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Caras y Caretas

           

LO INTOLERABLE

Es poesía y música, la de Armando Tejada Gómez, cuando escribió su “Canción para un niño solo”: “A esta hora exactamente, hay un niño en la calle./ ¡Hay un niño en la calle!/ Es honra de los hombres proteger lo que crece/ cuidar que no haya infancia dispersa por las calles/ evitar que naufrague su corazón de barco,/ su increíble aventura de pan y chocolate/ Poniéndole una estrella en el sitio del hambre/ de otro modo es inútil, de otro modo es absurdo/ ensayar en la Tierra la alegría y el canto,/ porque de nada vale si hay un niño en la calle”. Es canción y poesía, la de René Pérez de Calle 13, cuando canta “Arroz con piedra, fango con vino, y lo que me falta me lo imagino”, al narrar la vida de los millones de niños desamparados por el hambre y el olvido en Latinoamérica. Cuando la piedad se encuentra en las iglesias que les dan asilo, o en las muecas de quienes les echan propinas en las manos ya curtidas por el frío.

Es literatura, la invención de lo intolerable, cuando Franz Kafka contó en “La metamorfosis” cómo un hombre muta en un insecto, fundando un género, al narrar lo intolerable, el terror pesadillezco de que lo humano devenga en su negación. ¿Qué transforma la vida de un niño, humano él, en lo intolerable, en el terror de lo intolerable, cuando no hay nada que estetice ese terror aunque la literatura sirva para revelarlo y rebelarse? Las estadísticas sirven, a veces, para indignar; a veces, para reducir los efectos del dolor. Pero, ¿qué se siente y se piensa cuando se sabe que más de 1,5 millón de menores de edad de entre 1 y 11 años padecen hambre en la Argentina, según el Observatorio de la Deuda Social Argentina de la Universidad Católica Argentina? Esto es, uno de cada diez niños. Según la UCA, “en 2018, el 51,7 por ciento de los menores de edad vivieron en hogares con ingresos por debajo de la línea de pobreza. Pertenecen mayormente a familias que sufren inseguridad alimentaria severa, con problemas para acceder a los alimentos en cantidad y calidad, en razón de su déficit económico. Aunque, lamentablemente, no se trate de un fenómeno nuevo, la inflación y la falta de trabajo agravaron el impacto sobre la población de menores recursos. En los últimos dos años, la proporción de niños y adolescentes en hogares que experimentan inseguridad alimentaria trepó del 21,7 por ciento al 29,3. Es el guarismo más elevado desde que el Observatorio comenzó a medir estas variables”. Y las cifras son aproximadas. Porque hay 16 millones de argentinos que son pobres, expulsados hacia el precipicio de la subalimentación. Son los resultados intolerables del neoliberalismo rampante de la era Macri. Es “un monstruo grande y pisa fuerte”, como cantó León Gieco, porque el hambre es también una guerra contra los pobres, una de las formas en que las ceocracias saquean los bienes de los pueblos y atentan contra la descendencia humana. Un niño con hambre es el futuro distópico de cualquier país. Es algo más revulsivo: la muerte de la esperanza como empatía con lo humano. Es, entonces, lo intolerable. Lo que no puede perdonarse ni cuantificarse como estadística siquiera porque atañe a la manera en que los seres nos entrelazamos desde la biología y desde los vínculos. “La Patria es el otro” es la empatía máxima de una sociedad que aspira a ser feliz en la inclusión de otro, sin dolor. Es lo político elevado a su máxima expresión humana. Ningún plan de gobierno es suficiente si no destierra perentoriamente el hambre de nuestros niños. El pan nuestro de cada día para cada niño es tan vital como el mandamiento de no matarás. Los que prometen cibernética desde los jardines de infantes, como el patológico señor Macri, mientras asignan sólo unos miserables pesos para la comida de los niños pobres en las escuelas, deben saberlo: el hambre es una forma de crimen social. Y no hay lugar para la indiferencia. Nuestro gran periodista Rodolfo Walsh dijo, luego de investigar los fusilamientos clandestinos de opositores en José León Suárez en 1956, que plasmó en Operación Masacre: “No puedo, ni quiero, ni debo renunciar a un sentimiento básico: la indignación ante el atropello, la cobardía y el asesinato”. Ese sentimiento ante lo injusto es la indignación que dignifica. Convoca a la rebelión contra lo intolerable. Sí.

Porque a esta hora, exactamente, hay un niño con hambre.

 

Escrito por
Maria Seoane
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