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Caras y Caretas

           

Compromiso y maestría

La producción de Antonio Berni es prolífica y comprende no sólo pinturas sino también collages, instalaciones y murales. Trabajó con una multiplicidad de materiales y fue un vanguardista del arte latinoamericano.

La efeméride obliga a evocar que hace cuatro décadas la muerte sorprendió a uno de los indiscutidos referentes del arte argentino: Antonio Berni. Cuando sería preferible conmemorar el hecho de que, como desde hacía más de sesenta años, el maestro se encontraba en pleno frenesí productivo. Ese 1981 había acabado dos enormes pinturas para la capilla del Colegio San Luis Gonzaga, de la localidad bonaerense de Las Heras. La Crucifixión y el Apocalipsis fueron donadas y emplazadas por el artista en su lugar definitivo luego de su exhibición en la ciudad de Buenos Aires, junto a otros trabajos preparatorios seleccionados entre los más de cuarenta ejecutados a lo largo de tres años. Entre ellos, se hallaban la extraordinaria aparición metafísica de Cristo en el departamento o la muy contemporánea de Cristo en el garaje, junto a piezas como Magdalena y Enigma doloroso que, con osadía, se referían a los desaparecidos por el terrorismo de Estado desplegado por la dictadura militar, entonces todavía activa.

Esta serie de obras presenta la particular perspectiva del artista frente a la tradición de la iconografía cristiana, tomada ya en sus composiciones monumentales de los años 30 como tema de encuadre con el que se refiere a conflictos de su tiempo. Estos Cristos, como el de Medianoche en el mundo (1937) –donde presenta el dolor frente a los fusilamientos de la Guerra Civil Española– o el de Obrero muerto (1949), que cita al del pintor del Quattrocento Andrea Mantegna, son expresión de los escarnecidos por los poderes que atentan contra la integridad humana, de los marginados y caídos en las luchas por la reivindicación de derechos fundamentales. La ideología de Berni, activo comunista, se filtró en la consecución de un proyecto religioso, cuando actualizó sus contenidos y programas al incluir escenarios, personajes y atributos propios de ese tiempo. Sin embargo, las denuncias contra la ambición desmedida, la violencia, la injusticia o las manipulaciones de la realidad en los medios de comunicación dispensan a estas composiciones la sacralidad de una ética secular.

ROSARIO, MURALES Y DESPUÉS

Desde su primera exposición en su Rosario natal, realizada en 1920 con tan sólo catorce años, la actividad de Berni fue infatigable, como creador, como intelectual –son innumerables sus artículos y conferencias– y como militante por la defensa de los derechos de los trabajadores y los más humildes. Para atestiguarlo basta mencionar los extensos ciclos que dedicó desde los tempranos 60 a personajes como Juanito Laguna, el niño de la villa miseria, y como Ramona Montiel, la humilde muchacha forzada a un destino de prostitución, con los que no sólo configuró tipologías emblemáticas, sino que buscó plasmarlas a través de renovaciones técnicas, con sus xilocollage relieves y atrevidos montajes polimatéricos.

Mucho antes que ellos, representó a grupos populares reclamando “pan y trabajo” en Manifestación (1934), así como comprometió la mirada en la tediosa espera por una changa en tiempos difíciles de Desocupados, o puso en escena a los sectores más postergados del campo en Chacareros (1935). En estas obras, con las que inauguró su nuevo realismo, consistente en una figuración moderna de formatos heroicos, cada individuo era minuciosamente representado a partir de documentos gráficos y fotográficos que constituían el archivo del artista. Ejecutadas luego de la prédica y del mural que Siqueiros llevó a cabo en la Argentina en 1933 –acciones de las que Berni participó activamente–, fueron una respuesta polémica al modus operandi planteado como excluyente por el artista mexicano, para el que el arte revolucionario sólo se daba en la pintura pública. A falta de paredes disponibles –impensables durante los regímenes conservadores de la Década Infame–, Berni interpuso grandes superficies a modo de murales transportables. Para acercarse a la luminosidad opaca del fresco, el temple. Para dar énfasis expresivo atravesado por el dinamismo de las nuevas técnicas, efectos de close-up, deformaciones de gran angular e intensa iluminación cinematográfica.

Pero la posibilidad de la proyección de un arte de mayor difusión y disponibilidad social siguió rondando la ambición del artista y del grupo de colegas –Spilimbergo, Castagnino, Colmeiro y Urruchúa– con los que fundó el Taller de Arte Mural, que efectuó las pinturas de las Galerías Pacífico inauguradas en 1946, entre otras realizaciones en el espacio público. Todo esto sin abandonar nunca otros géneros de menor enjundia retórica pero plenos de posibilidades expresivas, como el retrato, el paisaje o la naturaleza muerta, que afrontó con maestría.

UN ARTISTA INTEGRAL

Sus primeros paisajes dieron cuenta de su entorno familiar y de distintos aspectos de su país por medio de una pintura luminosa deudora del posimpresionismo en boga. Europa lo conectó con los tesoros de la tradición artística y cultural, así como con las más renovadoras vanguardias estéticas y filosóficas: el cubismo didáctico de André Lhote o la versión expresionista de Othon Friesz, la pintura metafísica de De Chirico, el surrealismo de Breton y Aragon –con el que estableció una relación duradera–, el realismo mágico teorizado por Franz Roh, las distintas corrientes del pensamiento de izquierda o el psicoanálisis.

En 1932 introdujo el surrealismo en las artes visuales argentinas –una de las últimas vanguardias históricas–, pero pronto, respondiendo a las acuciantes necesidades sociales y políticas de su país y del mundo, se embarcó en la elaboración de un moderno realismo crítico, cuya perspectiva militante e implacable penetración nunca abandonó.

Permeable a las renovaciones, se preocupó por reconducir sus contenidos, experimentando con aquellos modos que mantuvieran contemporáneas sus formas creativas. Respondiendo a las necesidades de cambio del vertiginoso siglo XX, modernizó la pintura, investigó las posibilidades del mural, desarrolló el collage, los ensamblajes de materiales extraartísticos, transformó el grabado –obteniendo en 1962 el Gran Premio de Grabado y Dibujo de la XXXI Bienal Internacional de Venecia–, desarrolló el arte del objeto e incursionó con audacia en ambientaciones, instalaciones multimedia y el arte por computadora.

Participó tenazmente del debate artístico de su tiempo, tanto con sus trabajos plásticos como con su palabra, desde la tribuna del orador, del docente o desde las páginas de artículos y ensayos. El ejercicio de una conciencia crítica unida a la sensibilidad del poeta constituye, aún hoy, el legado que su obra revela.

Escrito por
Adriana Lauria
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