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Caras y Caretas

           

El excéntrico Miyamoto y la momia argentina del siglo XX

De formación técnico-científica, el japonés trabajó en el Instituto Malbrán y para la planta rosarina del frigorífico Swift. Sin embargo, la “obra” por la que fue noticia fue el embalsamiento del cadáver de su esposa, con una técnica única cuyos secretos se llevó a la tumba. El periodista Horacio Vargas reconstruyó esta fantástica historia de vida y en esta entrevista revela algunos detalles.

El periodista y escritor Horacio Vargas se embarcó en la búsqueda de la historia de vida de Katsusaburo Miyamoto, el japonés que embalsamó a su esposa con una técnica única. El autor reconstruye la biografía del hombre que introdujo el bonsai en la Argentina, salvó al histórico pino de San Lorenzo con la hormona “auxesina” y se negó a embalsamar a Eva Perón. 

Su esposa, bautizada como la “momia argentina del siglo XX”, hoy descansa en el Museo de Anatomía de la Facultad de Medicina de la Universidad Nacional de Rosario (UNR). 

Apasionado por las historias rosarinas, Vargas accedió al archivo personal del japonés, quien también vivió en Rosario en la década del 30 mientras fue inspector veterinario en el frigorífico Swift. 

Antes, en Buenos Aires, había trabajado en el Instituto Bacteriológico fundado por Carlos Malbrán, donde compartió días de trabajo con el célebre Bernardo Houssay. Desconocido en la cultura de su país, Miyamoto dejó en la Argentina un legado de enseñanzas e historias increíbles. 

–¿Cómo llegó a sus manos el nombre de Katsusaburo Miyamoto?

–En principio me entero por dos libros de ficción: Amores eternos, de Pablo Gavazza, y Los asesinos de los días de fiesta, de Marco Denevi. Ambos recrean un imaginario, una historia de amor, un misterio… Una cena de Navidad me reveló otra historia. Los hijos, hoy ya gente mayor, de la persona que se llevó a vivir a su casa a Miyamoto el año que tuvo un infarto, narraban frente a mí la vida del viejo y querido japonés. Me fui a casa con la sensación de que un día iba a escribir esa historia. Estoy convencido de que toda buena historia debe ser narrada. Un tiempo después, la nieta de los hijos de Oliva –el protector de Miyamoto–, me llamó por teléfono para avisarme que había encontrado el archivo de Miyamoto: en rigor, una valija de inmigrante llena de fotos, documentos de identidad, cartas en japonés a sus familiares, medallas con condecoraciones, postales, un diario donde volcaba en español reflexiones filosóficas y científicas. Así me convencí de que podía escribir una biografía novelada, donde los datos duros son procesados con las herramientas del periodismo narrativo.

–¿En qué contexto se da su llegada a Rosario?

–Él es trasladado por el Ministerio de Ganadería de la Nación a Rosario para asumir como inspector veterinario del frigorífico Swift, un monstruo imperial que en 1925 acababa de ocupar un punto estratégico sobre la ribera del río Paraná. La apertura del Swift generó una nueva mano de obra: polacos, rusos, lituanos, turcos, españoles y griegos que escapaban de la hambruna de la Europa devastada por la Gran Guerra, y criollos litoraleños, levantaron sus ranchos de barro con techos de paja y lata; familias que vivían trocando penas por alegrías en bailes nocturnos con fondo de rasgueo de una guitarra criolla que acompañaba un tango, un gato o un malambo, donde circulaban la ginebra y la cerveza.

–¿Cómo fue el camino que recorrió Miyamoto para trabajar en la recuperación del Pino de San Lorenzo, escoltado por 26 soldados del Ejército?

–Se entera por el diario que el Pino Histórico –uno de los íconos de la historia militar argentina– se está secando. Le pide a Oliva, su padrino, su manager, que lo lleve a San Lorenzo. Sabía que el coronel José de San Martín había dictado debajo de la sombra reparadora del pino del convento San Carlos el parte de la batalla breve contra tropas realistas. Observó que estaba descuidado y por el suelo anegado las raíces se estaban pudriendo. Con un tratamiento adecuado se podía salvar con la hormona que había creado: la auxesina. No cobró por el trabajo y salvó al pino.

–¿Por qué se negó a embalsamar a Eva Perón?

–Creo que por precaución. Creo que estaba convencido de que Perón le iba a pedir que le revelara la fórmula de embalsamamiento antes de continuar el trabajo. Y lo cierto es que Miyamoto no sólo le dijo que no al General sino también a la Fundación Rockefeller, que en 1970 le ofreció dos millones de dólares por su gran secreto.

Foto: Gentileza Rosario/12

–¿Cómo era la relación con su esposa? ¿La embalsamó “por amor”?

–Ella, Teresa América Carmelina, la futura momia argentina que “duerme” en el Museo de Anatomía de la Facultad de Medicina de la Universidad Nacional de Rosario (UNR) desde hace sesenta años, sí sabía cuál era la técnica que usaba su marido para embalsamar animales sin sacar las vísceras. Cito un fragmento del libro:

“–Conserva mi cuerpo cuando muera, preséntalo al mundo como tu obra maestra.

”–No puedo pensar en eso.

”–Utiliza mi cuerpo para experimentar con tu propio sistema de conservación, yo conozco tu secreto… el sistema que has desarrollado por tu cuenta. Inyectas sales y algunos ácidos en mi cuerpo para cristalizar la sangre y mantener abiertos los poros… sé que comenzarás con el tratamiento de mi pelo, y que envolverás mi cuerpo en toallas húmedas, sé que no extirparás ningún órgano interno, sé que con tu técnica mantendrás mis restos bajo un aspecto actual de vida. Prométemelo.

”–Lo prometo.” Puede sonar cursi, pero lo hizo por amor.

–¿De qué manera reaccionaron la opinión pública y la sociedad de la época cuando se enteraron de que había momificado a su esposa?

–Fue un suceso internacional. La prensa sensacionalista se hizo un festín. Los cables de las agencias de noticias titularon: “Japonés demente roba cuerpo de su esposa para llevarlo a su casa”, “Japonés tiene cadáver de su mujer en casa”, “Un hombre roba el cádaver de su mujer de un hospital a fin de conservarlo en su casa”. La publicación del libro tuvo mucha repercusión en Rosario. Como suele ocurrir con historias poderosas, mucha gente reaccionó en las redes sociales contando que conocía, por sus padres y sus abuelos, la historia del japonés y su mujer italiana.

–Se negó a embalsamar a un general soviético pero quería hacerlo con el papa Pío XII. ¿Cuál era el criterio que tenía para la elección de sus trabajos?

–No embalsamó a nadie más salvo a Teresa. Ella pensaba que Perón, primero, y el Vaticano, después, debían conocer la obra de su marido.

–Miyamoto no es reconocido por la cultura japonesa-argentina. ¿A qué se debe?

–Cuando comencé la investigación para el libro, me sorprendió la ausencia notable de información sobre Miyamoto en los registros de la comunidad japonesa en la Argentina. Era un gran desconocido acaso por propia decisión: no tenía contacto con los paisanos. Prefería el ostracismo, el estudio…

–Rosario siempre está presente en sus historias. ¿Cuál será la próxima?

–Por ahora disfruto de la repercusión que está teniendo el libro. Ya vendrá el tiempo para pensar en el próximo. Me encantaría escribir la biografía oficial de Marcelo Bielsa mientras también boceto algunos borradores de lo que podría ser mi primera novela.

Escrito por
Juan Piterman
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