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Caras y Caretas

           

GESTO DE AMOR

El 7 de junio de 1994, Mercedes Sosa accedió a tocar un minirrecital para un grupo de periodistas e invitados en la sede del Suterh. El impulsor de aquella movida recuerda la historia.

No bien se enteró de que habíamos empezado a hacer una peña en el salón principal del Centro Cultural Venezuela 3.30, me dijo:

–Qué linda idea la suya, eh. ¿Me invita? Le dije que sí, claro.

–Por supuesto, Mercedes. Sería un honor que viniera a pasar una noche con nosotros. Las empanadas las hace su hermano.

–¿En serio son las de Chichí? Uh, mejor.

–Así que vénganse nomás.

–Digo si me invita a cantar.

Casi muero.

Pero sí, estaba ofreciendo su maravilloso canto para una de esas noches provincianas en pleno San Telmo.

Entonces le dije que era un honor su ofrecimiento pero que no teníamos el presupuesto para pagar el cachet que ella cobraba en otras actuaciones.

–No, no, yo quiero ir para cantar como cantaba cuando empecé. No pretendo más que lo mismo que cobran los otros artistas.

Y así fue a cantar Mercedes Sosa al Polideportivo del Sindicato Único de Trabajadores de Edificios de Renta y Horizontal (Suterh). Por el mismo porcentaje de las entradas que otros artistas que allí programamos.

Claro que la gente que veía los volantes y los pequeños afiches que hicimos se preguntó si era verdad lo que allí decía: “Peña con Mercedes Sosa”.

Pero sí, fue así.

Y Mercedes fue con su banda completa como si fuera un concierto en una sala importante. O en un estadio.

En el comienzo del invierno de 1994, acababa de lanzar su polémico y formidable disco Gestos de amor en el que se había desmarcado del folklore tradicional grabando “Mon amour” con el cantautor español y francés Nilda Fernández y “Los mareados” con Roberto Goyeneche, el gran cantor de tangos que andaba con serios problemas de salud, al punto de que fallecería unos meses después, en agosto. En ese disco también había publicado sus versiones de “Un vestido y un amor”, de Fito Páez, “Fragilidad”, de Sting, “El puente de los suspiros”, de Chabuca Granda, y “De alguna manera”, de Luis Eduardo Aute. Esos eran, claramente, gestos de amor. Y seguía fiel a sus raíces: también había grabado “De fiesta en fiesta”, de Peteco Carabajal.

Fue en esos días que tuvo con nosotros ese gran gesto de amor de cantar en una noche como en aquel tiempo ya lejano de principios de los 60 cuando Fabián, su hijo, era un changuito que recién caminaba.

Recuerdo que lo abracé mucho a Fabi, mi compañero en aquella producción, cuando su mamá, seria y concentrada, arrancó con el repertorio.

Ella estaba tan feliz.

Nosotros también, por supuesto.

Escrito por
Victor Pintos
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