Un conjunto de sucesos inesperados, una multiplicidad de eventos políticos, sociales y culturales que sintetizaron años de injusticias se desencadenaron de manera masiva. Fue muy significativo el año 2018, marcado por una nueva reemergencia feminista. Antes hubo innumerables muestras de malestar, debido a diversas problemáticas, especialmente del movimiento estudiantil de 2011. Pero el 18 de octubre de 2019 se inició el estallido social como señal de protesta ante el prolongado y voraz sistema neoliberal. Fue impactante, radical. Fue múltiple e incesante. Vi cómo las ciudades cambiaban, de qué manera confluían diversos signos, marchas, saqueos, enfrentamientos. Sentí que la democracia era siempre un estado tembloroso ante la multiplicidad de atropellos a los derechos humanos. El crimen, la ceguera, las golpizas y la cárcel se precipitaron. La policía mostró la patológica violencia que recorre a sus Fuerzas Especiales.
Y mientras seguía transcurriendo el estallido, se desencadenó la pandemia. Ya estaba en curso el llamado para escribir una nueva Constitución, esta vez paritaria e integrada por múltiples movimientos sociales. Yo misma había votado en contra de esa Constitución en 1980, cuando Pinochet escribió la que hasta hoy nos rige, una votación irregular, impropia, realizada sin registros electorales.
Entre la covid y la política se produjo el plebiscito para la redacción de una nueva Constitución, que fue aprobada por el 80 por ciento de los votantes. Fui a votar en medio de medidas sanitarias, una votación imprescindible, pero con la enfermedad como trasfondo. De manera creciente, el virus iba reduciendo los cuerpos a meras biologías. Los chilenos no dejamos de votar en ese tiempo. Mientras el estallido y sus formas disminuían por los sucesivos confinamientos, el discurso médico y el miedo a la muerte imponían nuevas reglas ligadas (de manera necesaria) a la obediencia. Entre otros actos electorales, se debatía la próxima presidencia de la República. Se renovaba parte crucial del parlamento, se elegía constituyentes.
Pensé que era hasta cierto punto insólito lo que vivíamos, enfermedad y política, biología y cultura y yo particularmente debía agregar literatura (terminaba un libro). Desde luego, todas las amigas y amigos que frecuentaba, mayoritariamente del ámbito literario, votaríamos por la izquierda. De manera sorprendente, esa precisa votación quebró los parámetros. Gabriel Boric perdió la primera vuelta ante el ultraderechista José Antonio Kast.
UN AJEDREZ COMPLEJO
Esa votación cambió completamente el tablero político. La derecha obtuvo un considerable triunfo y las Cámaras perdieron su mayoría de centroizquierda. Mi “teoría” es que el miedo fue instalado por la covid, un miedo masivo a la muerte. Y los discursos sanitarios llegaron a disciplinar. La derecha se centró en la delincuencia con un alto efecto en una sociedad muy objetualizada (sujeto y objeto valen lo mismo) inoculando un segundo miedo. A mi juicio, el miedo ya instalado fue decisivo para ese triunfo.
Viví un mes angustioso. Mis amigas y amigos experimentaban lo mismo. Una angustia muy traumática, antigua, pero con una vigencia inesperada para los que habíamos vivido la dictadura. El candidato ganador de la primera vuelta electoral, José Antonio Kast, de extrema derecha, activaba la vigencia de ese tempo terrible, proyectándola en un futuro inmediato. No se trataba de la posibilidad cercana de un gobierno de derecha –finalmente, Sebastián Piñera había sido presidente en dos períodos–, sino de la inminencia de la llegada de una extrema derecha absorta y destructiva. Pinochetista. Kast me parecía (y me parece) un personaje sacado de un film de terror político. Sería largo detallar sus principios. Pero todo está consignado en las redes. Para este personaje radicalmente anticomunista sólo hay un factor peor que el comunismo: el feminismo. Así lo declaró. Uno de sus diputados electos afirmó en su sitio que una mujer fea debería agradecer que la violaran y puso en duda la validez del derecho al voto para las mujeres.
Las izquierdas se pusieron en marcha para la segunda vuelta, un millón de personas más se sumaron a votar por Gabriel Boric y finalmente la angustia cesó. Sé que estamos en una experiencia muy importante, pero también compleja o muy compleja. El presidente Boric no cuenta con mayoría en el Congreso para cursar sus propuestas y eso lo impulsará a las obligatorias negociaciones. Pero a pesar de su juventud o, digamos, su relativa juventud, cuenta con una vasta experiencia política muy exitosa como dirigente. Entiende también, como diría Bourdieu, el valor de lo simbólico y su materialidad en las estructuras de realidad. Eso me parece fundamental. Pienso que él sigue fielmente esa pauta: su vestimenta común, su apego con la gente, el barrio que eligió para vivir, su reconocimiento a la cultura.
Desde luego, el nuevo gobierno apunta a derechos, al reconocimiento de identidades diversas y a una indispensable redistribución económica. Más allá de las previsibles dificultades, pienso que la Constitución que ahora mismo se está escribiendo, en medio de múltiples y constantes gestos para derribarla, apunta a solidificar las nuevas bases de lo que será parte del futuro.
Por ahora, el presidente Gabriel Boric y su gobierno paritario, sencillo, despojado del aura sentenciosa y monárquica, retoma una izquierda actual, necesaria, que busca fortalecer de manera mucho más equitativa naturalezas humanas y medioambientales, regiones, bienes comunes, comunidades y especialmente la infancia que lo espera y lo admira.