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Caras y Caretas

           

LAS HUELLAS DE UN DISRUPTIVO

El fundacional, el parteaguas, el influenciador. El comprometido, el militante, el cooperativo. Guionistas, ilustradores y curadores reflexionan sobre la obra y el legado de Héctor Oesterheld.

La buena literatura es imperecedera y en ella están los grandes temas del hombre. En definitiva, se trata de reflejar en las aventuras de la historieta esos mismos temas. A mí nunca me interesaron los superhombres ni los héroes invencibles y todopoderosos. Con ellos sólo pueden construirse malas historietas. Prefiero los hombres comunes, viviendo historias que quizá pueden ocurrirle al lector”, respondía Oesterheld al periodista Sergio Sinay en una entrevista publicada en El Cronista, en octubre de 1975. Estas pocas líneas son, tal vez, el mejor de los resúmenes de la obra –pero también de la vida– del guionista de Sargento Kirk, Ernie Pike y El Eternauta, entre otros.

Mientras estudiaba la carrera de Ciencias Geológicas en la UBA, mientras ejercía su beca en Yacimientos Petrolíferos Fiscales (YPF) o mientras se desempeñaba como técnico en el Departamento de Fomento Minero del Banco de Crédito Industrial Argentino, Héctor Oesterheld era incapaz de imaginar que las siguientes viñetas de su vida lo llevarían al reconocimiento nacional e internacional en el mundo de las letras. Pero así fue, y nadie mejor que profesionales de su sector para recordarlo, describirlo y reivindicarlo como una pieza fundamental de la historieta nacional.

El reconocido artista Horacio Altuna describe a la perfección sus primeros contactos con la obra de Oesterheld: “Cuando tenía 16 años vivía en Lobos. Recuerdo cómo con mi amigo Beto íbamos a la distribuidora el primer día que sabíamos que llegaba la revista Hora Cero. Nos parábamos en la puerta a esperar. Era la ansiedad de tener entre manos semejante obra para leer”.

El tiempo llevó a que Altuna y Oesterheld trabajaran “juntos”. El entrecomillado no es casual, ya que ambos (guionista e ilustrador) publicaron Kabul de Bengala a inicios de la década del setenta, pero sin verse las caras. Durante esos años, asegura Altuna, el guionista ya estaba semiclandestino y nadie lo veía. “Yo recibía el guion que me daban en la editorial y lo dibujaba. En ese momento no reflexionaba sobre la persona que estaba escribiendo lo que yo ilustraba. Seguro para él, Kabul… fue un trabajo menor. Hoy, a la distancia, lamento mucho no haber tenido un vínculo directo y fluido”.

Laura Caraballo, doctora en Estética, curadora e investigadora, reconoce dos acercamientos a la obra de Oesterheld: el primero, en su adolescencia, consecuencia de la popularidad de El Eternauta; el segundo, desde un perfil más analítico, a causa de publicar distintos trabajos sobre el ilustrador Alberto Breccia. “Oesterheld fue un gran contador de historias. Esa cosa tan prolífica de la descripción lo hace tener un lugar fundamental en la historia de la historieta argentina. Yo lo veo como una figura integral: un escritor casi adicto, su rol como guionista, su accionar como editor y, transversal, su participación en la militancia política. Veo una figura como un todo. Y lo que supo generar, en muchos casos, es una potenciación mutua, una retroalimentación entre el guionista y el ilustrador”, describe Caraballo.

Hernán Martignone, doctor en Letras Clásicas e historietista, también ubica su primer acercamiento al autor en la adolescencia mediante El Eternauta: “Tenía 13 años, estaba en segundo año de la secundaria, y una amiga de mi madre me prestó un ejemplar de tapas duras y hojas brillantes que jamás volví a encontrar en las librerías. Recuerdo haberlo leído de un tirón en una misma noche”. Cuando Martignone terminó quinto año, su compañero de banco le regaló otra edición original y también la segunda parte, donde Oesterheld introduce elementos que remiten a su militancia política. Luego siguió con Ernie Pike, Ticonderoga, Sargento Kirk y Rolo, el marciano adoptivo.

“Fue un gran escritor en general, no sólo un gran guionista. Fue un creador de personajes y situaciones atrapantes e inolvidables, pero también un enamorado de la palabra, de la narración. Vale la pena acercarse a su obra en prosa. Además, nos toca también su trágica historia personal y familiar, recordándonos en parte a la de Rodolfo Walsh, artística y humanamente hablando. Un compromiso que a través del arte se vuelca a la política”, agrega Martignone.

Por su parte, el guionista Javier Hildebrandt recuerda unas vacaciones en Mar del Plata, donde les rogó a sus padres que le regalaran una edición de El Eternauta tras verse fascinado por la composición del dibujo de Solano en tapa y el misterioso nombre del personaje. Logró el objetivo, se lo devoró en esos días de descanso y comenzó a investigar otros títulos. “Su obra y su figura como autor, editor y militante me generaron muchísimo interés. Fue un parteaguas para la historieta argentina. Los ambientes, la densidad de las historias, la caracterización de los personajes son absolutamente novedosos para la época. En el cómic de aventuras hay un antes y un después de Oesterheld. Luego de más de 60 años, es difícil mensurar el impacto que causó en el momento la publicación de El Eternauta, pero indudablemente ha sido enorme”, agrega.

Horacio Altuna vuelve a reforzar la idea del giro que da la historieta argentina luego de la aparición de Oesterheld: “Fue fundacional, no sólo en la Argentina, también a nivel mundial. No soy un analista, pero estoy seguro de que fue el principal responsable de generar un movimiento de la historieta a un público adulto con otro tipo de mensaje, con otro tipo de temática y con otro tipo de meta en su narración. Era un distinto, fue el primero en mostrar que los indios podían ser los buenos y los blancos los malos. Eso no se veía en el western. Al menos yo, hasta ese momento, no había leído historietas que plantearan problemáticas sociales ni humanas”.

¿LOS HEREDEROS?

Como sabemos, la vida de Héctor Oesterheld fue interrumpida salvajemente por la última dictadura cívico-militar. Pero, ¿qué ocurrió con su obra? ¿Existieron, luego de la década del setenta, autores que mantuvieran viva su huella? ¿Hay guionistas contemporáneos que tomen su legado? ¿Se observan rasgos influenciados por la producción de HGO?

Para Hernán Martignone hay tres continuadores inmediatos en términos temporales: Carlos Trillo, Ricardo Barreiro y Robin Wood. El primero representa la versatilidad de Oesterheld para abordar casi cualquier género y es, también, un creador de historias y personajes perdurables; el segundo fue su gran continuador en la ciencia ficción, a la que dedicó casi todo su esfuerzo creativo; el tercero, confeso admirador de Oesterheld, tiene una prosa tan florida como la del autor y una gran devoción por la palabra. Buscando algún rasgo en la actualidad, Martignone resalta los trabajos del artista integral Salvador Sanz, enmarcados especialmente en la ciencia ficción de ambientación nacional.

Por su parte, Javier Hildebrandt agrega el nombre del escritor, dramaturgo y guionista Jorge Morhain, estudioso, además, de la obra de Oesterheld. “Es más sencillo encontrar algo del ‘estilo Oesterheld’ en autores contemporáneos a su última época de guionista que en estos últimos años. Sin embargo, pueden reconocerse rasgos en autores como Diego Agrimbau y Luciano Saracino. Este último fue quien escribió la serie televisiva Germán. Últimas viñetas”, agrega.

Trillo y Barreiro también son mencionados por Horacio Altuna como los dos grandes continuadores. “Me parece que Oesterheld, por la cantidad de material que hizo en su vida, era infinitamente superior a todos. Trillo también tuvo una gran obra, pero la diferencia entre ambos es que Trillo era más de mundos increíbles, y Oesterheld siempre tenía una pata realista. En general, creo que la historieta ha evolucionado, y Oesterheld fue el primero en hacerlo y permitírselo al resto. Seguramente haya autores que se puedan emparentar con sus ideas, pero como estilo y como forma, hacer tanto, tan diverso y de tal calidad, no lo sé”, cierra Altuna.

Escrito por
Damián Fresolone
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