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Caras y Caretas

           

Miles Davis y el estilo como un movimiento perpetuo

Se cumplen 30 años de la muerte de un trompetista único y de uno de los emblemas más potentes del jazz. Davis también fue un gran líder de grupos y su audacia alimentó múltiples renovaciones del género.

A treinta años de la muerte del hombre cuyo estilo no se pareció al de nadie pero los inventó absolutamente todos, bien podría invocarse la fórmula “elige tu propio Miles Davis”. El fundador del bop que leyó al género como ningún otro, el creador de la elegancia y el uso de la retención en lugar de la expansión, el que enseñó a tocar de manera relajada, casi sin ataque, los sonidos más tensos en relación con la armonía, el que liberó al jazz de la obligatoriedad del tema y la secuencia de acordes. Y, por supuesto, el que juntó y condujo dos de los grupos (¿de cámara?) más importantes del siglo XX. Y, lejos del último lugar en importancia, el que introdujo estéticas provenientes del rock y del funk pero sin asemejarse en nada ni al rock ni al funk. Miles de Miles.

La historia de lo que todavía hoy es el jazz moderno podría escribirse sólo con discos de Miles. Y con los nombres de los músicos que tocaron con él: Charlie Parker, John Lewis, Lee Konitz, Red Garland, John Coltrane, Bill Evans, Tony Williams, Herbie Hancock. Wayne Shorter, Chick Corea, John McLaughlin, Keith Jarrett, John Scofield.  Sus grabaciones de 1948 y 1949, con arreglos de Lewis, Gerry Mulligan, John Carisi y Gil Evans, que luego fueron agrupadas en LP con el nombre de The Birth of the Cool; Kind of Blue, registrado diez años después; ESP –la revelación del quinteto con Shorter, Hancock, Ron Carter y Tony Williams–; la (nueva) ruptura de Bitches Brew. Un canon posible: el del estilo como un movimiento perpetuo.

Podría, también, establecerse un orden a partir de algunos momentos. El solo en “Billy’s Bounce”, una de las primeras grabaciones que realizó con Parker, el 26 de noviembre de 1945, y donde Dizzy Gillespie, el mejor trompetista del momento, elige el piano y le deja el lugar de su instrumento a ese joven de 19 años que tocará exactamente al revés de lo que las todavía frescas reglas del bop establecían. Donde todo era explosión volcánica él se decidía por la implosión. Y el comienzo, también, de uno de los grandes malentendidos acerca de Davis. Que no se trataba de un gran instrumentista. Nada más alejado de la realidad. Él, que podía ser veloz si lo necesitaba, tenía la capacidad para no serlo. Y, es claro, eso que pasaba desapercibido (y tal vez aún lo siga haciendo) para parte de los oyentes era evidente para Gillespie, que le cedía el lugar, y para Parker, que lo elegía. O la nota repetida y el breve descenso que la sigue, tocados con la contención más absoluta, en la que tal vez sea una de las grandes obras maestras del siglo, la grabación de “It Never Entered My Mind” realizada el 6 de marzo de 1954 con Horace Silver en piano, Percy Heath en contrabajo y Art Blakey en batería. O Sketches of Spain. O su I Loves You Porgy, con arreglos de Gil Evans. O Masqualero. O Decoy.

Están los que abominaron de sus grupos “eléctricos” de fines de los 60 y comienzos de los 70 (entre ellos Jarrett, que fue parte de uno de ellos). Los que dijeron que Miles había dejado de hacer buen jazz para hacer mal rock. Pero lo cierto es que, más allá del gesto –que no era el de todo el rock sino el de grupos como Cream (el trío de Erc Clapton, Jack Bruce y Ginger Baker) y The Jimi Hendrix Experience– y cierta tímbrica, esas músicas se situaban mucho más cerca de los márgenes del free jazz (la improvisación con todos los parámetros liberados) que de lo que pudiera estar haciendo en ese momento cualquier grupo de pop/rock. Y están, obviamente, los que descubrieron a Miles allí. Los que amaron In a Silent Way y Bitches Brew o, más adelante, Tutu. Pero lo unos y otros supieron siempre es que el arte del jazz es un arcano cifrado en el universo de la interpretación y que comienza ni más ni menos que con la conformación de un grupo. Y en eso Miles Davis fue infalible.

“En aquella banda yo era la inspiración, digamos que la sapiencia y el nexo de unión entre todos” decía en su autobiografía acerca del quinteto del 63 al 68, con Shorter, Hancock, Carter y Williams. “Tony era el fuego, la chispa creativa; Wayne era el hombre de las ideas, el conceptualizador de una gran cantidad de ideas musicales que llevamos a la práctica, y Ron y Herbie eran el soporte. Yo era únicamente el líder que lo cohesionaba todo. Aquellos músicos eran jóvenes y, aunque aprendían cosas de mí, yo también aprendía de ellos, concretamente sobre el nuevo estilo, el libre, la free thing. Porque para ser y seguir siendo un buen músico debes estar abierto a todas las novedades, a todo lo que ocurre en cada momento. Has de ser capaz de absorberlo si quieres continuar ampliando y comunicando tu música. La creatividad y el genio en cualquier género de creación artística nada saben de la edad; o los posees o no los posees, y envejecer no va a ayudarte a conseguirlos. Comprendí que teníamos que hacer algo diferente: sabía bien que estaba tocando con unos músicos jóvenes de excelente calidad, cuyos dedos se movían ya con otro pulso… Había que ver cómo la cosa cambiaba noche a noche. Ni siquiera nosotros sabíamos adónde iría a parar aquello. Pero sí sabíamos que iba hacia alguna otra parte y que probablemente sería sofisticado y actual, y esto bastaba para mantenernos a todos excitados mientras duró”.  Y todavía dura. Como sigue llegando la luz de estrellas ya desaparecidas. Como duran los ecos del Big Bang.

Escrito por
Diego Fischerman
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