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Caras y Caretas

           

Rebelde y revolucionaria

La poeta Diana Bellessi analiza la obra de Alfonsina Storni, su impacto, su presente y su vida. Y detalla por qué primero le causaba rechazo y ahora le genera tanta atracción.

Por Virginia Poblet. Sobre una calle atravesada por colectivos ensordecedores, en ese espacio donde Pacífico aún no se convirtió en Palermo Hollywood, se perciben reminiscencias del viejo Palermo. Reformadas, resisten en su identidad algunas típicas casas de principios del siglo XX, mientras otras, abandonadas, pronto serán reemplazadas por la avidez inmobiliaria que arma velozmente torres vidriadas de construcciones sin alma. Ahí, escondida, se abre una puerta de dos hojas de un edificio bajo y modesto para los cánones de la época en que fue erigido, allá por la década de 1940, pero suficientemente fuerte como para acallar los ruidos de los actuales y ajetreados días urbanos. Al fondo, otra puerta descubre un refugio luminoso de madera y libros, de objetos y máscaras, de dos perros pequeños y lanudos que al corretearse desparraman piedras y caracoles de una cajita de recuerdos, y que invitan a adentrarse a un patio de baldosas y plantas profusas donde reinan unas verbenas naranjas y un juego de mesa y sillas de hierro blanco. Y si aún persisten resabios de la ansiedad cotidiana, Diana Bellessi, dueña de esta casa, reconocida poeta clave dentro de la literatura nacional, ganadora de las becas Guggenheim y Fundación Antorchas, galardonada por la Feria del Libro de Buenos Aires y el Premio Nacional de Poesía 2011 por Tener lo que se tiene y merecedora del Premio Democracia a la Literatura, entre muchos otros reconocimientos, se ocupará de erradicarlos, entre mates y charla, para instalar el tiempo sin apuros de la poesía.

Bellessi, poeta, libre, que recorrió América a pie, sola, con una mochila al hombro, que responde, cuando le dicen feminista, “debo serlo”, por el solo hecho de que le molestan las etiquetas, bien podría haber sido admiradora desde el primer momento de Alfonsina Storni. Por eso sorprende que el prólogo de su antología Ésta es mi Storni comience con la confesión: “Nunca fui una buena lectora de Alfonsina Storni” y que percibiera hacia ella, dice, una relación compleja, entre rechazo y atracción.

–¿Qué era lo que le causaba esa dicotomía en la obra de Storni?

–Me causa ahora rechazo y atracción. Antes me causaba sólo rechazo, porque sus poemas más famosos son casi todos una porquería. Los más hermosos son los que están ocultos dentro de ciertos libros que son preciosos, como por ejemplo Mundo de siete pozos. Ahí uno se da cuenta por qué Alfonsina Storni es quien es, pero no por lo que la ha impulsado a la fama.

–Sin embargo, en su antología están presentes algunos de los más conocidos, como “Hombre pequeñito” y “Tú me quieres blanca”.

–Los cito para que se vea que son mucho mejores los otros. Aunque “Hombre pequeñito” me pareció muy interesante cuando lo leí fuera de la orla que rodea a la poeta Storni. Encontré muchos poemas magníficos cuando me olvidé de Alfonsina Storni y los leí como si fueran de una poeta contemporánea. El problema aparece cuando los leés a modo de piezas arqueológicas, buscando a la persona que escribió tal cosa. Hay que leerlos para que funcionen en la contemporaneidad de tu vida y de tus posturas. Y ella resiste eso, es magnífica. Pero para eso es preciso leer su obra completa con mucho cuidado.

–Si sólo sentía rechazo, ¿por qué aceptó hacer esta antología?

–Porque me ofreció hacerla mi amigo Javier Cófreces y no quería negarme. Hoy se lo agradezco y me critico a mí misma por no haberla descubierto antes. Al aceptar este ofrecimiento, descubrí a una gran poeta. Es la lectura paciente, otorgándole el tiempo que exige la poesía, lo que te da la oportunidad de descubrirla. El reconocimiento que le dieron a Alfonsina fue poco en relación con lo que ella se merece, porque en el momento en que la aplaudieron como a una grande no tenía nada para que la aplaudieran. Me refiero a que los festones de la sociedad iban en contra de quien era Alfonsina, una cabecita negra, madre soltera, y que la hayan señalado como una grande quiere decir que rompió esos festones.

–Sus poemas juegan entre dualidades, entre abismos y desesperanza, entre ilusión y hambre de deseo.

–La dualidad está en que vivió y murió como una grande, y se ve que por momentos no quería serlo: quería ser una mujer como todas. Si todavía nos pasa a nosotras, hay que pensar lo que debe de haberle pasado a ella. Alfonsina fue actriz de circo cuando era muy jovencita, hizo cosas extraordinarias que nadie hacía, y ella no había nacido en una familia circense: fue hasta allí. Además, era una cabecita negra que devoró libros y se convirtió en una persona sumamente inteligente, algo que se da a lo largo de la historia: el que menos tiene se convierte en el que más tiene. Miraba su tiempo como lo podríamos ver nosotras ahora.

–Era una avanzada.

–Debe de haber habido muchas mujeres con esa mirada, algunas de clase alta; otras, cabecitas negras como Alfonsina. Las Ocampo tampoco miraban al mundo con complacencia. El hecho de que pudieran llegar a ser mujeres letradas, que gracias a los anarquistas de principio del siglo XX muchas aprendieran a leer y escribir, aunque fueran personas de segunda porque no podían votar, las llevó a ser contemporáneas. Yo no diría que Alfonsina era una mujer de avanzada. No me gusta ese concepto porque te lleva a viejos cánones. No. Ella era una mujer de su tiempo, que puede ser leída en mi tiempo, como pares.

–Entonces, es un clásico.

–Exacto. La forma es lo que hace al arte, amén de que tengas una emoción atenta a lo que suceda a tu alrededor. El arte es muy duro de aprender, no cualquiera escribe un buen libro, ni siquiera uno más o

menos. Hay mucho que trabajar, y en el caso de la poesía, son sus formas: esos endecasílabos perfectos en seis y once que tiene Alfonsina, o esa manera loca que tuvo de entrar en la vanguardia en Los siete pozos o en Mascarilla y trébol. Ella surge dentro del modernismo, que fue la segunda gran revolución de la lengua castellana. El modernisrmo toma la Edad de Oro y la vuelve a poner en funcionamiento de otra manera, con las lenguas locales de los países americanos. Lo hace Rubén Darío con los cisnes, las cigüeñas y otros emplumados. No lo hace por el significado, sino por el sentido que adquiere, por el sonido, y le agrega significado. El poema “Odio” lo hace:“Odio tremendo, como nada fosco/ Odio que truecas en puñal la seda,/ Odio que apenas te conozco/ Queda”. Esa palabrita suelta al final, lo que elige para construir el poema, la palabra “fosco”… La última estrofa llena mi corazón: “Odio que apenas te conozco”, y sin embargo, ¡cómo lo conoce! Porque, pobrecita, al haber vivido en esa época debe de haber despertado mucho odio esta mujer. Pero no se podía quedar a vivir en el modernismo, y lo abandona. En los últimos 30 años les hemos dicho adiós a las vanguardias. Parte de la mejor poesía de mi tiempo está escrita en contra de la vanguardia, en un retorno a las tradiciones de versificación. Es algo que todos deberíamos aprender desde niñitos con un bastón que nos golpea la cabeza, pero ahora no nos golpean en la cabeza ni nos dan a leer un poema, ninguna de las dos cosas.

–En el prólogo de Ésta es mi Storni también dice que Alfonsina era una rebelde que no se volvió revolucionaria.

–No achiquemos la palabra “rebeldía” frente a la revolución. “Voy a tener un hijo sin que él tenga un padre y sin que yo tenga un marido” es una rebeldía que dura la vida entera. No es una palabra de morondanga. Ser revolucionaria es muy importante para ciertas cosas, pero no para otras. Para el arte, lo importante es ser rebelde. Ella era una revolucionaria en la forma en que escribía sus poemas.

–Tampoco era manifiestamente feminista, pero sí lo eran su poesía y su forma de vida.

–No era militante porque le toca vivir un período en el que el feminismo se va al fondo del tacho. Después resurge con Evita. Se atrevió a tener amantes públicamente, algo maravilloso para esa época y muy duro para una mujer. La historia sube y baja. Ahora estamos en la tercera ola, con las chiquitas que están con el pañuelo verde, que son divinas, aunque repiten lo que escuché hace 50 años porque se había olvidado. Esperemos que haya alguna novedad. Las hubo, y muchas, en los 60 y 70. A Alfonsina le hubiera encantado vivir en esa época. Capaz que no se hubiera suicidado, pero lo hizo porque se iba a morir, para no pasar por ese calvario. Y no estuvo mal, estuvo divina.

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