“Las enfermeras nos tragamos muchos dolores y sufrimientos por tener que decirle al otro que va a estar bien, sabiendo que no lo va a estar. Pero ahí estábamos, y ahí teníamos que estar”, reflexiona Alicia Reynoso, mientras observa fotos de su trabajo en el hospital, en el documental Nosotras también estuvimos, dirigido por Federico Strifezzo.
Reynoso fue una de las catorce enfermeras que cumplió tareas en el conflicto de Malvinas en el denominado Hospital Modular Reubicable de Comodoro Rivadavia. Estudió en la Escuela Superior de Enfermería de Santa Fe, viajó a Buenos Aires en 1979 y al año siguiente decidió incorporarse a la Fuerza Aérea. A los 22 años fue seleccionada como jefa de Enfermería del Hospital Aeronáutico Central; y de allí, de manera brusca e inesperada, pasó a cumplir funciones sanitarias con los combatientes que arribaban heridos del combate.
Un día de trabajo como cualquier otro, recuerda Alicia, es llamada por el director del hospital para informarle que debía viajar a Malvinas con un pequeño grupo de colegas. Hasta el momento, Reynoso imaginaba que el traslado se debía a algún ejercicio o práctica militar; pero una vez descifrado el objetivo del viaje, por su condición de jefa en la institución, debió seleccionar a aquellas compañeras que creyó que no se paralizarían (o lo harían lo menos posible) frente a las vivencias futuras.
“El 4 o 5 de abril fuimos a trabajar ya sabiendo que nos íbamos para el sur. En ese momento, temor no tuve. Vivía parte de esa euforia que tenía el país. A la madrugada nos pasaron a buscar, nos fuimos a Palomar y ahí tomamos conciencia real de adónde estábamos yendo”, relató Alicia en más de una entrevista televisiva.
Las enfermeras de la Fuerza Aérea iban y venían de las islas Malvinas con los aviones. Ya que no podían bajar en los aeropuertos, volaban a muy bajo nivel y prácticamente a oscuras para no ser visibilizados y atacados por las fuerzas inglesas. Evacuaban a los heridos, los sacaban de la zona de enfrentamientos y los trasladaban al hospital modular. Esa era la valiosa y peligrosa labor de las catorce enfermeras.
Reynoso, que al momento de la guerra contaba con menos de dos años de experiencia en la fuerza, reconoce que la formación profesional y militar con la que contaban ella y las otras trece enfermeras podía curar heridas del cuerpo, pero los combatientes que rescataban a diario y trasladaban a Comodoro tenían más dolor en el alma que corporal.
Tanto en su libro Crónicas de un olvido (2017) como en cada una de las entrevistas que se apresta a dar, Alicia centra la narrativa sobre dos aspectos: en las fuerzas como espacios pensados por hombres y para hombres, y en la invisibilización y el sistemático olvido que sufrieron luego de la guerra las mujeres que, desde distintos roles y lugares, participaron del conflicto Malvinas.
Desde 2010, Reynoso se propuso levantar la bandera por la visibilidad de la mujer en las islas. Asegura que, si bien se han logrado diversos avances en esta última década, todavía persiste el instinto de mantenerlas “ocultas” y “desaparecidas”. Quizás un ejemplo claro de esto es el más que tardío reconocimiento que recibió este grupo de enfermeras por parte del Congreso de la Nación: una espera de casi tres décadas para recibir la medalla que las condecora, según la ley 23.118.
Como la mayoría, Alicia sufrió también la posguerra del “usted no vio nada”. Durante más de veinte años prefirió no hablar de lo vivido, de lo oído y de lo olido en esos 74 días de conflicto armado en el sur. Hasta que en 2010, ayudada por el psicoanálisis, pudo manifestar y exteriorizar su experiencia. “Simplemente, antes lloraba”, responde la enfermera entrerriana cada vez que le preguntan de qué manera canalizaba o exteriorizaba lo vivido. Algunas compañeras de Reynoso, al día de hoy, siguen sin poder hablar de Malvinas.
Para Alicia, hay formas de matar sin dejar huella, y el olvido es una de ellas. La deuda de honor y simbólica hacia la mujer que participó del conflicto sigue siendo inmensa, y ella trabaja cada día para mutar esa realidad. Alicia es veterana de guerra: lo dice la ley y lo dice su conciencia. “Sé dónde estuve, sé lo que hice, sé cuál fue mi función, y no sé si todos pueden decir lo mismo”, remata.
RECLAMO, DISCRIMINACIÓN Y GÉNERO
El 28 de octubre de 1998 se publica en el Boletín Oficial el decreto 1.244, que otorgara una bonificación especial o plus salarial para aquellos que hayan prestado servicios durante la guerra. Sin embargo, 39 años del fin del conflicto bélico y 23 años del pedido formal de gratificación pasaron para que Reynoso pudiera acceder al beneficio como “veterana de guerra”.
Quien primero se lo negó fue la Fuerza Aérea. Por lo tanto, en 2010, Reynoso acudió a la Justicia de Seguridad Social, la cual falló a su favor en 2018. La Fuerza Aérea, una vez más, se opuso apelando el fallo. El argumento: que las enfermeras allí enviadas no participaron de acciones bélicas dentro del teatro de operaciones del Atlántico Sur.
Al año siguiente, el expediente llegó a la Sala II de la Cámara, que en un fallo magistral confirmó la sentencia de primer grado a favor de Reynoso. El nudo central del conflicto se encuentra en que, según establece el decreto 886, la bonificación debía otorgarse a soldados conscriptos, oficiales o suboficiales que se encontrasen en el área denominada teatro de operaciones Malvinas o entrando en efectivo combate, o a civiles que se encontraban dentro de la misma área cumpliendo funciones de servicio.
Esta determinación dejaba afuera a Reynoso y a las otras trece enfermeras de la fuerza ubicadas en el hospital modular. Los tres camaristas sostuvieron que este era un acto “discriminatorio” y agregaron una visión de género sustentando que “pensar en un combate físico solamente, y excluir la labor de la enfermera, no solo lleva a invisibilizar su contribución al esfuerzo bélico, sino que prolonga la pervivencia de estereotipos en la sociedad”.