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Caras y Caretas

           

LA TRAGEDIA ARGENTINA

Nos han enseñado, con particular empeño, el concepto “granero del mundo” para que lo aceptemos y asimilemos como algo positivo, como la referencia a una edad de oro de nuestro país a la que siempre sería deseable volver. En realidad, se trata de la mejor definición de la condena –decretada por el mercado mundial y aceptada con gusto y beneficio por nuestras oligarquías locales– a ser proveedores de materias primas y compradores de productos elaborados, muchas veces con nuestros mismos productos primarios.

Un granero es un depósito, un lugar inanimado. Allí no hay trabajo, valor agregado en términos económicos, sino para unos pocos. El trabajo, los puestos de empleo, los exportábamos junto con nuestras vacas, ovejas y trigos a Inglaterra. Allí se transformaban en suéteres, zapatos y carne congelada, que eran exportados al mundo y a la propia Argentina, con enormes ganancias.

Aquí quedaba la riqueza concentrada y la miseria repartida. La “Argentina rica” lo era para unos pocos, muy pocos.

En 1904, el gobierno de Roca le encargó al médico catalán Juan Bialet Massé un informe sobre el estado de la clase obrera en la Argentina. El funcionario se tomó muy en serio su trabajo y elaboró un documento que se transformó en la más cruda denuncia de los horrores del sistema de explotación de nuestro país. Treinta años después, el doctor Alfredo Palacios, el primer diputado socialista electo en América, realizó un notable viaje por las provincias argentinas y pudo comprobar con gran tristeza que las condiciones económicas y sociales descriptas por el doctor Bialet Massé en su famoso informe se habían agravado dolorosamente: “El paludismo es endémico en Tucumán, Salta y Jujuy; el tracoma ha invadido Santiago del Estero, Tucumán, Salta y Corrientes; la tuberculosis, el alcoholismo y las avariosis se han difundido en todo el país; el bocio y el cretinismo endémico se desarrollan en el Norte, produciendo una situación angustiosa. La mortalidad infantil de 0 a 1 año da índices alarmantes llegando a cerca del 300 por mil en Salta y Jujuy, mientras en Nueva Zelanda apenas llega al 39 por mil, y los nacimientos disminuyen, agravando el desierto que nos invade por todas partes. Y como si eso no fuera suficiente, la caravana dolorosa de millares y millares de niños, con los ojos sin luz, con el pecho enjuto, desnutridos, miserables y enfermos, se arrastra por las campañas argentinas llenas de sol. Esos niños son argentinos, hijos de argentinos, nietos de argentinos, bisnietos de argentinos y muchos de nosotros, señores senadores, hemos venido ayer”.

“Esos niños tristes –concluía Palacios–, de poco peso y de poca talla, van a ser pronto los jóvenes que rechazará el ejército. No es esta una afirmación sin fundamento. Aquí está la prueba que me ha sido entregada por el teniente coronel Rodríguez Jurado, jefe del distrito militar número 61. Consta en este documento que el 45 por ciento de los jóvenes de 20 años presentados para hacer el servicio militar fueron rechazados por debilidad constitucional, falta de peso, de talla o de capacidad torácica. Ya veremos cómo en algunas otras provincias el porcentaje de los inútiles, total o parcialmente, alcanza el 64 por ciento”.

El hambre no es endémica en la Argentina, la tierra del trigo, la soja y de la carne. Se redujo notablemente cuando se aplicaron políticas de producción, inclusión y estímulo del consumo, y fue provocada en las reiteradas restauraciones conservadoras por las elites de turno en su afán acaparador y egoísta con sus planes de producción de miseria y desocupación. Su método de acumulación excluye el bienestar general, reduce los salarios –un costo más, según su exégeta– a polvo e incrementa la pobreza a límites insoportables. Este número de Caras y Caretas está dedicado a esta tragedia argentina, el hambre, el primero de los graves temas que deberá resolver el próximo gobierno.

Escrito por
Felipe Pigna
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