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Caras y Caretas

           

“Lo de Abuelas es tan enorme porque excede la cuestión política”

Cuando tenía dos años, Paula Logares fue secuestrada junto a sus padres en el marco del Plan Cóndor y apropiada por un subcomisario y su esposa. En 1984, se convirtió en la primera nieta recuperada con análisis de sangre como prueba de filiación.

Paula Eva Logares tenía dos años cuando le ganó el primer round a su apropiador, entonces subcomisario de la temible Brigada de San Justo. Luis Rubén Lavallén quería llamarla “Luisa”, como su madre y como él mismo. Pero la chiquita solo respondía a “Paula”, el nombre elegido por sus padres. Después de fracasar con insistencia, Lavallén hubo de darse por vencido.
Lavallén y Raquel Leyro pugnaron por recuperar a Paula. La única vez que volvió a hablar con ellos, en un juzgado, la niña se dirigió a la que había fingido ser su madre y le preguntó por qué le había mentido tanto tiempo. Después miró a Lavallén y le preguntó qué había hecho con sus papás. Nocaut técnico en el segundo round.
Paula nació el 10 de junio de 1976 y la secuestraron con sus padres en un operativo del Plan Cóndor. Tenía 23 meses. En 1980, alguien le alcanzó unas fotos a la abuela Chicha Mariani, que se las dio a la abuela materna de Paula, Elsa Pavón: eran de ella. Cuando aún faltaban tres años para que se creara el Banco Nacional de Datos Genéticos, Paula fue la primera nieta en cuyo caso se utilizaron pruebas de ADN que se convertirían en la herramienta irrefutable de filiación.
Sentada en el patio de una casa vieja, Paula lidia con una perra que quiere subirse a su falda, se ríe con una risa fresca, cuenta la historia que contó mil veces, habla de una herida que no cerrará jamás.
–¿Cuáles son tus primeros recuerdos?
–No sé, busco mucho en la memoria porque sé que hay partes que no recuerdo. Estuve seis años con Lavallén y su mujer. Yo les decía “mamá” y “papá”, sin embargo, en algún punto, sabía que no lo eran. Recuerdos de mi mamá y de mi papá no tengo. Sí me vino en algún momento la sensación de estar a upa de mi madre, ambas encapuchadas, y que me separaran de sus brazos. Muchos años no pude dormir a oscuras.
–¿Por qué te mantuvieron el nombre?
–Me lo quisieron cambiar pero si me llamaban “Luisa” yo no respondía. Mi abuela dice que eso la alentó. Si yo pude mantener mi nombre, ella tenía que poder probar que yo era hija de su hija.
–¿Dónde te secuestraron?
–En Montevideo; mis padres y yo somos argentinos pero nos exiliamos en Uruguay. Nos trajeron, no sabemos cómo, hasta la Brigada de San Justo. A ellos los llevaron a otro centro clandestino y se pierde el rastro. Conmigo se quedó Lavallén, que me anotó como hija suya y de su mujer, falseando mi edad. A veces me llevaba a la Brigada, como cualquier padre lleva a su hija al trabajo.
–¿Cómo te encontró tu abuela?
–Las Abuelas publicaban lo que les pasaba y, si las tenían, fotos de los nietos. La gente les hacía llegar lo que sabía. Conmigo sucedió que alguien, en Brasil, hizo la denuncia y mandó fotos mías.
–¿Por qué en Brasil?
–La mujer de Lavallén es uruguaya, íbamos a visitar a su familia. Él no fue nunca. Pero alguien en Uruguay vio fotos mías o algo no le cerró. Después, en 1983, un hombre denunció en el CELS que en su edificio vivía una niña que las Abuelas buscaban. El primer día hábil de la democracia, mi abuela se presentó en el Juzgado Federal Nº 1. Y el 13 de diciembre de 1984, a mis 8 años, recuperé mi identidad. Ahora los juicios tardan tantos años… Pienso en el nieto 132, que esperó más de una década. O en Licha De la Cuadra, mujer hermosa, dulce e inteligente, de las abuelas fundadoras, que falleció antes de reencontrarse con su nieta Ana Libertad. A mujeres así, lo mejor que se les puede desear es que se reencuentren con sus seres queridos, su descendencia, por ellas y por quienes recibirán tal amor.
–Tu abuela iba a espiarte al jardín de infantes.
–Mi abuela iba desde Banfield hasta Chacarita vestida de mujer que va a comprar a la verdulería para que no sospecharan, para justificar que estuviera tan seguido en la zona.
–¿Cómo probó que eras Paula si no estaban tus padres?
–El índice de abuelidad fue desarrollado a pedido de las Abuelas por la genetista Mary-Claire King y otros científicos, a mediados de los 80. Establece la posibilidad de parentesco entre un nieto y sus abuelos a partir del análisis del material genético. Mi caso fue el primero que se presentó vía judicial y con análisis de sangre; la tecnología sobre el ADN todavía no existía.
–¿Cómo fue el primer encuentro?
–En el juzgado. Aunque hacía un año que me hacían análisis yo no sabía a qué íbamos. En un momento quedé sola con el camarista Andrés D’Alessio y me dice que una mujer me está buscando, porque la hija y qué sé yo. Y la hace pasar. Pasa mi abuela, que había llevado fotos. En una yo estaba a upa de mi mamá con una ropita que ella había traído. Yo todo el tiempo mantuve distancia, no quería acercarme. Me puse a llorar, pedí descansar un rato. Me dormí y creo que acomodé las cosas en la cabeza. Cuando me desperté, acepté irme con ella.
–¿Y qué pasó al día siguiente?
–Fue shockeante en el juzgado, pero después no entré en crisis. No me quise ir ni nada. Yo no quería contacto, pero tampoco puse resistencia.
–O sea, le creíste.
–No es que lo creí. No fue “está bien, sos mi abuela y te quiero”. Fue una construcción y ella tenía toda la paciencia. Pero yo no me le tiraba encima a la abuelita de los cuentos. Nos conocimos de a poco, aprendió a cocinarme. Para un niño no es una tontería la comida.
–¿Habías estado en esa casa?
–De beba conocí la casa de Banfield, creo que había vivido un tiempo con mi mamá. Aunque no tuviera un recuerdo consciente, en la casa me manejaba cómoda, tranquila. Un día me quedé mirando el muñequito de la guarda de un azulejo. Me preguntaron qué me pasaba. Me dijeron que yo de beba, cuando me bañaban, jugaba con ese muñequito. No fue simple, pero mucho más fuerte fue la primera separación. El corte real no fue a los 8 años, fue a los 2. Yo ya hablaba cuando me separaron de mi mamá y mi papá. Volver a la casa de Banfield no era el quiebre real, era acomodar las cosas.
–¿Volviste a ver a los apropiadores?
–Ellos aparecían en la calle, en la puerta de la escuela. Y hubo una visita en el juzgado. No se repitió, fue notorio que me hacía daño.
–¿Qué significa hoy decir “soy una nieta recuperada”?
–Hoy se toma de modo menos escandaloso. Igual, últimamente, que soy una nieta recuperada sale cuando por algún motivo me preguntan por mis padres. En relación con antecedentes médicos, por ejemplo. Ahora se puede decir más livianamente. Antes había que preparar al otro.
–¿Cómo te llevás con tus padres?
–Agradezco haber vuelto con mi familia, es algo que dije siempre. Faltan mis padres, es lo que me sigue doliendo. Pero no fuimos abandonados, formábamos parte de una familia, formábamos parte de su proyecto de vida, estés de acuerdo con él o no. Fuimos sus hijos y tenían intenciones para con nosotros, no nos olvidaron, no nos dejaron. Sé que hay hijos que pueden haber tenido un dolor personal para con sus padres. Yo, de ninguna manera. Entiendo que me amaron y me cuidaron de la mejor manera posible. Nunca me enojé con ellos, sé que dieron y que hicieron lo mejor.
–¿Vas a Abuelas?
–Hoy no soy una partícipe activa de Abuelas, antes iba mucho más. Si hacen algún evento, puedo ir. Estuve en el CCK hace algunos meses. Muchas veces pienso: ¿qué diferenció a las Abuelas de las Madres? No una línea de corte político-social, porque muchas abuelas también buscan a sus hijos. Pero las Abuelas presentaron las cosas de una manera que, socialmente, apela a un derecho innegable. No hay manera de justificar la desaparición de un niño. Lo de las Abuelas es tan enorme porque excede la cuestión política. Y está todo bien con la política. Pero ellas apelan a un sentido humano, de amor, que no hay manera de negar.
–Si pudieras formular un deseo…
–Que así como se pudo entender la lucha y la búsqueda de las Abuelas se dé valor y lugar social a la lucha de las Madres. Porque mucho “Madres de la Plaza, el pueblo las abraza”, pero falta decirles dónde están sus hijos. Así como se acepta la búsqueda de las Abuelas, me parece que socialmente falta un poco aceptar lo de las Madres.
–¿Aceptar qué?
–El derecho de esas madres, de las familias, de saber dónde están. Y ni que hablar del derecho al juicio y castigo.

Escrito por
Olga Viglieca
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