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Caras y Caretas

           

Entre la fábrica y el hogar

Las primeras legislaciones que regularon el universo laboral femenino surgieron al calor de las luchas de las activistas feministas, socialistas, anarquistas e incluso las que integraban la beneficencia. Siempre tironeadas por lo que llamaron la “doble opresión”.

Hoy, 2024, podemos decir sin temor a equivocarnos que las mujeres siempre trabajaron. Podrá haber dudas sobre sus tareas, pero su protagonismo en las actividades económicas no resiste ninguna crítica. Diferentes escuelas feministas, los estudios de género y las ciencias sociales nos enseñaron las dimensiones que alberga el concepto “trabajo” desde sus aspectos productivos hasta los reproductivos pasando por los formativos, los emocionales y las conciliaciones temporales. Asimismo, la historia nos inició en los problemas que la relación trabajo y mujer desplegó a lo largo del tiempo.

Dentro de ellos, esta columna se detendrá a principios del siglo XX, cuando la Argentina afianzó su proceso de desarrollo capitalista que incluía, entre muchas características, la expansión de un mercado de trabajo urbano donde la participación de las mujeres despertó la preocupación social y abundantes diagnósticos. A pesar de que las ocupaciones desempeñadas por ellas fueron numerosas, la obrera acaparó el centro de todas las inquietudes, producto de las pésimas condiciones laborales como extensas jornadas, espacios insalubres y, muy particularmente, la violencia sexual de empleadores y supervisores, cuando no compañeros varones, unos niveles salariales más escuetos que los de por sí miserables jornales masculinos y la irremediable ausencia del mundo doméstico.

LA DOBLE OPRESIÓN

En este escenario, tempranamente se escuchó a un grupo de mujeres anarquistas denunciar la “doble opresión” que sufrían. Por un lado, frente al patrón, pero también frente al marido. En el periódico La voz de la mujer (1896-1897) exigieron “[su] parte de placeres en el banquete de la vida”. Para ello, llamaron a la movilización y organización e interpelaron a las obreras a activar por sus reclamos.

Los socialistas también se preocuparon por la organización de las mujeres. Para ello, impulsaron el Centro Socialista Femenino (1902), donde actuaron, entre otras, Fenia Chertkoff de Repetto, Mariana Chertkoff de Justo, Adela Chertkoff, Gabriela Laperrière de Coni, Justa Burgos Meyer, Raquel Messina, Raquel Camaña y Teresa Maudi. Gabriela Laperrière de Coni publicó varios artículos sobre la condición del trabajo femenino en el diario La Prensa, donde sus tempranas denuncias sobre las adversas condiciones laborales de mujeres y niños en los establecimientos industriales se nutrieron de las observaciones directas que, como inspectora municipal, realizara para el gobierno de la ciudad de Buenos Aires. Laperrière de Coni señaló que la jornada laboral de las mujeres era más extensa que la de los varones porque ellas sumaban el trabajo de la casa al trabajo de la fábrica.

De hecho, tan precisas mostraron ser sus observaciones que muchas fueron retomadas por el diputado Alfredo Palacios para la redacción del proyecto legislativo que finalmente reglamentó el trabajo femenino asalariado (Ley 5.291, de 1907). Esta ley sancionó la protección de las trabajadoras madres al establecer una licencia de treinta días luego del alumbramiento y la obligación de instalar guarderías en los establecimientos industriales (“salas cunas”). El cumplimiento de la medida fue muy limitado y las socialistas exigieron su implementación.

POR LA IGUALDAD DE DERECHOS

Asimismo, en el Congreso Patriótico de Señoras (1910), organizado por las mujeres de la beneficencia, Celia Lapalma de Emery, vocera del catolicismo, manifestó su preocupación por defender a la mujer obrera y celebró la citada legislación que reglamentaba el trabajo de las mujeres. Pero fue en el Primer Congreso Femenino Internacional (1910), organizado por mujeres universitarias cuyas participantes se identificaron con la causa de la “emancipación de la mujer”, que la exigencia del efectivo cumplimiento de la reglamentación del trabajo femenino asalariado integró las conclusiones del evento. Allí, Fenia Chertcoff de Repetto llevó la postura del Centro Socialista Femenino. Cuando se debatió si la jornada laboral de las mujeres en las fábricas debía ser más corta que la de los varones porque ellas eran responsables de las tareas domésticas y de la atención de las y los hijos y sus maridos, surgieron voces a favor de la reducción de la jornada. Sin embargo, terminaría por imponerse lo contrario. Fue la médica Elvira Rawson de Dellepiane quien lo justificó: “Desde el momento que gestionamos igualdad de derechos cabe aceptar igualdad de deberes”. En este encuentro, también se aprobó la moción de que las mujeres debían tener acceso a la educación y la capacitación profesional para adquirir saberes y destrezas con los cuales poder participar en mejores condiciones dentro del mercado laboral que diversificaba su oferta ocupacional, tal como lo estudió otra socialista, Carolina Muzzilli, en su informe de 1913. El tiempo demostraría que la educación y la capacitación profesional eran necesarias, pero no suficientes, porque las brechas de género se actualizaban de manera constante.

A principios del siglo XX, la presencia femenina asalariada conformó la punta de un ovillo que contenía el trabajo doméstico y el cuidado de personas dependientes. Quienes denunciaron la “doble opresión” de las mujeres, quienes señalaron las diferentes tareas que consumían los tiempos de las mujeres, quienes defendieron la reglamentación de la trabajadora madre, quienes apostaron a la participación en el mercado en ocupaciones de mayor jerarquía no pusieron en entredicho la conciliación de tareas que caían sobre tiempos, cuerpos, energías y emociones de mujeres. Sin embargo, todas aquellas voces con notables modulaciones persiguieron la equidad. Además, afortunadamente, nos permiten rescatar el protagonismo femenino en las sociedades pasadas.

Escrito por
Graciela Queirolo
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