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Caras y Caretas

           

Juano Villafañe: “La cultural es la gran batalla que siempre ganan los pueblos”

Poeta, ensayista y periodista, Juano Villafañe cumple cincuenta años como gestor y como artista. En esta entrevista, repasa su extensa trayectoria y habla sobre sus proyectos y anhelos, entre los que se destaca la sanción de una Ley Nacional del Libro y la Lectura.

Poeta ante todo, el director artístico del Centro Cultural de la Cooperación se crió en una familia de artistas. Su padre era titiritero. Quizá por eso Juano Villafañe tiene esa capacidad de organización y mando moviendo los piolines de tal forma que los hechos culturales se vuelvan una realidad concreta. En este momento, festeja sus cincuenta años al frente de la cultura. Alto, con esa mirada como perdida en sus responsabilidades. En extremo educado y, sobre todo, solidario, tiene una claridad política estimable: “No se puede trabajar en la gestión cultural siendo de derecha”, sostiene. Creador de LiberArte, emblemático videoclub y centro cultural de los 80, siempre tan cerca del teatro, tan cerca de la poesía y de los afectos. Por todo esto, Juano ya forma parte sensible de la historia cultural de la Argentina.

–Si tuviese que hacer un recorrido por su vida, ¿cuál sería el momento en que sintió que su presente continuo estaba ligado con la poesía?
–La infancia en sí misma es el primer estado poético que se aborda. Es el momento en que se aprenden las palabras y se inicia la lengua o se comienza a pronuncia la lengua. Es el primer estado poético de lo privado, de lo desconocido, del asombro constante. Luego vienen los contrastes con el mundo real, todo el intenso mundo de lo privado, de lo particular, se empieza a contrastar con lo público, y uno deja de ser un niño en la llanura o en la intemperie, descubre a los otros y a los públicos. Al descubrir a los otros, al mundo público, el lenguaje se amplía, la palabra termina de aprenderse. Mi primer impacto poético fue saber que había nacido y vivido dentro de un teatro, que primero fue un teatro de títeres, un carromato tirado por caballos, luego mi propia casa, que era un teatro radicado a las orillas de un arroyo. De allí deviene todo, de aquel mundo familiar, donde me formé en un clima renacentista, estudié música diez años, hice dibujo y pintura, hice títeres y fui un gran lector. En mi adolescencia comencé a escribir. Y en mi juventud comprendí que uno al escribir inventa una lengua dentro de la lengua aprendida durante toda la infancia. Pero el hito que define mis cincuenta años en la cultura fue el año 1972, cuando tenía 20 años y comencé a realizar mis primeros recitales en el Teatro Siembra, que armamos con mi madre y Enrique Agilda en la casa familiar, un teatro para cuatro espectadores por donde pasaron alguna vez muchas personalidades del arte y la cultura, como Lautaro Murúa, Manuel Mujica Láinez, Kive Staiff, Alejandra Boero, Delia del Carril, Leda Valladares, Ernesto Schoó, Roberto Santoro, Ariel Bufano, entre otros tantos. Ese mismo año organicé el Centro de Estudiantes de la ENET Nº 9 “Ingeniero Luis A. Huergo” y la Coordinadora Nacional de Escuelas Industriales en defensa de la educación técnica en nuestro país. Todos esos hechos reunidos en 1972 fueron fundantes de mi actividad poética y político cultural.

–¿La poesía significó un escape o un estado de conciencia donde resistir sin aliento antes de que empezara el partido?
–La poesía significó para mí siempre el último refugio. La poesía son los paradores que tiene el camino de la vida donde uno se detiene para contemplar el mundo y la propia vida personal. La vida está llena de paradores, de estados y experiencias poéticas constantes.

–El arte en la Argentina tiene sus dificultades. En su caso, logró construir una trayectoria sólida como escritor, gestor y dirigente del ámbito cultural. ¿Cómo generó esos anticuerpos y qué aspectos le permitieron desarrollarse artística y humanamente en ese camino?
–Como decía antes, la vida está llena de experiencias poéticas. A uno le toca darles forma poética a esas experiencias, transformarlas en bienes culturales, como pueden ser un libro, una obra de teatro o una película. Resulta tan importante la intensidad de la experiencia original del artista como el impacto de las poéticas en la sociedad. La distribución de bienes hace a las políticas culturales, a los sistemas necesarios que hagan posible que la poesía, el teatro o el cine circule masivamente y lleguen al pueblo. Es una hermosa experiencia crear y a la vez difundir las imágenes y las metáforas por el mundo. No solo la producción artística personal sino también la de todos los creadores. En esa doble relación generosa de crear personalmente y multiplicar con todos el hacer artístico está la esencia del sentido artístico solidario y humano.

–Como vicepresidente de la Sociedad Argentina de Escritores, sabrá bastante sobre la ley del libro que aún no se hace realidad. ¿Cuáles son los puntos cruciales a trabajar en pos de mejorar la vida de los autores?
–En la SADE estamos muy interesados en una ley nacional del libro y la lectura, en una ley que defienda el patrimonio cultural de la literatura, y otra ley por los derechos colectivos de los escritores. Estoy convencido de que si logramos crear el Instituto Nacional del Libro y la Lectura vamos a poder encarar políticas públicas para impulsar el sistema editorial y garantizar espacios para la lectura. El autor es el primer eslabón de la industria del libro, si logramos tener un Instituto del Libro nacional y federal, y garantizar los derechos públicos de autor, los escritores tendremos mejores condiciones de trabajo.

–En el contexto regional, ¿la cultura puede llegar a ser un puente cuando las realidades políticas por momentos son tajantes?
–La cultura latinoamericana ha sido siempre la que ha tendido puentes entre los pueblos de nuestro continente. Desde el maravilloso movimiento modernista, que logró desde la poesía, en voces como las de José Martí o Rubén Darío, reapropiarse de las palabras que había impuesto el colonizador. Esta tarea de reapropiación de la palabra fue titánica y entrañable. Paradojalmente, aprendimos a decir lo nuestro desde el lenguaje que nos impuso el colonizador. Esa fue una victoria cultural. Estamos llenos de victorias culturales en América latina. Por eso Cuba sigue resistiendo ante el imperio y resisten todos los pueblos latinoamericanos intensamente. Pensemos ahora en el pueblo chileno, que tuvo que soportar la dictadura de Pinochet y años de neoliberalismo, en que se mostraba un modelo capitalista que era único e irreversible. Es asombroso cómo volvió la izquierda en Chile para reconsiderar una nueva Constitución y transformaciones políticas. La batalla cultural es la gran batalla que siempre ganan los pueblos.

–Hablemos de La conversación infinita y Confesiones de un escritor, esta última en homenaje a Haroldo Conti. ¿Por qué decidió estrenar estas obras en el marco de sus cincuenta años como gestor y artista?
–Los estrenos de estas dos obras son parte de los festejos por los cincuenta años en la cultura junto al relanzamiento del Aula de Poesía o los libros de investigación sobre el taller literario Mario Jorge De Lellis, la revista Mascaró, o Los Poetas de Mascaró, entre otros emprendimientos. La conversación infinita es una obra experimental que está ensayando y dirigiendo Gustavo Pardi a propósito de dos libros míos: Públicos y privados y El corte argentino, que se estrena en mayo. Y la obra Confesiones de un escritor la escribí a propósito de la vida literaria de Haroldo Conti, abordando el sentido teatral desde las poéticas de la llanura y del río, tan arraigadas en Haroldo. Es una obra que en este momento está dirigiendo Manuel Santos Iñurrieta para estrenar en junio.

FOTO: Dante Fernández

Escrito por
Pablo Pagés y Marvel Aguilera
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