Otra preocupación de Zuazo que comparten muchos analistas es la sospecha de que la pandemia sirva de pretexto para que el Gran Hermano agigante su control. Es común creer que sociedades como la china o la iraní, a diferencia de las nuestras, están más vigiladas. Sin embargo, la especialista alerta sobre nuestra verdadera situación. “No hay que pensar en una vigilancia buena y otra mala. Tenemos un capitalismo de vigilancia más instalado, pero más invisible. Los dueños de internet están en todos lados. El jefe de Gobierno porteño, Horacio Rodríguez Larreta, basó su campaña electoral de 2019 diciendo que iba a poner reconocimiento facial en diez mil cámaras en la ciudad, y nadie lo cuestionó ni hubo ningún debate legislativo. Nosotros también tenemos una vigilancia permanente no debatida, no cuestionada”.

Para Zuazo, es fundamental reflexionar sobre el avance de las compañías tecnológicas que, según ella, van a tener una vigilancia aun mayor que las denunciadas por WikiLeaks y Edward Snowden, cuando revelaron el espionaje a líderes como Angela Merkel o Dilma Rousseff, hecho que, en este último caso, terminó en un golpe de Estado parlamentario y en el avance de la privatización de la poderosa petrolera brasileña Petrobras.

“Estamos en las primeras páginas de lo que va a ser un avance de las corporaciones tecnológicas y no sabemos cómo va a ser cuando salgamos del confinamiento. Pensemos en los datos de salud, que son tan sensibles. En las tecnologías tan imbricadas con nuestros cuerpos, como las biométricas y las cámaras con reconocimiento facial y térmico. Pensemos en la tecnología que algunos países están usando para descuarentinizar a la población. Se la llama contact tracing (rastreo de contactos). Cada persona va a tener una aplicación obligatoria en su celular a través de la cual va a poder salir a la calle según un cronograma de cuarentena y le van a avisar si se cruzó con alguien con Covid-19”, asegura Zuazo.

Según la experta, “la Ley Nacional de Datos Personales está mundialmente catalogada como muy buena, incluso cumple los estándares europeos, que son de los mejores del mundo. Será tarea de los funcionarios, jueces y fiscales que eso se cumpla porque por ahora el resto de la población está más preocupada por no salir a la calle y no enfermarse. Todo esto es muy peligroso. Por eso es fundamental que debatamos y regulemos”.

¿UN NUEVO MUNDO ES POSIBLE?

En mitad de un río turbulento, navegamos sin brújula hacia la orilla de poscoronavirus. ¿Qué nos espera? ¿Qué estructuras de poder sobrevivirán? ¿Qué valores humanos habrán sido condenados al ostracismo y cuáles reconocidos como compañeros imprescindibles?

Y en el orden internacional, ¿habrá nuevas alianzas y liderazgos o el “capitalismo senil” del que hablaba Samir Amin encontrará un renovado atajo hacia la barbarie?

Aun sin conocer las verdaderas cifras del desastre económico y en vidas que el virus ha ocasionado, pueden vislumbrarse algunas respuestas. Una de las más obvias es que, dada la magnitud de la hecatombe económica, no existe recuperación posible por la cual el mundo vuelva a 2019. ¿Habrá cambios deseables, como la desfinanciarización de la economía y como la desmercantilización de sectores estratégicos vinculados con la salud, la educación, las comunicaciones y los recursos naturales? ¿Habrá resiliencia del capitalismo y saldrá fortalecido? Son escenarios en proceso, aún sin resolución.

Una segunda certeza es el fin del liderazgo estadounidense como única potencia mundial y la caída de gran parte de las estructuras internacionales creadas por Washington después de la Segunda Guerra Mundial. Ante la Covid-19, ninguno de los organismos internacionales que debería haberse hecho cargo del problema y haber coordinado una acción conjunta global (ONU, G-20 o G-7) ha reaccionado. Tan dependientes de EE.UU. son estas entidades que, si Washington no toma la iniciativa, sencillamente, se evaporan y el resultado es una serie de conductas individuales adoptadas nación por nación, en un mundo que se muestra disgregado y sin comando.

El politólogo italiano Sandro Mezzadra trazó un interesante cuadro de situación en abril de 2020. “A nivel global, hay una confrontación muy dura que tendrá consecuencias esenciales no sólo para el futuro del capitalismo sino también (después de todo, es lo mismo) para nuestras vidas. Por un lado, hay una línea que podríamos definir como maltusiana (o inspirada en un darwinismo social esencial), bien ejemplificada por el eje Boris Johnson-Donald Trump-Jair Bolsonaro; por otro, hay una línea que señala la recalificación de la salud pública como una herramienta fundamental para enfrentar la emergencia. En el primer caso, miles de muertes se cuentan como una selección natural de la población; en el segundo, por razones en gran medida contingentes, el objetivo es ‘defender a la sociedad’”. Para el segundo caso, Mezzadra pone ejemplos diversos, como China, Corea del Sur, Italia y podríamos agregar el exitoso caso de la Argentina, con aproximadamente 200 muertos a poco más de un mes de declarada la cuarentena.

Una tercera certeza es el rol relevante que tendrá China en el mundo poscoronavirus. Fue el primer país en resolver la emergencia y en compartir su experiencia y descubrimientos (como la secuencia genética del virus) al resto del planeta. Si nos encaminamos a un orden tripolar (EE.UU., China y Rusia) o si ya se ha cerrado el ciclo de dominio Atlántico y ha comenzado la era del Asia Pacífico, son incógnitas que por ahora no se pueden disipar.

Tal vez dentro de algunas décadas un historiador escriba que, a fines de 2019, con la pandemia, empezó el siglo XXI. Y refiera la experiencia de un nuevo orden en el que el uno por ciento más rico ya no tiene el doble que 6.900 millones de personas (informe de Oxfam 2020). Ojalá sea un libro que describa un planeta donde ya no se derrite la Antártida, ni se desmonta el Amazonas, ni los recursos naturales están bajo el control de un puñado de empresas. Una Tierra donde ya no exista el temor de que la especie humana se extinga, como advirtió Fidel Castro en la Cumbre de la Tierra de 1992. Ojalá que estos deseos de Fidel se hayan cumplido: “Desaparezca el hambre y no el hombre. Cesen los egoísmos, cesen los hegemonismos, cesen la insensibilidad, la irresponsabilidad y el engaño. Mañana será demasiado tarde para hacer lo que debimos haber hecho hace mucho tiempo”.

Escrito por
Telma Luzzani
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