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Caras y Caretas

           

“El teatro me conecta con la vida y con el otro”

Su relación con el arte de las tablas se remonta a su niñez, como espectador y también como creador. Pacho O’Donnell habla sobre sus obras en cartel y sobre el sentido del teatro en su vida.

Ecléctico y en constante movimiento, Mario “Pacho” O’Donnell ha sabido dejar su huella en cada una de las disciplinas que, con labor y sutileza, ha elegido abordar. Desde su temprana especialización en psicoanálisis hasta su exitosa faceta de historiador, pasando por su avezado desempeño político. Sin embargo, hay en el teatro un nexo muy temprano en su vida. Un acercamiento que se remonta a una familia atravesada por la intelectualidad, en donde el pensamiento era un hábito y los ecos del árbol genealógico llegaban hasta la figura de Lucio V. Mansilla, el notable autor de Una excursión a los indios ranqueles.

Fotos: Juan Tapia

Ya a los siete años había articulado su primer escrito en dramaturgia, la historia de un niño que quiere atravesar un puente repleto de agujeros desobedeciendo el mandato de su madre. Una historia que retrata buena parte de su perfil: el de alguien que decide recorrer caminos afrontando sus miedos, pisando terrenos distintos, esquivando el ansiado lugar de confort. Más de setenta años después, su trayectoria como dramaturgo ha dado pie a clásicos contemporáneos que retornan una y otra vez a la cartelera teatral, resistiendo el paso del tiempo.

Desde su sentido homenaje a Mario Benedetti en A la izquierda del roble y la vigencia de su obra La tentación, hasta su más reciente trabajo escrito en pandemia, Un papel en el viento, que abre el juego del recuerdo y las identidades en medio de la zozobra que nos toca atravesar, O’Donnell elige no parar y continúa retratando los grandes dilemas de la sociedad, así como las preguntas que empiezan a resonar en el imaginario contemporáneo entre la necesidad y la incertidumbre de avizorar un horizonte.

–¿Cómo llega al mundo del teatro?

–Mi incursión en el teatro surge con mi padre. Tenía una relación difícil con él, era una persona muy ocupada, muy dedicada a su profesión, con poco tiempo para sus hijos, sobre todo para mí, que era el más chico. Recuerdo muy vivamente una vez que estuvimos solos los dos, y por alguna razón maravillosa me llevó al teatro. Fuimos a ver una obra cómica que se llamaba La tía de Carlos, actuada por un cómico de aquel tiempo que se llamaba Pablo Palitos, que ha sido olvidado pero en aquellos tiempos era muy famoso. Me reí tanto que me caí de la butaca. En realidad, mi alegría no era tanto por la obra sino por estar al lado de mi padre.

–En Un papel en el viento los personajes luchan contra la incertidumbre de su identidad. ¿En cierta forma es nuestra lucha como pueblo latinoamericano por esa memoria tan castigada por la lógica capitalista?
–Sí, actualmente está en cartel, en el teatro El Tinglado, con cinco actores y actrices, dirigida por Daniel Marcove. Es una obra de pandemia. La escribí durante el encierro pandémico pero nunca he sabido explicar lo que escribo, porque en realidad soy partido de pensar que el autor no sabe bien por qué escribe. Cuando uno se deja llevar por el proceso creativo, es un inconsciente lo que está predominando sobre la creatividad. Lo inconsciente y la tragedia interna, aquello que no está resuelto internamente, lo más neurótico de uno mismo. Las partes sanas psicológicamente no producen, están quietas; en cambio, las partes más neuróticas están en permanente movimiento tratando de resolverse, por eso considero que es banal que un autor pretenda explicar lo que hizo, porque en realidad no sabe lo que hizo. Lo que sí sé es que uno muestra su parte más inmostrable, la muestra metafóricamente, la disfraza. Recuerdo que a mi primo, un genio literato como fue Alberto Ure, le llevé una obra mía y me dijo: “Siempre que alguien me trae una obra lo primero que me pregunto es qué habrá tratado de esconder al escribir la obra”. Por eso a mí las situaciones de estreno me angustian. Es decir, porque no sé lo que estoy mostrando en el escenario. La sensación es como si estuviera en pelotas frente a la gente. Y por eso, en realidad, no puedo evitar estar en mi estreno, sobre todo por los actores y las actrices, y los que componen el espectáculo, pero si estoy, estoy escondido. Aborrezco que a la salida me hagan un comentario, porque no lo creo. Todo me hiere, incluso los elogios me hieren.   

–En La tentación, que vuelve a estar en cartelera, resalta la figura heroica de Manuel Dorrego y la fuerza de sus convicciones.

–Es una obra de larga vida, que fue estrenada en 2007, el mismo día que nevó en Buenos Aires. Hace 14 años que está viva, se estrenó con Raúl Rizzo y Juan Palomino, dirigida por Santiago Doria. Ahora, en vez de Juan está Pablo Shinji. La obra está en una gira por la provincia de Buenos Aires, y el año que viene empieza a hacer temporada en el Teatro del Pueblo, a partir de abril, posiblemente. La obra es un diálogo entre Dorrego y el embajador inglés Lord Ponsomby, que guarda una tremenda actualidad, y en este momento es dolorosamente actual. Un diálogo sobre la ética, sobre la corrupción, sobre la banalidad del triunfo y el fracaso.

–Ricky Pashkus está trabajando un musical a partir de su libro sobre Juana Azurduy. ¿Hubo una revalorización de su figura a partir del crecimiento del movimiento feminista en este último tiempo?
–Es un libro que escribí en 1997, cuando en realidad poco y nada se sabía de Juana Azurduy, salvo que Ramírez y Luna habían escrito una bella zamba. Pero cuando fui embajador en Bolivia tuve la oportunidad de acceder a mucho material historiográfico referido a Juana, y para mí ha sido un libro que marcó una huella, porque puso en superficie el heroísmo negado por la historia oficial. Es decir, el heroísmo de las mujeres en la independencia; puso en superficie la importancia de los caudillos altoperuanos, a los cuales pertenecían Juana y su marido, Manuel Ascencio Padilla. También la de los pueblos originarios, porque Juana era de sangre indígena. Y por supuesto, es algo que calza en este momento por la reivindicación feminista. Es un proyecto bastante avanzado y la gente que está trabajando en él es muy valiosa.

–¿Qué le aporta humanamente el teatro?

–El teatro me gusta mucho, en esta circunstancia especial de la pandemia es algo que me ha autorizado a sentirme vivo, a pesar de la pandemia y de mis ochenta años. Esta intensa actividad teatral no se agota y hay que agregar que en Córdoba hay una bella versión de La furia y el viento, que fue la obra que estaba por estrenar mi amigo Lito Cruz cuando murió, y que van a traer a Buenos Aires a fin de este año o principios del que viene. El teatro me comunica mucho. Soy una persona tímida, metida para dentro, y la grupalidad del teatro me atrae, enormemente. La idea de hacer cosas con otros y otras, cosas creativas. He tenido mucha suerte en toda mi actividad teatral, he trabajado con excelentes personas, he tenido protagonistas como Jorge Marrale, Rodolfo Bebán, Lito Cruz, María Fiorentino, Alejandra Darín. Grandes directores como el mismo Lito Cruz, Santiago Doria, Daniel Marcove. He sido un afortunado. Y el teatro es algo que efectivamente me conecta con la vida, con la vida y con el otro.

Escrito por
Pablo Pagés y Marvel Aguilera
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