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Caras y Caretas

           

El grito de una sociedad

Andrea Toledo

José Luis Cabezas era fotógrafo y le encantaba hacer bien su trabajo. Se lucía en sus temporadas en Pinamar. Quedó atrapado por una maraña de corrupción de empresarios mafiosos, intereses políticos y brutalidad policial en el lugar que soñaba ser la capital argentina del jet set.

Promediaba la madrugada del 25 de enero de 1997 y en Pinamar se celebraba una de las fiestas más importantes de la temporada. El cumpleaños del empresario telepostal Oscar Andreani. Un tipo divertido que había entablado buenas migas con los periodistas de Buenos Aires que cubrían las alternativas del verano. Entre ellos estaban el fotógrafo José Luis Cabezas y el periodista Gabriel Michi, que nuevamente formaban el equipo periodístico de la revista Noticias. Ya relajados, celebraban divertidos junto a otros colegas mientras empezaban a hacer el balance del final de temporada. Sin saber lo que estaba sucediendo fuera de la mansión.

Una Fiat Uno y un Fiat Duna se estacionaron en la calle Del Buen Orden. De allí bajaron Sergio Gustavo González y Horacio Braga. Empezaron a merodear cerca del Ford Fiesta que Michi y Cabezas habían estacionado en esa calle. En un momento, González se acercó a la cocina de la casa de Andreani para pedir comida. Dos vecinas se acercaron para ver qué sucedía. Dijeron que eran custodios. Las vecinas avisaron a los custodios de Andreani, que dieron parte a la comisaría de Pinamar, pero nadie se interesó por los merodeadores. Claro, tanto el jefe de calle como el comisario de Pinamar serían más tarde imputados por haber liberado la zona. Mientras esto pasaba, las llamadas entre los custodios de Alfredo Yabrán y los policías de Pinamar se intensificaban. Después del alboroto con las vecinas, los asesinos fueron a esperar a Cabezas a su propia casa. Los policías Aníbal Luna y Sergio Cammarata les habían dado el dato. De hecho, los asesinos estaban parando en una casa que Cammarata les había conseguido en Valeria del Mar. Esperaban en un terreno baldío contiguo a la casa de Cabezas.

Michi y Cabezas ni sospechaban lo que ocurría mientras se divertían en la fiesta. A las 4, Michi decidió irse porque al día siguiente era su cumpleaños y unos amigos iban a visitarlo. José Luis Cabezas quiso quedarse un poco más porque el baile lo ameritaba. Michi aprovechó para salir junto al fotógrafo de la revista Para Ti, Carlos Alfano. Casi una hora después, Cabezas dejó el festejo de Andreani y se fue en el Ford Fiesta. Minutos después llegaba a su casa, ubicada en Rivadavia 1256. “Ahí está. Métanle caño y tráiganmelo”, ordenó el policía Gustavo Prellezo. Braga y González lo golpearon y lo subieron al asiento de atrás del auto de Noticias. Braga manejaba y González lo apuntaba con el arma. En el Fiat Uno, conducido por Prellezo, iban también los otros dos horneros, José Luis Auge y Miguel Retana. Mientras comenzaban a asomar los primeros rayos del sol, la caravana de dos autos tomaba por la ruta 11 hacia la ciudad de Buenos Aires. A los ocho kilómetros doblaron de golpe por un camino de tierra. Los asesinos dijeron que Cabezas iba en silencio. A los que conocimos a José Luis nos cuesta imaginarlo así. Lo cierto es que ir tirado en un auto, apuntado por un arma, por un camino en medio del descampado, le quitaría el ánimo a cualquiera. Es un camino interminable de cinco kilómetros. Una recta infinita. Todo se llena de polvo. Al final, una pequeña curva. Y ahí nomás, la cava que pocos días antes había realizado la Municipalidad de General Madariaga. Estacionaron a un costado. Prellezo tomó el mando del Ford Fiesta de Noticias y lo introdujo en la cava. Sacó a Cabezas del auto y lo hizo colocarse de rodillas en tierra al lado del asiento del acompañante. Le puso un par de esposas. Ahí sonó el primer disparo. De inmediato, el segundo.

Prellezo fue hasta su auto y tomó unos bidones con combustible. Los horneros miraban desde arriba de la cava. El policía le ordenó a Braga que bajara con él y los bidones. Acomodó el cuerpo en el asiento del acompañante, dejando sus piernas hacia afuera del vehículo. Apuntando con su arma le ordenó a Braga que rociara el auto con el combustible. “Ahora prendelo”, le dijo. Braga se negó. Pero el arma de Prellezo fue más convincente. Cuando tiraba el encendedor, se quemó una parte de su mano que estaba impregnada de combustible. En segundos, el fuego se apoderó del auto.

LA INVESTIGACIÓN

Este relato minucioso puede escribirse hoy gracias a la investigación judicial. Pero hace 25 años todo era misterio y oscuridad. A las 14 del domingo 25, Michi debía encontrarse con Cabezas para seguir su tarea. Al rato llamó a la casa de José Luis y le dijeron que no había regresado desde la noche. Entonces empezó a contactarse con colegas con los que había compartido la fiesta. Ante la desesperación, se comunicó con el comisario de Pinamar.

Michi: –No sé nada de él desde que me fui de la casa de Andreani.

Gómez: –¿En qué auto se movían ustedes?

Michi: –En un Ford Fiesta blanco.

Gómez: –¿Patente AUD 396?

Michi: –No sé. No recuerdo.

Gómez: –Uy, me parece que tengo una mala noticia para darte.

Desde ese momento, las operaciones en torno de la causa se sucedieron. En un principio había dos hipótesis que parecían contrapuestas. Una apuntaba a la Maldita Policía y la otra al empresario Alfredo Yabrán. Terminada la investigación se comprobó que Yabrán le dijo a su jefe de seguridad, Gregorio Ríos, que quería tener un verano tranquilo, sin periodistas. También que el empresario se había reunido en diciembre con el policía con el mismo pedido. Se supo que Ríos contrató a Prellezo para sacarse de encima al equipo periodístico de Noticias con la complicidad de sus colegas uniformados Luna (que marcó a los periodistas) y Cammarata (que ofreció la logística para ocultarlos en la costa). El comisario de Pinamar, Alberto “la Liebre” Gómez, liberó la zona. Prellezo contrató a Los Horneros para hacer el trabajo sucio. Finalmente, el poder empresarial y el policial se complotaron para asesinar a Cabezas. Más allá de la información sobre las disputas políticas en torno del crimen, la impunidad favoreció al poder político. De hecho, la última investigación que estábamos realizando en Noticias cuando se suicidó Yabrán se tituló “El cartero llamó 122 veces”, y reflejaba los contactos telefónicos que el sistema Excalibur había descubierto entre Yabrán y su entorno con celulares de la SIDE que figuraban a nombre de Hugo Anzorreguy, el titular del organismo. También se encontraron llamadas entrantes y salientes con la Quinta de Olivos.

El caso Cabezas fue el primero en que se utilizó el sistema Excalibur, traído desde Estados Unidos. No era más que un enorme procesador de datos que podía realizar todas las vinculaciones que se le pidieran. Por ejemplo, se cargaban todas las llamadas que había realizado determinada persona y se la podía cruzar con las de otra. O también se podía cruzar todos los datos que hubiera sobre una misma persona, como propiedades, autos, seguro social, trabajo. Los policías podían dejar días trabajando al Excalibur mientras hacía los cruzamientos de todas sus bases de datos, incluido el padrón electoral de la Argentina, entre otros. Así descubrí que para 1998 había veintidós Fernando Amato en la Argentina y nueve Fernando Adrián Amato. Eso sí, estaban mal cargados y desactualizados los datos correspondientes a mi dirección (aún figuraba el domicilio de mis padres, y yo ya estaba casado) y mi vehículo. Pero lo cierto es que gracias a ese trabajo se comprobaron vinculaciones de llamados entre personas tan distantes como un policía de Mar de Ajó (Prellezo) y un millonario empresario postal (Yabrán) que terminaron siendo indicios determinantes para llegar a la sentencia.

Si bien era llamativa la obsesión de Yabrán por su seguridad y la de su familia y su negativa a ser fotografiado, más sugestivo fue ver cómo quedó al descubierto que un empresario postal tuviera semejante aparato de seguridad e inteligencia a su servicio. En diciembre de 1996, un mes antes del crimen, Edi Zunino y Joe Goldman publicaron en Noticias un artículo que demostraba que Yabrán se valía de un grupo de mano de obra desocupada de la última dictadura militar en diferentes empresas de seguridad. Allí surgieron nombres como los de los genocidas Víctor Hugo Dante Dinamarca y Adolfo Donda Tigel. También se conoció que el vocero de Yabrán, Wenceslao Bunge, fue socio en una exportadora de café de los jerarcas bonaerenses de la dictadura Ramón Camps y Carlos Suárez Mason. Durante la investigación del caso Cabezas, pudimos desentrañar todo el aparato de seguridad personal de Yabrán. Mientras cubría la temporada, Michi anotó una patente de un auto que le pareció que podía ser de la custodia de Yabrán. Un Volkswagen color blanco patente AVR 650. Meses después, Michi recuperó esa libretita y esa patente. Junto a Edi Zunino pidieron los datos al Registro Automotor. La dueña era Beatriz Domeneghini. En principio, la patente coincidía con el modelo de auto, pero era la única pista que teníamos. Entonces llamé a Domeneghini. Me respondió que ese era su auto pero que nunca había estado en Pinamar. Días después, Michi descubrió que ese apellido figuraba en los cruces de llamados de Gregorio Ríos. Estábamos cerca. Tiempo después, ya con Ríos detenido, Domeneghini me llamó a la revista dispuesta a contar todo lo que sabía, y confesó que su marido era un custodio de Yabrán, Omar Cabral, y era él quien había estado en Pinamar con su auto. Así supimos que la estructura de seguridad del magnate no era de cuatro custodios, como decía Ríos, sino de 35. También nos entregó los códigos que manejaban para sus comunicaciones internas. Así supimos que cuando Yabrán ingresaba en su mansión de Acassuso la clave era “entra agua”, y que cuando salía, decían “sale fuego”. Pero lo más revelador fue que entre sus códigos habituales había dos claves que alertaban sobre la presencia de la prensa cerca de sus objetivos: el 440 era “fotograbador”, y el 443 era “periodista”. Todo eso fue registrado ante escribano y presentado a la Justicia. Tiempo después, la Justicia citó a todos esos custodios de Yabrán, que fueron retratados por las lentes de los compañeros de Cabezas.

El círculo se cerraba cada vez más sobre Yabrán. Cuando el juzgado ordenó su detención, se escapó. Para algunos era obvio que cuanto más poderoso es un personaje que se hace tan famoso como Yabrán, más difícil es ocultarse de la Justicia. Para otros, ya estaba en una playa caribeña. Lo que ni unos ni otros imaginamos fue que ese hombre iba a quitarse la vida. Los estudios forenses y los testigos fueron concluyentes. Era Yabrán. De hecho, los mismos estudios realizados en Entre Ríos se repetían al mismo tiempo en la ciudad de Buenos Aires. Por esas cuestiones leguleyas, aprendimos también que a la Justicia no le importa la verdad sino la inocencia o culpabilidad del imputado. Y ante la muerte, se produce la extinción de la acción penal, y todo lo referido a Alfredo Yabrán dejó de investigarse.

EL JUICIO

“Nunca tuve en mi vida un expediente con tantas pruebas”, me dijo una vez un funcionario del juzgado de Dolores. Y la verdad es que eran tan abrumadoras que vamos a mencionar sólo las más trascendentes: las confesiones de Los Horneros y de Gustavo Prellezo; las 44 comunicaciones entre Ríos y Prellezo en los últimos meses de 1996 y hasta dos días antes del crimen; el reconocimiento por parte de la esposa de Prellezo, Silvia Belawsky, de que ambos se reunían en la parrilla La Carreta, de City Bell, y que ella solicitó los antecedentes policiales de Cabezas a pedido de su esposo; el empresario Ricardo Manselle aseguró haber visto en su local de comidas en Martínez a Ríos y Prellezo en febrero de 1997; la reunión del asesino de Cabezas con Yabrán el 23 de diciembre de 1996; la intermediación del comisario Cammarata para conseguirles alojamiento a los asesinos en Valeria del Mar; la presencia del auto de la mujer de Prellezo en la casa de Los Horneros en la costa; la presencia del combustible en el baúl del auto demostraba que iban a matar y no a asustar a Cabezas; los entrecruzamientos de llamadas entre los acusados se detiene el día después del crimen; la presencia del auto de la mujer de Prellezo en la casa de Andreani; la confesión de la mujer de Prellezo de que ese verano no había estado en Pinamar; la zona liberada en la casa de Andreani; los testigos de los comercios cercanos a la casa de Cabezas que vieron el momento del secuestro; las esposas encontradas en el auto de Cabezas marca Alcatraz, iguales a las que solía usar Prellezo; la confesión de Los Horneros sobre los dos disparos a Cabezas cuando hasta entonces la primera autopsia señalaba un único disparo; la aseveración de la esposa de Prellezo sobre que su marido le había confesado que detrás del crimen estaba Yabrán; ninguno de los policías tenía razones para matar a Cabezas como sí las tenía Yabrán; el día del crimen, Yabrán y su esposa se fueron a pasar la noche al hotel Costa Galana de Mar del Plata y se registraron con nombre falso. Por una cuestión técnica, los camaristas no tuvieron en cuenta la parte del testimonio del perito psiquiatra José Abásolo, quien afirmó que Prellezo le confesó en una sesión que Yabrán había ordenado el crimen. La Justicia también tomó como indicios para determinar los motivos que pudo haber tenido Yabrán su mala relación con el periodismo en general (había antecedentes de ataques a otros medios) y con la revista Noticias en particular (sobre todo desde aquella primera investigación en 1991, cuando fuimos baleados con el fotógrafo Marcelo Lombardi, pero también los encuentros con otros compañeros de la revista a los que Yabrán expresó su miedo a ser fotografiado). También los antecedentes de vigilancia y hostigamiento contra Michi y Cabezas en aquel fatídico verano de 1997. Todos los acusados fueron condenados, el 2 de febrero de 2000, a prisión perpetua, pero para los policías la pena fue más grave por su calidad de funcionarios públicos y se los condenó a reclusión perpetua. Habíamos logrado como sociedad lo que parecía imposible tres años antes, con las primeras marchas y los primeros pasos en la investigación: terminar con la impunidad de los poderosos.

El clima en los Tribunales de Dolores era muy raro. Porque más allá de las teorías que tuviera cada uno de los que cubría el caso, o del rol que ocuparan en el juicio, lo cierto es que todos habíamos dejado, más o menos, tres años de nuestras vidas para conocer la verdad. Muchos nos volvimos dolorenses. Algunos se casaron con dolorenses, otros se quedaron a vivir en el pueblo después del juicio. Teníamos equipos de fútbol de periodistas que jugábamos contra los abogados o los investigadores policiales. Como si fuera un libro de Gabriel García Márquez, habíamos organizado una cena de despedida en un club dolorense. Más de un centenar de personas. Era todo tan loco que en un momento Burlando se burló (perdón, no pude evitarlo) de mi felicidad por la sentencia y casi nos agarramos a piñas. Ahí abandoné “los festejos”. Pero, en el fondo, todos sentimos que habíamos cumplido una misión. Y salvo la familia y algunos otros, la verdad es que nos relajamos y tal vez Burlando ya supiera lo que iba a pasar. Tal vez el caso Cabezas recién estaba empezando.

LA IMPUNIDAD

El 13 de noviembre de 2003, la Sala I de la Cámara de Casación bonaerense decidió recategorizar la figura del delito por el que se condenó a los asesinos de Cabezas y pasaron de “sustracción de persona agravada por la muerte de la víctima, en concurso ideal con homicidio simple con dolo eventual” a “privación ilegal con violencia en concurso real con homicidio”. Cualquier lego que lea esto entenderá que estamos hablando de un secuestro y asesinato. Pero estos cambios de palabras redujeron las condenas de los imputados a entre 18 y 27 años de cárcel, algo muy diferente a una cadena perpetua. Sólo Prellezo quedó afuera de este beneficio porque sus abogados hicieron tarde la presentación. Justicia, nunca lo entenderías.

El primero en beneficiarse con la reducción de la condena y el combo del 2×1 fue el hornero Auge, quien recuperó su libertad el 14 de diciembre de 2004. Pronto seguirían los demás, incluidos los policías y el jefe de seguridad de Yabrán. El 2 de octubre de 2010 fue liberado el autor material del crimen. Algunos volverían momentáneamente a la cárcel por violar su libertad condicional o por otros delitos, pero actualmente no hay ningún detenido por el crimen de Cabezas. El hornero Braga y el asesino Prellezo se recibieron de abogados, pero sus matrículas no fueron habilitadas.

Mientras los padres de José Luis Cabezas, José y Norma, se fueron de este mundo con el dolor de la pérdida, dejando jirones de su vida en la lucha por la verdad. Su esposa, Cristina, y su hija Candela se fueron a vivir a España. Cuando mataron a su papá, Candela tenía apenas cinco meses. Cuando le preguntaban cómo se llamaba, decía “Candela Cabezas Presente”. Una vez me tocó acompañarlas en un auto para ir a una marcha por algún aniversario. La ciudad estaba empapelada con afiches de Cabezas. Candela no paraba de señalar y decir: “Papá”.

En ese contrapunto de realidades enfrentadas, el crimen de Cabezas también marcó el quiebre de un momento de la historia. Fue el principio del final de los años 90. La máxima representación de un peronismo aspiracional que por un rato terminó consumido por absurdas ideas liberales con un toque de glamur y mucho de cinismo. Donde las mafias encontraron su lugar para hacer negocios cerquita del poder. En medio de esa locura quedó atrapado José Luis Cabezas. Un trabajador de prensa cuyo pecado fue retratar aquella realidad que estábamos viviendo.

Escrito por
Fernando Amato
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