En los últimos años estuve a cargo del Seminario de Maternidad en la Adolescencia en la Universidad Nacional de Lomas de Zamora, en pleno conurbano bonaerense. Era inevitable hablar sobre la mujer, sobre su lugar en la sociedad y en la familia, su historia. Me repican aún las palabras de las estudiantes diciendo “mi marido me ayuda, me lava los platos” o “mi marido cuida a mis hijos” (estamos hablando de los hijos de ambos).También que en sus parejas, padres, hijos, hermanos, no había ningún rasgo machista de los que se hablaba en clase, en relación con nuestro objeto de estudio. Los libros, notas, textos que leíamos sobre la mujer parecían referirse a seres de otro planeta y no a los de carne y hueso que formaban parte de nuestro devenir cotidiano. Era impresionante para mí verlas abrir los ojos como platos cuando descubrían que la lengua también es machista al darles el ejemplo de “hombre público” (hombre destacado, que tiene influencia en la vida social), en contraste con “mujer pública” (mujer que ejerce la prostitución).
Estoy hablando de las últimas décadas, de un momento en el que ha cambiado tanto la sociedad que incluso existe el matrimonio igualitario. Las mujeres andan en pantalones, fuman, toman alcohol, pueden ir al Colón siendo viudas sin esconderse para escuchar música o ver una ópera. Hoy hay mujeres presidentas, vicepresidentas, directoras de empresas, médicas, etc. Sin embargo, mis alumnas de la universidad seguían teniendo conceptos muy distantes de los cambios que la sociedad está experimentando, lo que muestra claramente que hay diversos estratos de pensamiento y que conviven ideas opuestas. Frases como “mi marido me ayuda, me lava los platos” pueden ser parte de un diálogo en una obra de teatro, que despertaría seguramente una larga carcajada entre los espectadores.
Actualmente, aunque parezca mentira, todavía hay lugares en el mundo donde las mujeres son sometidas a la mutilación genital. Si hoy esto es así, cómo sería a fines del siglo XIX y principios del XX, cuando Julieta Lanteri se convirtió en la primera mujer en recibirse en el Colegio Nacional “Rafael Hernández” de La Plata; la quinta en llegar a ser médica y doctora de la UBA en 1907, la primera sudamericana en votar y la primera incorporada al padrón electoral de la Argentina.
Mi madre formaba parte del movimiento de mujeres, pero eso fue en la década del 50, y sin embargo era mirada como una rara avis en el barrio en que vivíamos. Esto sucedió varias décadas después de que Lanteri formara el Partido Feminista Nacional. Cuánta fuerza debió tener, cuánto talento. ¡Una adelantada! Qué visión tan profunda sobre la historia y las relaciones sociales. ¡Cuánta pasión!, como diría Araceli Bellotta.