“Derechos humanos al Parlamento”, un deseo de memoria, verdad y justicia sintetizado en la propuesta de Augusto Conte, candidato a diputado nacional por la Democracia Cristiana porteña en las elecciones del 30 de octubre de 1983. La frase encabezaba la solicitada publicada por la prensa escrita en la que figuraban las adhesiones de un heterogéneo grupo de personalidades, en su mayoría del ámbito de la cultura.

No era extraño que dirigentes del movimiento de derechos humanos dieran su respaldo a la postulación de Conte, integrante de la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos (APDH) –donde había llevado su angustia e impotencia ante la desaparición del mayor de sus cinco hijos, Augusto María– y del Centro de Estudios Legales y Sociales (CELS), que ayudó a fundar en 1979. En esa solicitada aparecían, además de Emilio Mignone y Alfredo Galletti –ambos del CELS–, el premio Nobel de la Paz y presidente del Servicio Paz y Justicia (Serpaj), Adolfo Pérez Esquivel, y uno de sus colaboradores, Claudio Lozano.
Lo significativo era la diversidad de voluntades, con distintas ideologías y confesiones, que abrazaron la causa de aquel padre de la Plaza de Mayo. Había escritoras, escritores y ensayistas –Carlos Altamirano, José Aricó, Osvaldo Bayer, Griselda Gambaro, Noé Jitrik, Bernardo Kordon, Josefina Ludmer, Enrique Medina, Guillermo O’Donnell, Ricardo Piglia, Ernesto Sabato, Hilda Sabato, Osvaldo Soriano y Hugo Vezzetti–; periodistas –Orlando Barone, Gabriel Levinas, José María Pasquini Durán, Herman Schiller, Carlos Ulanovsky y Eduardo Van Der Kooy–; actrices y actores –Cristina Banegas, Dora Baret, Héctor Bidonde, Luisina Brando, Carlos Andrés Calvo, Julio Chávez, Víctor Laplace, Arturo Maly, Oscar Martínez, Cipe Lincovsky, Lautaro Murúa, Boy Olmi, Susú Pecoraro, Ana María Picchio, María Luisa Robledo, Soledad Silveyra, Miguel Ángel Solá, Pepe Soriano y María Vaner–; compositoras –Eladia Blázquez y Leda Valladares–; dramaturgos y dramaturgas –Roberto Cossa, Hugo Midón, Carlos Somigliana y Laura Yusem. También suscribieron el cineasta Alejandro Doria, el editor Boris Spivacow y el arquitecto Clorindo Testa.
Sobre el cierre de la veda electoral, otra solicitada, que llevaba la firma de Conte, resumía su compromiso con el movimiento de derechos humanos en cinco líneas de trabajo que serían llevadas al Parlamento si resultaba electo: la creación de una comisión bicameral, asistida por los organismos de derechos humanos, para investigar los delitos cometidos durante la dictadura cívico-militar; la renovación del Poder Judicial y derogación de la ley de autoamnistía, a la que declararía nula e inconstitucional; “el conocimiento insoslayable de la verdad”: exigir al poder militar que libere a “los desaparecidos que se encuentren con vida” y entregue a las autoridades democráticas la documentación sobre desapariciones y muertes; la liberación de los presos políticos y gremiales; y la suscripción de los tratados internacionales sobre defensa de los derechos y las libertades individuales, y la adhesión al principio que considera que la desaparición forzada de personas es un crimen de lesa humanidad.
Conte vivió desgarrado por la dolorosa convicción de que su hijo Augusto María había sido asesinado por el terrorismo de Estado en 1976 mientras hacía el servicio militar obligatorio.
Su esposa, Laura Jordán Arana, su compañero demócrata cristiano Néstor Vicente y el escritor Osvaldo Bayer describieron el drama sufrido antes, durante y después de la desaparición de Augusto María, estudiante de Economía, trabajador del PAMI y militante de la Juventud Peronista. Los relatos repasan el allanamiento del departamento familiar previo a su incorporación al servicio militar en la Base Aeronaval de Punta Indio; el debate acerca de la posibilidad de no presentarse, partir hacia el exterior o pasar a la clandestinidad; las entrevistas de Conte padre con varios jerarcas militares y civiles para preservar la vida del muchacho y la culpa por haber creído en sus palabras falsas.
Con Cristo a la izquierda
“¡Milicos,/ cuidado,/ Conte diputado!”. El grito juvenil se multiplicó durante una campaña electoral desarrollada con esfuerzo, con escasos recursos económicos, a pura militancia, que se traducía en ganar seguidores para una causa épica: lograr una banca a pesar de la polarización entre radicales y peronistas.
Humanismo y Liberación, el sector de la Democracia Cristiana al que pertenecía Conte, representaba la izquierda del partido y fue creciendo en la Capital Federal con una afiliación a pulmón de gente que no era de la DC –desde ateos y judíos, hasta apartidarios y comunistas–, pero que admiraba las convicciones y la capacidad de trabajo de aquel abogado de 57 años. Las visitas abarcaron también a familiares de detenidos-desaparecidos. Algunos conocían el drama sufrido por Conte y que, junto con Mignone, había escrito “El caso argentino: desapariciones forzadas como instrumento básico y generalizado de una política. La doctrina del paralelismo global”, un documento precursor difundido en un foro internacional en 1981.
Néstor Vicente cuenta en su libro Augusto Conte. Padre de la Plaza que él le propuso que se presentara como precandidato. Conte consultó con su esposa, sus hijos, sus amigos y los dirigentes de su espacio y todos lo instaron a que asumiera el desafío. Casi a la par tomó otra decisión relevante: abandonar la herencia del “Mac Donell” paterno, la segunda parte de su apellido.
La campaña se puso en marcha. La base de operaciones funcionó en la “casa 10” de un viejo edificio de avenida Rivadavia y Pasco, a pocas cuadras del Congreso. Pero Conte no lanzó su precandidatura en territorio porteño; eligió Neuquén, la diócesis del obispo Jaime de Nevares –”el más grande de los argentinos de hoy”–, por considerarla “la capital de los derechos humanos”. La victoria en los comicios internos se convirtió en un nuevo impulso. En ese reto lo acompañó otro padre de la Plaza, Enrique Fernández Meijide, como aspirante a senador nacional.
Su antiperonismo –ocupó el cargo de secretario general del Ministerio de Educación durante la primera etapa de la “Revolución Libertadora”– fue un pecado de juventud. Su maduración ideológica lo llevó a sumarse al Frejuli en 1973 como subsecretario de Ambiente Humano y director del Banco Nacional de Desarrollo. En la nueva etapa abierta una década después, creyó necesario que la DC concretara un frente electoral con el Partido Intransigente, liderado por Oscar Alende, pero su deseo de conformar un espacio amplio de centroizquierda chocó contra la jerarquía partidaria.
El cierre de la campaña de la DC porteña, una semana antes de las elecciones generales, se celebró en Parque Lezama. Ese “Encuentro por la vida” reunió a León Gieco, Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota, Miguel Abuelo, Celeste Carballo, Fontova Trío y la murga uruguaya Por la vuelta. La conducción del acto la compartieron Soledad Silveyra y Miguel Ángel Solá. Allí Conte ratificó que su primera propuesta como diputado sería la creación de una comisión bicameral para investigar el terrorismo de Estado.
Recién sobre el final de la jornada histórica del 30 de octubre, con el recuento de los últimos votos, Conte pudo festejar su ingreso al Parlamento. El corte de boleta había sido contundente: en Capital, la fórmula presidencial de la DC, Francisco Cerro-Arturo Ponsati, reunió poco más de 3.600 votos, mientras que la lista de diputados obtuvo casi 74 mil.
Una hoja de ruta necesaria
El trabajo de Conte se multiplicó durante 1983, en sintonía con la expansión de su figura pública. La labor del político se enlazaba con la del abogado defensor de los derechos humanos. En marzo fue uno de los oradores del acto en conmemoración del triunfo del Frejuli, celebrado en el estadio de Atlanta; al mes siguiente participó de la presentación del libro Las locas de Plaza de Mayo y en mayo habló en el cierre de la marcha de repudio al “Documento final” de la dictadura. También dijo presente en la manifestación contra la autoamnistía, la segunda Marcha de la Resistencia y la concentración frente a la cárcel de Villa Devoto en reclamo de la liberación de los presos políticos. El asesinato de los militantes peronistas Osvaldo Cambiaso y Eduardo Pereyra Rossi lo tuvo como abogado interviniente en representación del CELS.
“Al lado de mi casa hay una chica que está en un negocio, a la que veo desde hace siete años; el otro día le compré cigarrillos y me agarró la mano. Le pregunté por qué me hacía ese mimo, y me dijo: ‘Porque yo a ustedes hace años que los estoy mirando con mucho cariño y mucha admiración’. Eso antes no hubiera ocurrido; son las maravillas que nos da esta Argentina tan decaída aparentemente”, relataba en una entrevista en la revista Humor.

Su actuación en la reapertura política se vio reflejada en los medios de comunicación –en especial en la prensa escrita–, a través de notas y entrevistas. También colaboró con columnas de opinión en las revistas El Porteño y Paz y Justicia.
La alegría por el triunfo electoral duró poco. Conte sufrió su primera decepción en el Congreso a los pocos días de asumir. Su proyecto para crear una comisión bicameral investigadora del terrorismo de Estado –apoyado por los diputados del PI– naufragó frente a la decisión del presidente Raúl Alfonsín de conformar un cuerpo de notables: la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas (Conadep).
En 1987, poco antes de finalizar su mandato, renunció a su banca. Su salud estaba deteriorada y aumentaba su depresión. La debacle del gobierno radical, los alzamientos carapintada, las leyes de Punto Final y Obediencia Debida, el afianzamiento del menemismo y los indultos terminaron por derrumbarlo y configuraron un cuadro desolador para el movimiento de derechos humanos. Su último intento por reconstruir una propuesta política quedó plasmado en el documento “Hoja de ruta para un nuevo proyecto nacional y popular”. El desaliento lo empujó al suicidio en el verano de 1992.
Una frase hecha, que muchas veces se repite de manera bienintencionada, suele pontificar que Alfonsín es “el padre de la democracia”. Más allá de la centralidad ocupada por el líder radical en la etapa de la transición, es necesario construir paternidades y maternidades democráticas amplias y colectivas. En esa reformulación, sin duda, debe incluirse a Augusto Conte, uno de los imprescindibles en ese período trascendental de la vida argentina.