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Caras y Caretas

           

Compromiso, pasión y humildad

Artista integral, María Elena Walsh tomó partido: por la vida, por las mujeres, por la democracia. Su obra estuvo atravesada por estas causas, y las supo hacer valer.

Sus canciones y libros atravesaron a varias generaciones. Todos, alguna vez, cantaron sus melodías o leyeron algunos de sus cuentos. Sin embargo, María Elena Walsh fue mucho más. Aunque le gustaba definirse como juglaresa, se pueden esbozar algunas otras maneras de nombrarla: poetisa, escritora, cantante, militante, artista. Una genial y única artista.

Walsh pasó su infancia y adolescencia en Ramos Mejía junto a sus padres, cuatro hermanos varones mayores, hijos del primer matrimonio de su padre, y una hermana, cinco años mayor que ella. En su canción “Fideos finos” cuenta cómo era la vida en ese barrio donde había leche que “el lechero traía no en botella sino en vaca”.

A los 14 años comenzó a publicar sus poemas en medios muy selectos. Grandes escritores quedaron asombrados con la intensidad de la prosa de una niña tan joven. A los 17 publicó su primer libro, Otoño imperdonable, y tiempo después el segundo, Baladas con Ángel.

A pesar del próspero futuro que se avecinaba, la escritora no estaba satisfecha. Deseaba más. Y entonces aparece en escena la artista Leda Valladares, y deciden viajar a Europa con el dúo Leda y María, dedicado a cantar canciones del Noroeste argentino. Juntas se convirtieron en una propuesta artística original que cautivó al público de los clubes nocturnos de París. Fue allí donde María Elena comenzó a escribir sus poemas para niños.

De regreso al país continuaron juntas, grabaron tres discos, hicieron presentaciones y al poco tiempo –tal vez sintiendo que el ciclo ya estaba cerrado– se separaron y cada una siguió su carrera por su lado.

María Elena Walsh era lesbiana, pero nunca sintió la necesidad de salir del armario. Vivió su sexualidad sin prejuicios y libremente, aunque sin alardear. Luego de algunas relaciones más o menos importantes, estuvo hasta su muerte en pareja con la fotógrafa Sara Facio. Solo a los 70 años, a través de la Negra, un personaje de su último libro, Fantasmas en el parque, lo reveló.

“Soy hija única, de chica me habría gustado tener una hermanita” (hermana que sí tuvo, pero con quien nunca se llevó bien), hasta que la Negra dice: “Es que tu verdadera hermana es Sara, hace como treinta años que viven juntas”.

Es allí donde María Elena decide contar lo que algunos suponían, unos cuantos sabían y a otros les daba lo mismo. “Sara no tiene nada de hermana. Es mi gran amor que no se desgasta, sino que se convierte en perfecta compañía. A veces la obligué a oficiar de madre, pero no por mi voluntad sino por algunos percances que atravesé, de los que otra persona hubiera huido, incluida yo. Pero ella se convirtió en santa Sarita.”

LO PERSONAL ES POLÍTICO

También fue feminista militante, cuando consideraba necesario realizar una crítica sagaz y activa del machismo. Sara Facio la recuerda: “La pasión que ponía en la defensa de la igualdad de oportunidades para todos y todas, y la forma de dirigirse a niños, niñas y mayores con calidad, respeto y mucho mucho amor”.

Durante la dictadura de Lanusse escribió el artículo “Carta para una compatriota”, en el que señalaba: “Las feministas no tenemos odio, tenemos bronca. El odio –con los fierros, sean armas o moneda– es cosa de hombres”. Años más tarde, muchas de sus canciones fueron censuradas por la dictadura y en julio de 1978, en plena Copa Mundial de Fútbol, decidió no seguir componiendo ni cantar más en público. Su tema “La cigarra” se convirtió en un símbolo de la lucha por la democracia: “Tantas veces me borraron/ Tantas desaparecí/ A mi propio entierro fui/ Sola y llorando”.

Aunque se retiró de los escenarios, no abandonó su militancia y continuó luchando, a su manera, con la palabra, contra las injusticias y el autoritarismo. El 16 de agosto de 1979, en plena dictadura, publicó en el diario Clarín la ya emblemática nota “Desventuras en el País-Jardín-de-Infantes”, en la que comparaba a la Argentina de la dictadura con ese período escolar.

“Hace tiempo que somos como niños y no podemos decir lo que pensamos o imaginamos (…) El ubicuo y diligente censor transforma uno de los más lúcidos centros culturales del mundo en un Jardín-de-Infantes fabricador de embelecos que solo pueden abordar lo pueril, lo procaz, lo frívolo o lo histórico pasado por agua bendita. Ha convertido nuestro llamado ambiente cultural en un pestilente hervidero de sospechas, denuncias, intrigas, presunciones y anatemas”, resumía la autora, dolida y enojada por una Argentina sumida en la violencia y la persecución.

En 1995, Susana Giménez la invitó a su programa y le preguntó si seguíamos estando en el jardín de infantes. Brillante y sarcástica como era, María Elena le respondió: “Pasamos a primaria. Celebro muchísimo estar en democracia, que como todas tiene muchísimos defectos, muchos dolores, pero podemos decirlo”.

Una sola vez fue funcionaria, durante el gobierno de Raúl Alfonsín. Emocionada por el retorno de la democracia, aceptó el cargo de asesora de Cultura, pero no le gustó. “Era un cargo decorativo, pero era importante porque después de años de no estar en democracia había que hacerlo, pero no me gustó.” Susana le preguntó también por las declaraciones acerca de que Alfonsín y Menem eran iguales. La escritora, un poco desilusionada por el tenor de la entrevista, le respondió: “Se parecen en la política, aunque tengan ideas distintas. Son muy muchachistas, trabajan en su club de muchachos como si fuera un seleccionado de fútbol. En eso creo que todos los políticos se parecen. En ese sentido de ser patoteros”.

Durante muchos de sus últimos años le dio batalla a un cáncer óseo que la castigó sin piedad. Sin embargo, nunca se dio por vencida. Como la cigarra, moría y resucitaba. Murió a los 80 años acompañada por su gran amor, Sara Facio, y una enorme cantidad de amigos que la ayudaron a transitar ese sinuoso camino.

Escrito por
Laura Santos
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