Un poco en broma, un poco en serio, el semiólogo Raúl Barreiros ensayaba un “identikit político” del electorado a dos meses de los comicios del 30 de octubre de 1983,a partir de las categorías “Lectura”, “Trabajo”, “Diversiones”, “Estudios”, “Club de fútbol”, “Enfermedades” y “Hábitos sexuales”, entre otras. Según su análisis, el peronista leía Crónica, Tiempo Argentino, La Voz y Palermo Rosa; el radical, Clarín, Tiempo Argentino y Humor; el intransigente, El Porteño y Gente; el comunista, La Voz y Qué Pasa; el demócrata cristiano, Esquiú y L’Osservatore Romano; y el liberal-conservador, La Nación y La Prensa.
Barreiros, que en plena dictadura estimuló al golpeado ámbito intelectual con el lanzamiento de la revista Medios & Comunicación, hacía esa clasificación en el primer número del quincenario Feriado Nacional, una aventura de un grupo de hombres (las mujeres eran solo un puñado) de la cultura vinculados al peronismo. Su conductor, el periodista Martín García, se ilusionaba con socavar la hegemonía de Humor Registrado (tal su nombre completo) –la más vendida del año junto con Gente–, orientada hacia el alfonsinismo por su director editorial, Andrés Cascioli. El objetivo: apuntalar la candidatura de Ítalo Lúder.
Las expectativas de García y su equipo (Roberto Fontanarrosa, Caloi, Alejandro Dolina, Juan Sasturain, Rep, Otelo Borroni, Alejandro Pont Lezica, Álvaro Abós y Eduardo Maicas, entre otros) eran altas: la tirada del primer número fue de 45 mil ejemplares, pero solo se vendieron 12 mil. Humor, en aquel septiembre, arrasaba con 175 mil.
“Vuelven las malas costumbres” era el único título del número inaugural. El grupo impulsor pensaba que el peronismo, esa “mala costumbre”, iba a volver al gobierno. Ni el peronismo pudo regresar a la Casa Rosada ni la revista pudo soportar la derrota electoral. Solo salieron once números. El 5 se ganó un lugar en la historia: su contratapa, dibujada por Félix Saborido, instaló la pregunta “¿Dónde está Oesterheld?”enarbolada en una pancarta llevada por los personajes del creador de El Eternauta durante una manifestación.
Rivales y hermanos
En aquella clasificación de Barreiros, el lector de La Nación estaba identificado con la Unión del Centro Democrático (UCD), del economista Álvaro Alsogaray. Sin embargo, las paradojas de la política indicaban que el matutino fundado por el general Bartolomé Mitre era el preferido de Raúl Alfonsín cada mañana y que, dentro de la estructura de la empresa periodística, ocupaba un cargo relevante el militante radical Julio César Saguier, a quien el líder de la UCR había elegido para ocupar la intendencia porteña, en tiempos en que el jefe capitalino era un delegado del presidente. La muerte repentina de Saguier, en 1987, posibilitó la llegada del referente de la Junta Coordinadora Facundo Suárez Lastra, a punto de cumplir 33 años.

Saguier, que había ocupado la Dirección General de Asociaciones Profesionales del Ministerio de Trabajo durante el gobierno de Arturo Illia, acompañó a Alfonsín desde la fundación del Movimiento de Renovación y Cambio. Por estar casado con la accionista de La Nación Matilde Ana María Noble Mitre –bisnieta del ex presidente Mitre y sobrina del fundador de Clarín, Roberto Noble–, pudo acceder a la vicepresidencia de Papel Prensa y al directorio de la agencia informativa Diarios y Noticias (DYN). Ambos emprendimientos tenían como socios a La Nación y Clarín.
En aquel año en que los argentinos retomaríamos el camino de la democracia, Papel Prensa también renovó autoridades: Héctor Magnetto (Clarín), presidente; Saguier (La Nación), vicepresidente; Patricio Peralta Ramos (La Razón), Bartolomé Mitre (La Nación), Lauro Fernán Laiño (La Razón), el capitán de navío (RE) Jorge Eduardo Cerqueiro –había sido interventor en la Compañía Ítalo Argentina de Electricidad–, el coronel (RE) Aldo José Barufaldi –había estado a cargo de centros clandestinos de detención en La Plata y alrededores– y Juan Cayetano Olivero –último director del Indec de la dictadura–, directores titulares; José Antonio Aranda (Clarín), el comodoro (RE) Oscar Horacio Bagnat y Alberto Jorge Saravia, síndicos titulares.
Y un mes antes de las elecciones, Clarín festejaba desde su tapa: “Con un acto realizado en su planta de San Pedro, Papel Prensa celebró ayer el quinto aniversario de su puesta en marcha. En ese período le ahorró divisas al país por trescientos millones de dólares”.
El escritor Jorge Luis Borges percibió algunas simpatías solapadas entre La Nación y el radicalismo. En una entrevista publicada por El Porteño antes de los comicios, Borges afirmaba: “Yo estuve en La Nación hace poco y me di cuenta de que todos eran partidarios de Alfonsín, por ejemplo, no se admitía que alguien disintiera. A alguien que hizo una observación le dijeron que no había que decir eso, porque decir que Alfonsín no iba a ganar era obrar para que no ganara, como una especie de magia, si uno repite una cosa, eso va a ser profético… wishfull thinking“.
En Clarín, consolidado como el diario más vendido del país –en diciembre alcanzó el mayor promedio de ventas con más de 530 mil ejemplares frente a los casi 213 mil de La Nación–, se vivía un tiempo de cambios tras la salida de los desarrollistas de los máximos niveles de decisión –aunque en cierta medida su ideario continuó– y una ola de despidos a fines de 1982. En El hombre de Clarín. Vida privada y pública de Héctor Magnetto, el periodista José Ignacio López –Alfonsín confió en él para que fuera el vocero presidencial– analizaba que el matutino fundado en 1945 “procuró un tratamiento equilibrado de la campaña electoral, y en general para Magnetto puede decirse que su postura aperturista con crecientes espacios para las manifestaciones de la clase política –como la denuncia del pacto militar efectuado por Alfonsín (…)– no resultó irrelevante para la clase media que masivamente se inclinó por el candidato radical. El rápido traspaso del poder también fue un objetivo que el diario respaldó sin fisuras”. En la redacción se sabía que esa nueva impronta era obra del olfato periodístico de Marcos Cytrynblum, el jefe de redacción entre 1975 y 1990.
Voces para espantar miedos

La película El mismo amor, la misma lluvia (Juan José Campanella, 1999) muestra la transformación de una revista –y de sus periodistas– desde la última dictadura cívico-militar hasta el menemismo. Las mutaciones de la ficcional Cosas tenían un claro anclaje en la historia reciente: la revista Gente, símbolo del periodismo cómplice que luego se “adaptó” y celebró la democracia recuperada.
Lejos de los casos camaleónicos, hubo diarios y revistas que nacieron durante 1983 para cimentar la despedida del régimen militar y celebrar el regreso a la Constitución.
La Época y Línea Diario llegaron semanas antes de las elecciones para apuntalar la candidatura de Lúder. Sus vidas fueron cortas: duraron lo mismo que las esperanzas del peronismo de retornar al poder. Ese movimiento político se convirtió en el más activo a la hora de hacer circular sus ideas: aparecieron las revistas Primera Plana, Unidos, la ya mencionada Feriado Nacional, El Brulote, Don y Tiras de Cuero, entre otras. Los radicales lanzaron Argumento Político y los liberales Apertura. El Serpaj, organismo de derechos humanos liderado por Adolfo Pérez Esquivel, comenzó a difundir Paz y Justicia.
El fenómeno del “destape” contribuyó con gran cantidad de publicaciones. La empresa que editaba Diario Popular aportó Shock, (El Guardián del) Destape y El Testigo, mientras que Perfil sacó Mujer10 y Hombre. En este mismo espectro debe sumarse Piel Suave.
Los amantes de la música podían elegir entre Canta Rock, Toco y Canto y Metal. Ese año también marcaría el retorno de Satiricón y la aparición de Cerdos & Peces como suplemento de El Porteño.
Mientras se intensificaba la vida sindical con el fin de recuperar el sindicato de prensa, la Asociación de Periodistas de Buenos Aires y la Federación Argentina de Trabajadores de Prensa, intervenidos por los militares, continuaban los atentados contra la libertad de prensa. Hubo clausuras, intimidaciones con bombas, allanamientos, persecuciones y hasta exilios. A ese panorama se sumaron conflictos y despidos en Crónica, La Voz, Convicción y La Época (estos dos últimos por cierre) y la editorial Perfil. Otro medio que dejó de aparecer fue la revista Status, pionera del “destape” erótico para el consumo de los sectores medios y altos.
La invención del “enano fascista”
La visita al país de la periodista italiana Oriana Fallaci, en julio 1983, se convirtió en un escándalo. Hoy nadie recuerda que había venido a promocionar su libro Un hombre, sobre la vida del político griego Alexandros Panagulis. Sus acusaciones de “fascistas”, “colaboracionistas” y “faltos de coraje” a periodistas, fotógrafos y camarógrafos argentinos provocaron un revuelo nacional y originaron la expresión “enano fascista”, una probable invención del periodista Bernardo Neustadt. Hasta El Testigo se atrevió con la publicación de una entrevista a un imaginario “enano fascista”.
La explosión de Fallaci generó todo tipo de reacciones. Desde Humor, la periodista Mona Moncalvillo planteó su posición con una crónica de los incidentes y una declaración de principios en la que exponía por qué había decidido no entrevistarla: “Porque no he sido cómplice de la dictadura sino otra víctima, como millones de argentinos que pretenden elegir o echar con el voto a quienes los gobiernen. Porque siempre he defendido la democracia. Porque gracias a Humor, y su coraje, pude abrir una ventana para que entrase el aire fresco de la voz de los perseguidos y los prohibidos, porque defiendo la convivencia, aun en disidencia. Por respeto a los periodistas auténticos. Por respeto a mi honestidad. Por respeto a los que lucharon y luchan. Por respeto a los que murieron. Porque he visto y sentido el terror. Porque he visto y sentido el dolor. Porque perdí mi único hermano, ‘desaparecido’. Porque todos, o casi todos, hemos llorado mucho… Por todo eso, y algunas cosas más, cancelé el reportaje a la señora Oriana Fallaci”.
Mama la libertad

Decenas de presos políticos continuaban encerrados en las cárceles de la dictadura. Tras la derrota de Malvinas y con la anunciada retirada del régimen, las condiciones de reclusión empezaron a distenderse. Desde el penal de Rawson, un detenido le escribió a su “querida viejita”: “Imaginate nuestra alegría cuando vimos Punto de Vista. Reducidas nuestras lecturas a Radiolandia 2000 y La Semana, limitadas a un par de diarios podados a tijeretazos por la censura (hasta que recién en abril de este año nos autorizaron Clarín y La Prensa) el encuentro con Punto de Vista constituyó una verdadera fiesta cultural. No te voy a decir, desmesuradamente, que saltábamos de alegría, pero es cierto, en cambio, que nos peleábamos por tenerla”.
La carta, fechada el 22 de agosto de 1983, fue publicada en diciembre de ese año por la revista que dirigía Beatriz Sarlo. El autobombo es comprensible: el poder de la prensa opositora constituye un hito ineludible para entender el rol del periodismo en esa etapa de la historia argentina.
En esa misma línea, se inscribe el testimonio de Moncalvillo para el libro 1983. El año de la democracia –escrito por el autor de esta nota–, que une los dos universos de resistencia: “Un día estaba en la revista y empezó a caer un montón de muchachos. Eran ex presos que acababan de salir. Habían ido a Humor a agradecer. Y me pregunté ‘¿a agradecer qué? Porque si estos tipos estaban presos no les dejaban entrar la revista’. ¿Sabés qué leían y cómo se informaban de determinadas cosas? La revista publicaba avisos en Clarín con el contenido del próximo número. Y a Clarín lo dejaban entrar. Con esos pedacitos los tipos más o menos iban teniendo idea del contenido. Conocían a todos. Sabían quiénes éramos todos. Te agradecían con un cariño y un afecto…”.