Se le parece, y mucho, Nico Favio a Leonardo. Demuele cualquier prejuicio de caretez apreciar su traza emocional sincera y llana. Transparente. De buen tipo. Es el hijo menor del cineasta, cantor, actor y referente peronista más querido del país. Y es músico. Canta, compone y toca la guitarra. Lo más fresco en tal andarivel pasa por la publicación del disco doble Alquimia I y II. Si se va un poco hacia atrás, se detecta que suya es “Canción de juventud”, pieza que cierra Aniceto, última película del padre. También que tiene algunos discos más: Hasta la última gota y Material pesado, entre ellos. “Mi discografía es algo anárquica, pero poco a poco los melones se irán acomodando”, admite Favio hijo ante Caras y Caretas, y ante los homenajes que se vienen a diez años del fallecimiento de Leonardo. Uno bajo el nombre de Por amor a Favio, a realizarse durante el Festival de Cine de Mar del Plata, el 5 de noviembre, y otro llamado Favio por Favio, con Nico como protagonista principal, que tendrá lugar el 27 de noviembre en el Centro Cultural Kirchner. “Lo primero que me baja como recuerdo sobre él es que siempre me sugería que escuchara lo más íntimo de mi corazón, que no siguiera moldes, y yo simplemente lo acompañaba. No hablaba de sus películas ni de sus canciones, vivía a su lado, simplemente. Solía ir con él a los estudios de grabación o a los sets de filmación. Sus primeras películas las pude ver recién de grande, porque cuando era chico estaban prohibidas, y no había videos Beta o VHS. Mucho menos DVD.
–No las veías pero las veías, se intuye.
–Y sí, porque mi mamá (N. de la R.: Carola Zulema Leyton) me contaba sobre ellas desde que yo era muy niño y entonces, cuando las vi de grande, sentí que ya las había visto (risas).
–¿Hay alguna secuencia de cuando lo acompañabas a los sets de filmación que te haya impactado por sobre otras?
–Sí, cuando mi padre comenzó a filmar Gatica, el Mono fue algo colosal, inolvidable. Yo estuve ahí, en el día a día. Pero claro que no era lo mismo estar con él en un set de filmación que en un estudio de grabación.
–¿En qué sentido?
–En que en un estudio de grabación, él tenía más tiempo para estar conmigo, pero con el cine era distinto, porque estaba a cargo de muchísima gente, rodeado de camarógrafos, iluminadores, vestuaristas, maquilladores, directores de arte… era como una gran familia todo eso. Había un clima familiar maravilloso.
–¿Cómo eran tus conversaciones políticas, musicales o de la vida misma con él?
–Muy espontáneas. No es que nos encontrábamos a charlar de algo, quiero decir, sino que por lo general nos acordábamos juntos de diferentes momentos. Algo recurrente era que estaba siempre latente el sueño de volver a vivir en Las Catitas, Mendoza (ciudad natal de Leonardo), donde tuvimos el viñedo. También mirábamos alguna película, escuchábamos alguna canción, cosas sencillas… no sé, podíamos hablar de Elvis Presley o de los Beatles. Me gustaba escucharlo hablar de ellos, porque para él no eran ídolos sino contemporáneos.
–Y de vos hacia él, ¿qué había en esos intercambios cotidianos?
–Yo le mostraba algunas músicas o artistas que le pudieran interesar. Recuerdo que cuando tenía 11 años estaba escuchando “Rime of the Ancient Mariner”, ese tema de Iron Maiden que tiene una parte instrumental de un bajo que repite una progresión muy lenta de tres notas, y él me pidió que le grabara un casete de los dos lados con esa música, porque lo inspiraba para escribir el guion de una película que no se sabía si se iba a llamar Había una vez un general o El poder del coludo Caifás.
–La película que nunca se hizo.
–Claro, él habla de ella en Pasen y vean, libro sobre su vida que escribió Adriana Schettini. En fin, menos de fútbol, hablábamos de cualquier cosa. Mirábamos boxeo, por ejemplo. Es más, antes de que empezara la pelea que Mike Tyson perdió con Holyfield, me dijo: “Pierde Tyson”. En aquellos días, claro, eso era algo imposible, y yo le respondí riendo: “¡Qué va a perder Tyson!”, y él dijo: “¡Ah!”, con un gesto de “ya vas a ver”. El hecho es que Tyson perdió, y yo, sorprendido, le pregunté: “¿Cómo te diste cuenta?”, y papá largó el motivo: “Porque estaba asustado… estaba cantando el himno” (risas).
–¿Qué diría Leonardo de todo lo que está pasando hoy con la violencia política en la Argentina, él que la padeció tanto en los 70?
–Para saber qué diría mi papá respecto de las cosas que pasan ahora lo que hago es escuchar a gente que sé que piensa igual que él. Una de ellas es mi tío Horacio. También pensaría lo mismo que gente que ha sido parte de la historia y que jamás claudicó. Hablo de Ricardo Capelli, gran amigo del padre Carlos Mugica. Los leo a ellos y sé exactamente lo que diría, sentiría o pensaría mi papá, porque ellos han mantenido a lo largo de los años una conducta, una militancia ejemplar y una misma línea de pensamiento.
–A propósito, ¿qué te contó de Ezeiza durante el retorno de Perón?, ¿cómo latía ese feo hecho, del que le tocó participar, en su memoria diaria?
–Ezeiza fue quizás el día más triste de su vida. Por lo general, hablaba muy poco de aquel día. Es más, pude enterarme de todo lo ocurrido cuando leí Pasen y vean, el libro que mencioné antes. Él siempre me decía que todos los pueblos del mundo eran maravillosos, de ahí su dolor.
–¿De qué parte de tu viejo te apropiaste con más intensidad?
–Del amor por las cosas simples y sencillas de la vida. Quiero decir, más que como artista e ídolo trascendental, siempre vi a mi papá trabajando en su oficio con la humildad de un panadero o de un carpintero. Era muy frecuente salir a caminar juntos, y que la gente que pasaba por la calle, el barrendero o el mozo (si íbamos a comer a algún lugar) lo saludaran con cariño y respeto. En fin, como padre, amigo, actor, músico o cineasta, él siempre fue el mismo. Si tuviera que describirlo con dos palabras, usaría las que usó mi hermano de la vida, Orlando Netti: pasión y ternura.