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Caras y Caretas

           

Mosconi y la creación de YPF

Primer director de la compañía estatal, el militar fue uno de los principales impulsores de la industria petrolera en el país, y debió enfrentar poderosos intereses locales y extranjeros en defensa de la soberanía de este valioso recurso energético.

El 3 de julio de 1922, bajo el gobierno de Hipólito Yrigoyen, se firmó el decreto que dio lugar al nacimiento de Yacimientos Petrolíferos Fiscales (YPF). El general Enrique Mosconi fue el principal impulsor, en los años 20 del siglo pasado, de la industria petrolera en el país. Representaba a un amplio sector del Ejército que, a contramano de la elite civil, bregaba por un control nacional de las industrias estratégicas.

El petróleo había adquirido por esa época una mayor relevancia en la vida económica y política del país, respondiendo a las necesidades creadas por la creciente demanda de actividades industriales que habían sobrevivido a la posguerra y a la expansión del mercado automotor. Si en 1922 las toneladas de petróleo importadas representaban el 41 por ciento de las de carbón, en 1928 habían pasado a significar el 53 por ciento.

Este movimiento corría en paralelo a la disputa entre los ferrocarriles ingleses y los automóviles estadounidenses, mientras la Argentina dependía cada vez más del aprovisionamiento externo de ese insumo básico.

Mosconi había realizado misiones militares en Alemania que le permitieron observar las necesidades que demandaba la incursión en un conflicto bélico y, de vuelta en el país, en 1915, se desempeñó como subdirector general de Arsenales de Guerra, contribuyendo a forjar su pensamiento en la materia. Al asumir el cargo de director de YPF bajo el gobierno del presidente Alvear, declaró que “la independencia del año 1810 debe ser integrada con la independencia de nuestros cañones”.

La inauguración de la primera destilería de la empresa estatal en La Plata, el 23 de diciembre de 1925, permitió que la producción de petróleo en territorio nacional se viera sensiblemente acrecentada.

En consecuencia, la producción nacional se elevó más de cuatro veces entre 1921 y 1930. Pero la demanda no se quedaba atrás y, por ejemplo, entre 1923 y 1928, el consumo total de nafta creció de 213.998 metros cúbicos a 965.118 metros cúbicos, según el Anuario Geográfico Argentino de 1942.

Mosconi estaba convencido de la necesidad del control nacional sobre el recurso en cuestión. Su posición derivaba de su propia experiencia, que lo condujo a asociar el desarrollo petrolero, la industrialización y la soberanía dentro de una visión estratégica. Como subdirector del Arsenal de Guerra reconoció el compromiso que suponía la dependencia del armamento importado, en tanto que como director del Servicio Aeronáutico del Ejército afrontó la negativa por parte de una empresa extranjera a venderle combustible a menos que el Ejército pagara por adelantado.

TIRONEOS POR EL ORO NEGRO

Las políticas de YPF encontraron la oposición más enconada en los núcleos conservadores de las provincias petroleras, superponiéndose la rivalidad entre Buenos Aires y el interior con la de conservadores y radicales y originando un conflicto que tuvo su epicentro en la provincia de Salta, donde la Standard Oil tenía importantes concesiones, que quería conservar. El caso se resolvería en 1932, ya derrocado el gobierno radical, en la Corte Suprema, que fallaría en favor de la compañía estadounidense.

Ante el hecho de que el mercado se hallaba en manos de compañías extranjeras y los precios eran fijados por las firmas importadoras, el mismo Mosconi provocó una de las grandes controversias de la época cuando en 1929 propició una reducción progresiva de los precios de la gasolina y el kerosene por parte de YPF (que disponía de un 15 por ciento de mercado), y estableció valores uniformes para el conjunto del territorio nacional.

Para evitar el desabastecimiento por parte del resto de las compañías y de los importadores y, de ese modo, forzar a que lo siguieran, con el riesgo de perder sus mercados en caso de oponerse, Mosconi se aseguró el aprovisionamiento de petróleo ruso gracias a un pacto comercial firmado con la Unión Soviética ese mismo año. Fueron tres rebajas sucesivas (en agosto y noviembre de 1929 y enero de 1930) que obligaron a las empresas privadas a hacer lo propio.

Las empresas petroleras extranjeras denunciaron como dumping las importaciones de combustible soviético, pero no tuvieron otra alternativa que plegarse a la reducción de precios dispuesta por YPF o perder el mercado argentino. Esta estrategia de YPF contrariaba las bases del acuerdo alcanzado en septiembre de 1928 por la Royal-Dutch Shell y la Standard Oil de New Jersey (al que se sumó la Anglo-Persian), que estipulaba la distribución entre ellas de los mercados. Se ponía de ese modo un freno a la competencia de precios que había tenido lugar en los meses previos, contribuyendo también a ampliar la participación de YPF en el mercado local. Estas decisiones beneficiaron a los consumidores y lograron disminuir los costos del transporte.

Se dice que el golpe de Estado de septiembre de 1930, que derrocó al gobierno de Yrigoyen, tenía “olor a petróleo”: llamativamente, el gabinete del general Uriburu contará con la notoria presencia de sectores ligados a los intereses petroleros. Esto tornó difícil las tareas de Mosconi, que el 9 de septiembre de 1930 presentó su renuncia indeclinable al cargo, al tiempo que era detenido por las nuevas autoridades del país después de haber participado en el intento de resistencia al golpe cívico-militar.

Luego de ser liberado y de negarse a colaborar con el régimen, fue nuevamente apresado el 6 de diciembre, acusado de “comunista” y de formar parte de intrigas para deponer al gobierno de facto. Para alejarlo del país lo enviaron a Europa, de donde retornó bajo el gobierno de Justo, cuando le fue asignada la Dirección de Gimnasia y Tiro. Afectado por una hemiplejia que padecía desde algunos años antes, pidió pronto el pase a retiro y el tiempo del que disponía lo destinó a escribir un libro, El petróleo argentino, que fue premiado con medalla de oro por parte de la Academia de Artes y Ciencias del Brasil. Falleció el 4 de junio de 1940, a los 63 años, en una casa adquirida mediante un préstamo del Banco Hipotecario, del cual aún restaba cancelar algunas cuotas.

Escrito por
Mario Rapoport
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