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Caras y Caretas

           

Saavedra Lamas y la forja del internacionalismo argentino

Hace 85 años, el diplomático se convirtió en el primer Nobel de la Paz argentino y latinoamericano, por su mediación en el mayor conflicto bélico del siglo XX en la región y la creación del Pacto Antibélico.

Hay ciertas personalidades que sintetizan el momento político de un país y su potencial. Carlos Saavedra Lamas, el primer Nobel de la Paz de la Argentina y de Latinoamérica, es uno de ellos. Este 25 de noviembre se cumplen 85 años de aquella distinción que consagró no sólo al hombre sino a sus ideas y la proyección internacional de un país que, desde el Sur, alzaba su voz en el concierto mundial.

Su biografía resume una época de la Argentina y los linajes patricios: bisnieto del coronel Cornelio Saavedra, presidente de la Primera Junta de Gobierno de las Provincias Unidas del Río de la Plata; egresado del Nacional de Buenos Aires y luego de la Universidad de Buenos Aires –de la que fue rector entre 1941 y 1943–; discípulo del historiador y educador Joaquín V. González y diputado y ministro nacional, en dos oportunidades. Saavedra Lamas se ubicaba en el arco político nacional como un conservador de buen diálogo con las fuerzas antagónicas. Y hasta su matrimonio con Rosa Sáenz Peña, hija del primer mandatario Roque Sáenz Peña, exhibe los lazos entre las familias de la sociedad política de la época.

Pero Saavedra Lamas fue, además, un hombre de su tiempo, el de una Argentina que se asomaba al siglo XX desde un desarrollo económico, social y cultural acelerado que alimentaba las más altas ambiciones. Una nación integrada, asimismo, a una Latinoamérica que daba sus primeros pasos en la arena internacional, en la turbulenta bisagra del período de entreguerras, confiada en ser parte del discurso moral. En su artículo “Carlos Saavedra Lamas, el apogeo de la política exterior argentina”, el diplomático argentino José María Ruda lo describe como “un ejemplo de esa generación ilustrada, la primera que en América empezó a participar en una vida internacional de cooperación e interdependencia en el orden regional y universal”.

Su rol como mediador en uno de los conflictos más cruentos que sufrió Latinoamérica en el siglo XX, la llamada Guerra del Chaco, fue uno de los fundamentos para el mayor de los reconocimientos posibles a quienes bregan por la paz a nivel internacional: el Nobel. Pero aquella voluntad no estaba escindida de un compromiso político, casi filosófico, con las ideas internacionalistas que pugnaban, con escasa suerte, por contener el fatídico desenlace en un nuevo conflicto global, víctimas de las resistencias nacionalistas y la parálisis de la Sociedad de las Naciones. La puesta en práctica de esos principios por Saavedra Lamas se conjugaron entonces en un instrumento concreto denominado Tratado de No Agresión y Conciliación, o Pacto Antibélico, el otro fundamento para su reconocimiento mundial.

Más allá de constituir una clara apuesta por la paz, desde una estrategia multilateralista, la forja de este mecanismo significó un posicionamiento geopolítico de la Argentina frente a la ofensiva política de Estados Unidos hacia el sur. Una declaración política respecto de la guerra y el rechazo rotundo a su utilización como camino de expansión territorial en momentos en los que ya se daban los primeros movimientos, al otro lado del Atlántico, para desencadenar la madre de todas las batallas. Pero, a la vez, una voluntad de construir regionalismo desde el Sur.

IDEAS EN MOVIMIENTO

Saavedra Lamas asumió la Cancillería argentina en 1932. Ya entonces crecían las hostilidades entre bolivianos y paraguayos por una región inhóspita en la que, se sospechaba, había escondidas importantes reservas de petróleo. Si bien aquella fue una de las razones que, durante mucho tiempo, explicó el origen del conflicto –en conexión con el rol de importantes petroleras europeas y estadounidenses–, algunos académicos ahondaron, con el tiempo, en otras explicaciones que bien pueden completar aquella explicación inicial. Incluyen desde el nacionalismo paraguayo hasta los múltiples intentos de Bolivia de buscar una salida al mar, esta vez, mirando hacia el Atlántico.

En rigor, el conflicto limítrofe entre Paraguay y Bolivia por el denominado Chaco boreal se remontaba a tiempos anteriores, pero fue en esos años, entre 1932 –oficialmente la guerra se declaró un año después– y 1935, que las fuerzas armadas desencadenarían los combates. Como respuesta a un intento de Estados Unidos de impulsar una solución desde el Comité de Neutrales, que incluía la aplicación de sanciones, la Argentina contrapropuso su propia iniciativa asociada al Brasil de Getulio Vargas, con el fin no sólo de condenar las acciones bélicas y ponderar la vía del arreglo pacífico de controversias, sino además de rechazar explícitamente la anexión de tierras por vía de las armas.

De hecho, ya en su primer artículo, el Pacto Antibélico dejaba en claro su espíritu al declarar que las “Partes Contratantes declaran solemnemente que condenan las guerras de agresión en sus relaciones mutuas o con otros Estados, y que el arreglo de los conflictos o divergencias de cualquier clase que se susciten entre ellas no deberá realizarse sino por los medios pacíficos que consagra el Derecho Internacional”. Asimismo, en el segundo artículo del pacto, se establecía que “no reconocerán arreglo territorial alguno que no sea obtenido por medios pacíficos, ni la validez de la ocupación o adquisición de territorios que sea lograda por la fuerza de las armas”.

Con el fin de que no se convirtiera en una mera declaración de buena voluntad, el Pacto Antibélico contenía un sistema de solución de controversias mediante una Comisión de Conciliación de cinco miembros que se conformaría con un representante por cada una de las partes en pugna y otros tres integrantes designados de común acuerdo por ellas y terceros Estados, con nacionalidades diferentes a los involucrados. De ellos debía salir el presidente del cuerpo, que tenía un plazo de hasta un año –durante el cual las partes se abstenían de realizar cualquier acción que pudiera agravar el conflicto– para presentar una propuesta de “solución justa y equitativa”.

MOTIVACIONES

En un trabajo titulado “Los intereses argentinos en Paraguay durante la Guerra del Chaco (1932-1935): razones de un apoyo incondicional”, el investigador argentino Maximiliano Zuccarino describe las múltiples vinculaciones entre la elite local y sus explotaciones comerciales en suelo guaraní, cruzado por intereses británicos. Asimismo, plantea que la neutralidad argentina en el conflicto no fue tal a la luz de una serie de acciones registradas como el bloqueo de material bélico con destino a Bolivia. Una lectura menos romántica sobre los intereses comerciales del entonces presidente Agustín Justo por intervenir en aquel conflicto del cual la Argentina se sentía voz autorizada por vecindad y proyección geopolítica.

Al margen de ello, el diseño de un instrumento como el Pacto Antibélico, suscripto por 21 países, significó todo un capítulo de la política exterior argentina y latinoamericana, al que se sumaron, incluso, firmantes europeos como España, Portugal, Finlandia y los entonces reinos de Italia, Bulgaria y Grecia, entre otros. Si bien la Organización de Estados Americanos considera que el Pacto Saavedra Lamas fue derogado por el Tratado Americano de Soluciones Pacíficas, también denominado Pacto de Bogotá, acorde con Ruda, su letra sigue vigente entre los Estados que no ratificaron este último instrumento.

“Saavedra Lamas también reflejó en su personalidad ese momento argentino. La vanidad por lo realizado, el diálogo igualitario con los más poderosos, el deseo de destacar la presencia del país en el concierto universal, la propuesta de iniciativas dentro y, sobre todo, fuera del marco regional”, detalla el diplomático argentino. Y añade: “El hombre y el momento se conjugaron en Saavedra Lamas y él supo utilizar su preparación, su talento y su energía, en el lugar e instante oportuno, para brillo y realce de su país en el concierto internacional”.

Casi como un último giro irónico de la argentinidad, la medalla que el Comité Noruego del Nobel le entregó a Saavedra Lamas terminó en manos de una casa de subastas luego de que sus herederos la vendieran primero a un coleccionista de Nueva York. El 27 de marzo de 2014, la máxima distinción a la Paz se puso a remate en Baltimore, Maryland. Era la segunda vez que ocurría algo semejante. Se vendió a un postor privado asiático por 1.116.250 dólares, afirman las crónicas de esos días. Es la última referencia pública que se tiene sobre ella.

Escrito por
Mariano Beldyk
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