Por Virginia Poblet . En estos tiempos en que se habla de herencias recibidas, hay que tener en cuenta que Raúl Alfonsín recibió un país con un Estado organizado para matar, vigilar y perseguir a los ciudadanos y ausente en todas las otras materias. Como habían reprimido toda protesta social y sindical, la sociedad estaba inmovilizada. El objetivo estratégico de Alfonsín era garantizar la estabilidad democrática que no habíamos podido asegurar desde 1930, y para eso necesitaba democratizar el Estado. Además, había que resolver los problemas de exclusión generados por la dictadura militar”, resume el diputado Leopoldo Moreau, uno de los hombres más influyentes de aquel período y, para muchos, quien mejor encarna el legado de Alfonsín.
–En campaña, Alfonsín decía: “Con la democracia se come, se educa y se cura”. ¿Cuáles fueron, en ese rubro, las políticas que se llevaron a cabo?
–Una de sus preocupaciones fue cómo abordar el hambre en la niñez, que fue parte de la herencia recibida del gobierno militar. Apenas asumió se creó el Plan Alimentario Nacional con el criterio de llegar directamente a los beneficiados. Al frente del PAN, Alfonsín puso a mi ex mujer, María del Carmen Banzas, y a su hermano Fernando Alfonsín. Se hicieron balances proteicos, se designaron agentes PAN y se dividió el país por provincias y regiones. Cada uno de esos agentes era responsable de entregar las cajas, de armar reuniones y llevar adelante tareas subsidiarias, como las compras comunitarias y actividades de estimulación precoz. En las vacaciones, los chicos hacían viajes al complejo Chapadmalal, al que se recuperó porque estaba destruido, a las piletas de Ezeiza… Es decir, se los sacaba del gueto para socializar. Fue un programa sin fisuras que resolvió temas de desnutrición y favoreció la inclusión y la ampliación de derechos. Articulando con la sociedad pero especialmente con el PAN, se llevó adelante el Plan de Alfabetización, de la mano de la profesora Nélida Baigorria, plan que en 1988 ganó el Premio Asociación Internacional de Lectura de la Unesco.
–En 1985 comenzó el Juicio a las Juntas. ¿Cómo fue el proceso para lograr avanzar con los juicios?
–Nos tocó cazar a los represores en la selva, no en el zoológico. Los militares tenían gran parte de los resortes de poder: estaban al mando de las guarniciones, al frente de los servicios policiales y de inteligencia, tuvimos que desarticular todo. Al principio de la gestión se dictaron los decretos de procesamiento a las juntas militares y se modificó el código de Justicia militar. Creamos la Conadep para contribuir a la verdad objetiva y alimentar a la memoria. Sus primeros pasos fueron con dificultades enormes. En Neuquén, por ejemplo, la comisión tuvo que entrar a una guarnición militar saltando los alambrados porque no la dejaban pasar. Por ese entonces, Alfonsín fue a la guarnición militar Córdoba, hizo revista como comandante en jefe y a los cinco minutos estalló una bomba debajo de una alcantarilla por donde había pasado su auto. Hubo que armar una estructura jurídica y cultural diferente. Alfonsín decía: nosotros no tomamos la Bastilla, hicimos la revolución y le cortamos la cabeza al régimen, nosotros llegamos por vía democrática. Al contrario, la Bastilla seguía en manos de estos tipos. En Núremberg hubo un bando que ganó la guerra y llevó adelante los juicios, nosotros no le habíamos ganado la guerra a nadie, hicimos todo dentro del marco de la ley y de la Constitución.
–Además se cortó con un historial de militares dentro de la democracia.
–Absolutamente. En las dictaduras anteriores en general había militares al frente y civiles en la mayoría de los cargos. En la última, las tres fuerzas armadas se repartieron el poder, era una corporación militar con dominio del aparato estatal, como ahora los CEO acrecentaron su poder porque gobiernan los aparatos del Estado. Y lo hicieron con la complicidad de la corporación eclesiástica, salvo honrosas excepciones. El gobierno de Alfonsín tuvo que desarmar el aparato represivo y una concepción autoritaria de la historia y de la vida social. En ese camino fuimos con la Ley de Divorcio y sancionamos otra ley que molestó todavía más a la cúpula eclesiástica: la Patria Potestad Compartida. Una cosa más patriarcal que esa, imposible. Y estaba la corporación económica, que fue con la que no pudimos.
–¿Por qué no pudieron con la corporación económica?
–Además de la enorme deuda pública estaba la deuda privada que Cavallo estatizó sobre el final del gobierno militar, que incluyó la deuda de la familia Macri, algo que va a terminar ocurriendo ahora. Todos hablamos de la deuda externa pública, pero hay grupos privados que han asumido una deuda muy grande en dólares y van a tratar de que la paguemos nosotros. En aquella época también se desplomaron los precios de los grupos primarios. Todos esos factores, más errores de instrumentación económica, llevaron a que no se pudiera resolver la crisis. En 1987, el gobierno empezó a transitar una etapa de debilidad política y los factores económicos presionaron para que se hiciera lo que después hizo Menem: una privatización indiscriminada. Los acreedores externos presionaban para pagar las empresas públicas –privatizarlas– con los bonos de la deuda, el famoso Plan Brady. Alfonsín se negó y en 1989 llevaron adelante el golpe de Estado económico que jaqueó al gobierno y provocó la hiperinflación.
–En el resto de Latinoamérica no se enjuició a los militares, hubo amnistías.
–Por eso ahora en Brasil el poder militar ha vuelto a tener un protagonismo enorme. Ahí no se ejercitó memoria, verdad y justicia. En Uruguay se hicieron dos plebiscitos y los dos salieron a favor de la amnistía. En Chile, Pinochet fue senador vitalicio en democracia. Si nosotros no hubiéramos hecho la Conadep y la sociedad no se hubiera asomado a los campos clandestinos, a los vuelos de la muerte, no habría una conciencia social desarrollada en ese aspecto, sería una cuestión de minorías vinculadas a la defensa de derechos humanos.
–De todos modos hay un gran crecimiento de odios.
–Esa es otra cuestión. Al enano fascista, como lo llamábamos, lo tuvimos adormecido entre 1983 y 2015. De ahí en adelante lo han reanimado porque el partido que nos gobierna se convirtió en el partido del odio. Es un gobierno que no tiene nada para mostrar en materia económica y social que no sea destrucción, miseria, desocupación, desinversión, endeudamiento. Entonces la única manera que tiene de sostenerse es alimentando el odio a las minorías, a los jóvenes, a los opositores, a los kirchneristas.
–¿Qué fue lo que lo llevó a acercarse al kirchnerismo?
–Me fui del partido para seguir siendo alfonsinista e yrigoyenista. Si me hubiera quedado en el radicalismo hoy no sería ninguna de las dos cosas ni estaría militando en el campo nacional y popular, estaría apuntalando a un gobierno de ultraderecha, conservador y neoliberal. Lo que me atrajo fue que en algunos casos implicaba una continuidad y ampliación de las políticas que habíamos iniciado en el alfonsinismo, y en otros, coincidía con lo que reclamábamos durante el menemismo. Así como nosotros ampliamos derechos con las leyes de Divorcio y la Patria Potestad Compartida, Néstor y Cristina lo hicieron con las leyes de Matrimonio Igualitario y de Identidad de Género. En política exterior coincidimos con la idea de la Patria Grande. En cuanto a derechos humanos, a pesar de que nosotros tuvimos que avanzar con las leyes de Punto Final y Obediencia Debida, ellos retomaron los juicios a los genocidas que no habían sido juzgados. También ejecutaron políticas que reclamábamos en la década del 90, como la estatización de las AFJP.
–¿Qué le pasa con los políticos que formaron parte del gobierno de Alfonsín que ahora están con Cambiemos?
–Me da mucha pena que estén motivados por la filosofía del carguismo. La política se apoya en principios, no en cargos. Creo que también están guiados por el odio, por el antikirchnerismo bobo. Como no tienen un proyecto de país se montan sobre la política del odio.
Fotos: Rocío M. González