En el corazón del barrio de Boedo se esconde, detrás de un enorme portón negro, la casa de Liliana Herrero. Por dentro es mucho más cálida de lo que puede atisbarse, y dice mucho de quienes la habitan. El living extenso, con una luz natural que ingresa por un tragaluz y apacigua la tarde, denota compromiso social y, sobre todo, mucho arte. Libros por doquier, imágenes de Néstor Kirchner, Lula da Silva, un retrato de un abrazo con Fito Páez, el hogar tiene una gran cuota identitaria de Herrero y su marido, el sociólogo Horacio González.
La reconocida cantante, icónica en el mundo del folklore y más allá, abre las puertas con total naturalidad, no sólo de su casa, sino de su mente y sus recuerdos. Hace ya más de 30 años que inició su carrera musical, gracias al empujón de Fito Páez, y desde entonces se ha posicionado como una figura reconocida en la música popular argentina.
El encuentro, por la tarde de un jueves, tiene un propósito en particular y es recordar a la máxima artista del folklore argentino: Mercedes Sosa. A diez años de su fallecimiento, Herrero la recuerda de una manera vívida, como si su relación entrañable hubiese quedado intacta para siempre, en el corazón de su memoria.
–¿En qué momento conoció personalmente a Mercedes?
–Fue en Rosario, no recuerdo el año. Ella había ido para hacer un concierto en el Monumento a la Bandera y estaba alojada en un hotel no muy lejano a casa. Me llamó entonces su hijo Fabián [Matus], diciéndome que Mercedes quería verme. Yo estaba anonadada. Ella había hablado bien de dos discos que yo había sacado, sin conocerme. Ahí charlamos y tomamos un té en el lobby. Me dijo: “Me gustaría que vinieras a cantar esta noche. Si querés podés venir con tus músicos, no hay problema”. Esto fue un gesto muy solidario. Así que fui con algunos de mis compañeros. Recuerdo que en un momento cantamos solas las dos, y cuando el asistente me estaba por alcanzar un micrófono, Mercedes se levantó y le dijo: “No, ella usa el mío”. Siempre lo recuerdo porque el micrófono personal es algo muy particular, y ella no tenía cualquiera, tenía uno magnífico. Lo resalto porque es un gesto inusual, que incluso yo también uso ahora. Son esas pequeñas cosas que aprendés de alguien que está muy por encima.
–Mercedes la mencionó como su sucesora, ¿cómo la hace sentir esto?
–Incómoda (risas). Yo le dije: “Mercedes, usted no tiene que decir estas cosas”, y me respondió que por qué no, si era lo que pensaba (risas). Le dije que el tema del legado, la herencia, era algo muy complejo. “Bueno, a mí no me importa, a mí me preguntaron quién sería y dije eso”, me contestó. Más adelante nos hicimos más amigas, yo iba a su casa o nos encontrábamos en conciertos a los que ella me invitaba, o incluso ella iba de público a los míos. Mercedes también dijo otra frase sobre mí que me quedó grabada: “Liliana Herrero es la cantante que este país se merece”. Esta frase es mucho más pesada. Para mí fue un piropo enorme.
–¿Por qué cree que Mercedes dijo esto sobre usted?
–Tengo una teoría al respecto, que es producto de nuestras conversaciones y de compartir cosas. Yo iba a su casa a escuchar música juntas. Creo que después de esas charlas, sobre la música, sobre lo que significaba ser una mujer cantando, sobre los viajes, ahí ella fue percibiendo que yo estaba dispuesta a desprenderme de su impronta estética, de su canto. Durante muchísimo tiempo yo la imité. No quiero que se malinterprete, para mí es honrarla decir esto. Es más, yo cantaba y escuchaba su voz. Pero después percibí que tenía que retirarme de ese horizonte sonoro. Y empecé a pensar el canto de otro modo, a amasar un estilo que me llevó muchísimo tiempo. Creo que lo que ella quiso decir fue que yo estaba dispuesta a amarla y al mismo tiempo a separarme de sus modos musicales. De todas maneras, creo que no se puede cantar como si Mercedes Sosa no hubiera cantado. Sin su legado no se puede cantar: ni pensar nuestra música, ni el arte, ni la política.
–¿Usted considera que forma parte de la misma tradición folklórica que Mercedes?
–No me atrevo a compararme así. Sí creo que estoy inscripta en la misma tradición en el sentido de tener una apertura enorme en relación con la música. Mercedes no tenía prejuicios musicales, escuchaba muchos géneros y tenía una gran capacidad para compartir esas experiencias. En ella yo vi una idea de construcción de comunidad y una alta generosidad. Creo que la música construye una comunidad libre y emancipada, y eso es lo mejor que tiene, que es una extraordinaria e infinita conversación. Con artistas de distintos géneros en diversas tradiciones, a esa reunión no hay con qué darle. Uno queda enmudecido por el cuerpo a cuerpo que se produce.
–En 2010 lanzó El hilo de una voz, un disco acompañado de un DVD con un documental sobre el álbum. Allí se puede ver el día de la grabación de “Zamba del arribeño”, tema que cantó junto a Mercedes. ¿Cómo fue grabar con ella?
–Esa canción es una hermosísima zamba de Juan Falú y Néstor Soria. Yo ya venía cantándola para grabarla en ese disco, entonces la invité a Mercedes a cantar. Un día, cuando ya estábamos grabando, me llamó Fabián [Matus] y me dijo: “Voy con la mama a grabar la zamba que le pediste. Ya la estudió, ya la sabe”. Tuvimos que organizar todo de nuevo (risas), porque ya estábamos terminando el disco. Fue precioso. Mercedes entró y me dijo que la zamba le gustaba muchísimo. Ella estaba en una habitación y yo en otra, y cuando ella cantaba, me señalaba cuándo yo tenía que entrar, aunque en realidad yo cantaba al cuete porque ya lo había grabado (risas). Terminamos el tema y ella gritó: “¡Bien, Falú!”. Después fuimos al control del estudio y la escuchamos las dos juntas. Ella tirada con la silla hacia atrás, con los ojos cerrados. Todos estábamos contentísimos. A Mercedes le gustó en la primera toma, y me dijo: “Hermoso, hermoso, viva Liliana. Ahora podemos hacer lo que queramos”.
–Y ahí se fueron a tomar el helado que se ve en la escena del documental.
–Yo le pregunté si quería grabarla de nuevo. “No, vamos a tomar un helado”, me contestó. Fabián le decía: “Mamá, en casa hay un montón de helado”, y ella enojadísima le contestaba que no, porque lo que ella quería era ir a una heladería, que quedaba exactamente en la esquina, a que nos tomáramos un helado las dos juntas. Entonces fuimos, nos pedimos unos helados grandes y nos sentamos en la puerta. Me acuerdo de que pasaban los autos tocando bocina, la gente se bajaba y le pedía autógrafos. Fue una tarde hermosa, de esas sin frío ni calor.
–¿Qué es lo que más extraña de Mercedes?
–Bueno, la extraño mucho. Me hubiera gustado mucho que ella escuchara este disco que hice con las canciones de Fito. Que escuchara “Tres tangos errantes”, que grabé con Gandini. Extraño mucho esa posibilidad de mostrar y escuchar juntas, tanto un disco nuevo de ella como uno mío. Pero, además, la extraño en otro sentido, no sólo musical. En sus últimos videos, que se hacen sobre la base de la grabación de Cantora, ella dice cosas fundamentales de la patria, y las dice sin ningún temor. Al contrario, las dice casi con arrogancia y con bronca, sobre lo que estaba pasando en la Argentina. Imaginate si estuviera ahora. En ese sentido, ella era un faro enorme, político, social y cultural.
–Mercedes Sosa no sólo es un ícono popular nacional por su arte, sino por su fuerte impronta femenina en un género tan tradicional como el folklore. ¿Cómo ve usted la participación de las mujeres en este género hoy en día?
–Yo considero que es fundamental la participación femenina en todos los ámbitos, no sólo en la música. Eso Mercedes no tenía ningún problema en decirlo, incluso ella fue una pionera en el sentido de la participación de mujeres en festivales. Es más, recuerdo un momento muy interesante en el que tuvo otro gesto muy generoso conmigo. Yo había ido por primera vez a Cosquín, y el público que había era clásico, muy fanático del festival. Pero, aun así, me mandé con la música como yo la hacía, y unos me puteaban y otros aplaudían. Mercedes vio eso por televisión y, al otro día, viajaba a Cosquín para cantar. Manejaba ella, porque le gustaba mucho, y manejaba rápido. La cuestión es que me avisó que no me fuera del festival, que ella quería llegar, cantar esa noche y que yo cantara con ella. Fue un gesto como diciendo: “¿Te trataron mal? Ahora vas a cantar conmigo. Ahora vamos las dos”. Y así fue, cantamos juntas y me aplaudieron mucho. Ella me guiñaba el ojo como diciéndome: “¿Viste? ¡Les ganamos!”. Esas cosas son huellas que tienen que quedar en el corazón y en el pensamiento de las personas.
–¿Qué es lo que nos falta hoy de Mercedes?
–Mercedes no está en los medios. Spinetta no está en los medios. En la televisión hay una ausencia absoluta de la música. Yo creo que si Mercedes viviera, estaría ahí quejándose de eso, y eso extraño de ella. De todas maneras, hay muchos que lo hacemos. Pero me parece que hace falta esa garra de un conjunto de músicas y músicos que nos levantemos y digamos: “Bueno, muchachos, acá las grandes músicas argentinas no están”.
–¿Por qué es tan importante la música como compromiso social?
–Porque cuando la comunidad canta, cuando estamos en la calle y cantamos todos juntos, es un acontecimiento conmovedor, y uno desearía que nunca terminara. La voz de las multitudes está cantando, pensando una patria. Cantar es pensar una patria, lo hagas individualmente o de manera colectiva. El canto es eso, un don colectivo. No hay voz privilegiada para eso, y si Mercedes estuviera, estaría en medio de las marchas, cantando con todos nosotros.