“Yo estaba viviendo en casa de Paul Éluard, sin trabajo. No me conocía París (…) Yo tenía amistad con Paul Éluard, entre poetas… y un día me dijo: ‘Mañana no tomes compromiso, viene a casa a cenar una gente que creo que es interesante y tienes que tocar la guitarra para ellos’. ‘Cómo no, cómo no.’ Y era una pequeña señora, Édith Piaf. Y me preguntó: ‘¿Dónde trabajas?’, y le digo: ‘En ninguna parte, ya me voy, ya me voy a mi país’. Me dice: ‘No, París tiene que escucharte’. ‘Sí, claro, alguna vez’, le digo, ‘alguna vez será, alguna vez será’. ‘No, te tiene que escuchar, yo voy a hacer las cosas.’ Y contrató el teatro Athenée para cuatro conciertos. Llenó París de afiches, un afiche extraño, insólito. Porque la gente no me conocía, pero absolutamente. Ni el dueño del hotel sabía quién era yo. Decía: ‘Édith Piaf, teatro Athenée, 6 de julio, cantará para usted y para Atahualpa Yupanqui’. Ese era el programa. Ahora la gente preguntaba ‘¿quién es este Atahualpa Yupanqui?’. Nadie, pero absolutamente nadie. Marciano, yo marciano. Y ella cantó la primera parte y me cedió la segunda parte. Cantó la primera parte, de entrada cantó, y me cedió, cosa de cerrar el espectáculo. Extraordinario honor que no lo olvidaré y no lo podré pagar jamás; de esas deudas que quedan, que quedan más allá del cosmos.”
Este relato de Atahualpa Yupanqui tuvo lugar en una entrevista que realizó Joaquín Soler Serrano en su ciclo A fondo. A partir de ese momento, Yupanqui experimentó una nueva etapa en su carrera, ya que luego de ese concierto junto a Piaf “se le abrieron las puertas de Europa”, como dijo Soler. Ese año dio más de sesenta recitales en toda Francia y consiguió firmar un contrato con la discográfica Le Chant du Monde. En esa entrevista, él cuenta: “Se me quedaron pequeños los dedos luego de tocar después. ‘¿Quiere grabar para acá, quiere grabar para allá?’. Yo debía dos meses de hotel, comía alguna vez un sanguche. Comía, como dicen los porteños, alguna vez sí, otra vez tampoco. Así vivía yo”.
Cuentan las crónicas de esa noche que las palabras que eligió Édith Piaf para introducir a Yupanqui al público fueron las siguientes: “Les presento a Atahualpa Yupanqui, un músico de mucho talento, a quien dejo cerrar el espectáculo. Quiero que lo escuchen como lo merece”.
El Gorrión de París, que visitó la Argentina en 1957 y reversionó “Que nadie sepa mi sufrir” modificándole el sentido (renombrada como “La Foule”), fue la responsable de la apertura del mercado europeo para don Ata. “Tuvo gestos maravillosos. Estaba en la cima de su fama y quería compartir conmigo un espectáculo. Conmigo, que era un negrito que se escondía atrás de la guitarra”, diría Yupanqui recordando aquella noche.
CANTANTE ERRANTE
Atahualpa Yupanqui tomó la decisión de irse a Europa por un tiempo debido a las dificultades que atravesaba en la Argentina durante el gobierno de Perón: estaba afiliado al Partido Comunista, su obra se había visto censurada y él era perseguido y había sufrido torturas. De esa época diría: “Me acusan de todo, hasta del crimen de la semana que viene. Desde esa olvidable época tengo el índice de la mano derecha quebrado. Buscaban deshacerme la mano pero no se percataron de un detalle: me dañaron la mano derecha y yo, para tocar la guitarra, soy zurdo”.
Así es que en 1949 hizo las valijas y partió solo, quedando acá su compañera, Nenette, y su hijo Roberto Chavero. No fue hasta 1952 que retornó a nuestro país y decidió desafiliarse de la política partidaria. Eso hizo que fuera más sencillo lograr actuaciones en radios los años siguientes. En un documental sobre su vida que realizó la Revista Ñ de Clarín, Osvaldo Bayer dice: “Él era un gaucho que le gustaba la libertad, entonces no le gustaron muchas disposiciones del Partido Comunista, muchas cosas que se resolvían desde arriba”.
Esos años, hasta 1955, los vivió en su tierra. Luego del golpe que derroca a Perón y durante el período de sucesivas dictaduras militares que culminan en 1983, se ve forzado a retirarse durante largos períodos a realizar shows en otras partes del mundo porque en la Argentina era ignorado y tenía necesidades económicas que cubrir. Su base neurálgica durante este momento de su vida que se extiende hasta su muerte se dividió entre París y Cerro Colorado, en Córdoba, único lugar de nuestro país donde tuvo una casa y donde residió su familia, que si bien lo acompañó durante algunos períodos, no fue con él en sus travesías por el mundo.
¿Por qué París? Porque quedaba en el centro de todo, y pidiéndole perdón a Borges, cuenta que Londres nunca le gustó. Entre 1949 y 1950 conoció Europa del Este y Francia. En 1963 y 1964 realizó una gira por Japón, Colombia, Marruecos, Egipto, Israel e Italia. A los pocos años hizo otra por España.
Con mucho dolor, Atahualpa Yupanqui tocó las veces que pudo en la Argentina durante aquellos años. En 1967 se presentó en el Cosquín. En 1972, el escenario fue nombrado como él en reconocimiento a su obra, y en 1979 les dedicó estas palabras a los asistentes: “Y la sensibilidad del público de Cosquín es el mejor nido para una copla errante y solitaria. Con esto, hasta siempre compatriotas. Donde quiera que me encuentre estoy en el corazón de mi patria, porque me siento dos veces argentino. Primero porque nací aquí y segundo porque se me da la gana de ser argentino”.
Don Ata va a decir que en algún momento se dio cuenta de que quien caminaba por el mundo no era él, no era Roberto Chavero Aramburu. Sino que quien caminaba por el mundo era Yupanqui, y es ese nombre el que lo llevaba por ahí. Escribió mil doscientas canciones y en 1992 murió en Nimes, Francia.
O, como le gustaba decir a él, se retiró al silencio.