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Caras y Caretas

           

Rosas y la defensa de la soberanía

El castillo sobre Vuelta de Obligado. Publicado en Caras y Caretas el 25 de mayo de 1935.

Hace 176 años, en el combate de la Vuelta de Obligado, las tropas argentinas lograron evitar el avance de las flotas anglofrancesas que venían por el dominio de nuestros ríos con la idea de hacerse de la hegemonía de la región.

Juan Manuel de Rosas, el gobernador de la provincia de Buenos Aires y titular de la Confederación Argentina, tenía una característica muy particular que lo diferenciaba de otros gobernantes de estas regiones: un excesivo celo personal por el respeto de la dignidad de la Confederación que, a veces, era hasta poco práctico. Pero muy valeroso desde el punto de vista de la soberanía nacional. Terco y orgulloso, no cedía un centímetro cuando se trataba de negociaciones en las que intervenían agentes extranjeros. Solía tener relaciones amigables con los emisarios de las grandes potencias, no parecía tener grandes despliegues de xenofobia explícita, pero sí disputaba cerradamente a favor de los intereses nacionales. Durante los primeros años de gestión, por ejemplo, Rosas no pagó prácticamente ninguna cuota del Empréstito Baring Brothers, contratado en la década de 1820 por Bernardino Rivadavia, y transformó, vale repetir una vez más, el famoso banco nacional con capitales ingleses en el Banco de la Provincia financiado por estancieros. E impuso con la Ley de Aduanas una política económica de proteccionismo inédita. Pero si por algo será recordado y admirado siempre Rosas es por la defensa del Principio Americano de no permitir que las potencias extranjeras intervinieran en los asuntos internos de los países del sur. Y una de las páginas más honrosas fue la insistencia de Rosas en el cerrojo de los ríos interiores que llevó al paroxismo de la épica el 20 de noviembre de 1845 en la Vuelta de Obligado.

Obelisco de piedra en homenaje a los caídos emplazado en el el lugar dónde estaba ubicada la batería “Manuelita”(izq.) Islote o torreón donde fueron amarradas las cadenas. Publicado en Caras y Caretas el 25 de mayo de 1935.

A principios de ese año, se produjo una escalada en el conflicto político entre la Confederación Argentina, Uruguay, Brasil y las potencias europeas en función del golpe de Estado que el Partido Colorado, liderado por Fructuoso Rivera, había perpetrado contra los Blancos, liderados por el artiguista Manuel Oribe. Esa fue la excusa de la intervención de Francia y Gran Bretaña, pero sus objetivos eran claros: mantener en Uruguay y Argentina gobiernos débiles y títeres de sus intereses geopolíticos y comerciales, no permitir el acercamiento de Brasil al Plata para no romper el equilibrio de fuerzas frágiles en el estuario. La estrategia de Pedro II, rey de Brasil, consistía, en cambio, en que las potencias abrieran el camino del Paraná y el Uruguay para que su flota pudiera remontar esos ríos y convertirse con el paso de los años en la potencia hegemónica en la región y, en última instancia, ser el socio menor de las potencias en Sudamérica. Rosas quería que la Confederación fuera hegemónica sobre los países del ex Virreinato del Río de la Plata. ¿Quería la reconstrucción, como temían los brasileños? No hay prueba fehaciente de ello, sí es cierto que el americanismo hispanista y religioso del Restaurador tendía a generar las condiciones para la construcción de una Gran Federación Sudamericana, semejante al sueño de los libertadores San Martín y Bolívar y del propio Manuel Dorrego, su predecesor en la jefatura del Partido Federal.

LA DEFENSA DE LA CONFEDERACIÓN

Las agresiones de las potencias se hicieron efectivas en los últimos días de julio y los primeros de agosto de 1845, cuando Brown, en Montevideo, intentaba cumplir las órdenes de Rosas de que regresara a Buenos Aires. El 2 de agosto, sin previo aviso y sin declaración de guerra, los buques argentinos fueron atacados de forma ladina por la flota inglesa. El 18 de septiembre de 1845, los embajadores británico y francés declararon el bloqueo marítimo y fluvial de toda la Confederación Argentina, que se extendería a los puertos que ocuparan las fuerzas de Oribe. Pero quedarían libres los puertos de las provincias aliadas, como Corrientes, gobernada desde mediados de 1844 por Joaquín Madariaga.

Rosas comprendió que la cuestión era seria. Y organizó la defensa de la Confederación. El punto elegido fue el recodo del río Paraná conocido como la Vuelta de Obligado. Allí dispuso al general Mansilla con sus baterías para frenar el avance invasor. Sobre el Paraná, los invasores intentaron remontar el río con varias naves de guerra y más de noventa buques mercantes. El mensaje era sencillo: el comercio se abre a cañonazos.

La flota comandada por los almirantes Massieu De Clerval y sir Charles Hotham llegó el 20 de noviembre al lugar donde Mansilla los esperaba guarnecido. Las fuerzas eran absolutamente desiguales: 115 cañones invasores contra 35 americanos parapetados sobre varios promontorios. El combate fue heroico. Luego de horas y horas de bombardeos cruzados, recién cuando los confederados se quedaron sin municiones, los usurpadores pudieron cortar las cadenas y continuar su camino. Los artilleros argentinos debían ser reemplazados cada quince minutos por los daños que provocaba el fuego anglofrancés, y el propio Mansilla resultó gravemente herido y debió ser reemplazado por Juan Bautista Thorne, quien perdió la audición por el fragor de la batalla. Hombres y mujeres combatieron a la par y defendieron ese promontorio.

Quedan en el recuerdo de todos los argentinos el heroísmo de los defensores de Obligado y las hermosas palabras de la proclama de Mansilla: “¡Milicias del Departamento del Norte! ¡Valientes soldados federales, defensores denodados de la Independencia de la República y de América! Los insignificantes restos de los salvajes traidores unitarios que han podido salvarse de la persecución de los victoriosos ejércitos de la Confederación y orientales libres, en las memorables batallas de Arroyo Grande, India Muerta y otras, que pudieron asilarse de las murallas de la desgraciada ciudad de Montevideo, vienen hoy sostenidos por los codiciosos marinos de Francia e Inglaterra, navegando las aguas del gran Paraná, sobre cuyas costas estamos para privar su navegación bajo otra bandera que no sea la nacional. ¡Vedlos, camaradas, allí los tenéis! Considerad el tamaño insulto que vienen haciendo a la soberanía de nuestra Patria, al navegar las aguas de un río que corre por el territorio de nuestra República, ¡sin más título que la fuerza con que se creen poderosos! Pero se engañan esos miserables. ¡Aquí no lo serán! ¿No es verdad, camaradas? ¡Vamos a probarlo! ¡Ya no hay paz! ¡Suena ya el cañón! ¡Ya no hay paz con la Francia ni con la Inglaterra! ¡Mueran los enemigos! ¡Trémole en el río Paraná y en sus costas el pabellón azul y blanco y vamos a morir todos antes que verlo bajar de donde flamea! Ejemplo heroico sea ésta vuestra resolución, a ejemplo del heroico y gran porteño, nuestro querido brigadier don Juan Manuel de Rosas y para llevarla contad con ver en donde sea mayor el peligro a vuestro jefe y compatriota el general”.

EL LEGADO DE UNA PATRIA SOBERANA

La Vuelta de Obligado fue una derrota, pero los invasores no pudieron ir mucho más río arriba. Lograron llegar a Corrientes pero no al Paraguay de Carlos Antonio López, quien pérfidamente le declaró la guerra a Rosas el 4 de diciembre, sin saber que los enemigos del Restaurador iban a ser los mismos que apenas veinte años después iban a destrozar a su país y a asesinar con vileza a su propio hijo, Francisco Solano López.

Monumento que recuerda la batalla inaugurado en el marco del Bicentenario, el 20 de noviembre de 2010.

El 2 de enero de 1846, volvieron a cruzarse ambos ejércitos en un nuevo combate en la Vuelta de Obligado. Siete días después, en Tonelero, la flota invasora sería duramente averiada y lo mismo ocurriría a pocos kilómetros, en Acevedo. El 16 se produjo un nuevo cruce en San Lorenzo y en la Angostura del Quebracho. Pero la suerte de la invasión se jugó en Tonelero, el 10 de febrero, y el 19 de abril en el Quebracho.

Imposibilitadas de quebrar la fortaleza de la Confederación, las potencias europeas se vieron obligadas a negociar frente a la dignidad del propio Rosas como Jefe de Estado. A mediados del 46, en medio de una pequeña crisis política por la cuestión del Plata, el gobierno británico ordenó a su escuadra abandonar el Paraná, medida que fue imitada por el gabinete francés, y envió a Buenos Aires a Thomas Samuel Hood a negociar una paz honrosa.

Juan Manuel de Rosas, el Gran Americano, era saludado por las grandes naciones del continente como el paladín de la causa de los pueblos del sur en contra de la prepotencia de las monarquías europeas. Los principales diarios de la región vitoreaban su nombre. Y recibía, durante el proceso que duró el conflicto, el mejor homenaje del que podía hacerse acreedor: el reconocimiento del libertador José de San Martín, quien le envió varias cartas elogiosas y le legó el sable que los acompañó durante el cruce de los Andes.

La Vuelta de Obligado es sólo la página más heroica. La que más carga épica tiene. Pero toda la concepción de soberanía enarbolada por Rosas ilumina las continuidades de nuestra historia: la defensa del Paraná, la negociación de la deuda externa, la protección del trabajo argentino. Recordar a Rosas también es pensar nuestro presente y diagramar nuestro futuro.

Escrito por
Hernán Brienza
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