Por Felipe Pigna. Director General
Hace sesenta y cuatro años el general-presidente Eduardo Lonardi, acompañado por el almirante-vicepresidente Isaac Rojas, anunciaba desde un balcón –que había tenido dueño hasta hacía apenas una semana– que en la “Revolución Libertadora” no iba a haber ni vencedores ni vencidos. El general Lonardi fue desplazado por el general Pedro Eugenio Aramburu, representante del sector “liberal” del Ejército, el 13 de noviembre de 1955. El almirante Isaac Rojas conservó su cargo de vicepresidente. La CGT fue intervenida, fue asaltado su edificio don- de fue vejado, secuestrado y “desaparecido” el cadáver de Eva Perón. Se lanzó una persistente persecución de militantes o simples simpatizantes peronistas que incluyó el encarcelamiento de más de cuatro mil personas, la tortura sistemática y el fusilamiento de 33 civiles y militares en junio de 1956. La comisión investigadora de las cuentas de la Fundación Eva Perón no pudo encontrar irregularidades. Halló intactos los depósitos bancarios de la Fundación, que sumaban 3.500 millones de pesos, unos 250 millones de dólares al cambio de octubre de 1955, que no fueron depositados en las Cajas de Jubilación como se había previsto. En su dictamen, la comisión “libertadora” se quejaba por los “excesos” de la Fundación Evita: “Desde el punto de vista material la atención de los menores era múltiple y casi suntuosa. Puede decirse, incluso, que era excesiva, y nada ajustada a las normas de la sobriedad republicana que convenía, precisamente, para la formación austera de los niños. Aves y pescado se incluían en los variados menús diarios. Y en cuanto al vestuario, los equipos mudables, renovados cada seis meses, se destruían”. Una de las interventoras, la militante católica Adela Caprile, se confesó: “No se ha podido acusar a Evita de haberse quedado con un peso. Me gustaría poder decir lo mismo de los que colaboraron conmigo en la liquidación del organismo”. Se dio rienda suelta a un revanchismo con un fuerte acento de odio de clase. Se formaron inmensas fogatas en los hogares y policlínicos de la Fundación Eva Perón donde se quemaron miles de libros, frazadas, sábanas, cubrecamas, platos y cubiertos porque lleva- ban el sello de la institución. Decenas de pulmotores fueron destruidos por la misma sinrazón. Pocos meses después, una gravísima epidemia de polio se abatió sobre el país. Muchos chicos argentinos murie- ron por falta de aquellos aparatos y, ante la tragedia consumada, los “libertadores” tuvieron que importar veintiún pulmotores desde los Estados Unidos. Se mandó destruir los frascos previstos para transfusiones que quedaban en los hospitales por contener “sangre peronista”. La Ciudad Infantil, conocida y admirada en el mundo como un ejemplo de contención y educación de la infancia desvalida, fue asaltada y aplastada por los tanques, y sus piscinas fueron cegadas con cemento. El decreto 4161 del 5 de marzo de 1956 pretendió prohibir al peronismo en todas sus formas y expresiones. El último sueño de Eva Perón fue la construcción del Hospital de Niños mejor equi- pado y más grande de Sudamérica, que comenzó a edificarse en un predio de 94 mil hectáreas en el barrio de La Paternal sobre la calle Warnes. Los “libertadores” evaluaron que aquella obra iba a ser un monumento al legado de Evita y decidieron desistir de la construcción del hospital, prefiriendo salvaguardar sus miserias políticas a la atención de salud infantil. El lugar fue abandonado en avanzado estado de construcción y lentamente fue siendo ocupado por familias que lo bautizaron como el “albergue Warnes”. Decía don Arturo Jauretche: “Las mayorías no odian, odian las minorías porque la conquista de derechos produce alegría mientras que la pérdida de privilegios provoca rencor”.