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Caras y Caretas

           

LAS AVENTURAS DE OESTERHELD EN EL EXTERIOR

El creador de El Eternauta fue traducido a varios idiomas y sus historietas resultaron un éxito en todo Occidente. Sin embargo, fue en Chile donde realizó una segunda carrera con sus fantásticos personajes.

Desde mediados de los años 40 hasta finales de los 50, la historieta argentina vivió su época dorada, signada por la aparición de Patoruzito en 1945, la revista Salgari en 1947 y publicaciones de la editorial Abril, como Misterix y Rayo Rojo, sobre el final de la década del 40. La difusión de la historieta nacional a gran escala empezaba a popularizar la “historieta de autor”, género que nutriría luego a la editorial Frontera, fundada por Héctor Germán Oesterheld y su hermano Jorge en marzo de 1957.

En Latinoamérica, la industria editorial de la historieta es variopinta. En Perú, por ejemplo, la revista Avanzada (1953-1968) es una de las más recordadas, con autores como Rubén Osorio, Hernán Bartra y Javier Flórez del Águila. Por su parte, la historieta colombiana tiene como una de sus insignias a la revista Acme Cómics (1992), fundada por el diseñador gráfico e historietista Bernardo Rincón Martínez y distinguida por la calidad y la variedad de técnicas en sus dibujos, condición que la llevó a pasearse por varias ferias internacionales. “De Oesterheld aprendimos que uno debe cumplir sus sueños y enfrentarse a la autoedición al construir y producir sus propias historias, desde un mundo editorial propio, enfrentando a la crítica y la competencia”, suelta Rincón Martínez.

El habitar lugares propios, crear un héroe criollo y genuino ante la tempestad invasora, ajeno a los cánones que proponía la imperante industria del norte, fueron componentes en las obras de Oesterheld que lograron enlazar identidades con los países vecinos. Rincón Martínez agrega: “Con él descubrí, primero, que se podía contar historias con personas comunes como Juan Salvo y, segundo, que las ciudades latinoamericanas podían ser escenario de nuestras historias”.

La narrativa de Oesterheld no distinguía banderas y agotaba ediciones también del otro lado del cordón cordillerano. Claudio Aguilera, escritor e investigador de la historieta chilena, cuenta que el autor ya había empezado a resonar allí en los años 50, gracias a “intercambios personales y pequeños emprendimientos que permitían a los lectores chilenos adquirir revistas argentinas”, en medio de un envión comercial que atravesaba el mercado de historietas.

PROBAR SUERTE

Cuando estaba al mando de la editorial Frontera, Oesterheld tenía más de catorce dibujantes a cargo a los que, algo inusual para esa época, les devolvía los dibujos originales luego de la publicación, en reconocimiento de la propiedad intelectual y artística de sus obras. El equipo de trabajo era una suerte de cooperativa donde se destacaban la libertad de expresión y los buenos pagos. Pero para el comienzo de los años 60, las limitaciones económicas hicieron tambalear la estructura. Por un lado, no tener una imprenta propia pasó a ser un impedimento para establecer una distribución más amplia, y, por otro, la incipiente industria del cine y la televisión comenzaba a llevarse una gran parte del público de la gráfica.

Editorial Frontera cerró en 1961 y ya para final de la década la producción argentina tenía menos vuelo y pocas ideas, por lo que algunos artistas subieron sus dibujos a las balsas. Alberto Breccia, Hugo Pratt, Alberto César Salinas, Luis Domínguez y Arturo del Castillo empezaron a hacer sus trabajos para Inglaterra; Gustavo Trigo viajó hacia Italia, y otros, como Héctor Germán Oesterheld, resistieron desde más cerca. “El Viejo”, como lo llamaban algunos colegas, decidió cruzar a Chile para arreglar una serie de colaboraciones con publicaciones de las editoriales Zig-Zag y Lord Cochrane, en las revistas Ruta 44 y Far West. Allí pudo reeditar algunos clásicos y también crear nuevos títulos.

Pero fue en El Pingüino, la revista picaresca dirigida por el editor y dibujante Alberto Vivanco, donde realizó la mayoría de sus trabajos chilenos. “Yo me di cuenta inmediatamente de que Oesterheld estaba pasando por un mal momento económico en su país, cosa muy normal entre los que trabajamos por cuenta propia, como somos los dibujantes y escritores. Él había sido estafado –como siempre sucede– por los editores de sus icónicas revistas, y buscaba en Chile nuevas oportunidades”, contó Vivanco en una entrevista con la investigadora Yosa Vidal. Las publicaciones de El Pingüino se encontraban en decadencia y fue Vivanco quien se encargó de redirigir el rumbo: contrató a varios dibujantes de renombre e incorporó a Oesterheld como la pluma proveedora de aventuras.

“Además de guiones, publicó cuentos y tejió una fuerte relación con una nueva generación de artistas chilenos comprometidos con el proceso político y social que vivía el país. El golpe militar chileno en 1973 puso fin a esa época, dejando, al igual que en la Argentina, un horroroso legado de persecución, exilio y muerte”, explica Claudio Aguilera. El autor de Oski, aquí y allá, sostiene que el desarrollo de diversas publicaciones “permitió el crecimiento de la oferta de revistas, constituyéndose un activo polo de producción. Esto motivó a destacados autores extranjeros a incursionar en Chile, encontrando en revistas infantiles, picarescas y de aventuras un espacio para ampliar su público e ingresos”.

Otra de las entrevistas que realizó la investigadora chilena Yosa Vidal para descifrar los años trasandinos de HGO fue con el reconocido dibujante Hernán Vidal. Hervi se conmueve con la “humanización” que tenían los personajes en los guiones de Oesterheld: “Había un trasfondo profundamente humanista en cada una de las historias. Y conocer a través de las revistas al autor (cosa jamás vista en la gran industria del cómic norteamericano de aquella época), al propio Oesterheld, personificado en un ficticio corresponsal de guerra, Ernie Pike, era fantástico”. El legado que dejó en Chile se reinventa en la actualidad con las generaciones emergentes, de la mano de guionistas como Carlos Reyes, Francisco Ortega, Alfredo Rodríguez, Claudio Álvarez y Gonzalo Oyanedel, entre otros. Héctor Germán Oesterheld, el trabajador intelectual de la fantasía, fue y sigue siendo referencia en ambos lados de la cordillera.

Durante una entrevista en los 70, los escritores Carlos Trillo y Guillermo Saccomanno le preguntaron a Oesterheld qué sentía cuando sus personajes recorrían el mundo y no se mencionaba su autoría. Él estampó: “Mi mejor pago consiste en saber que esos personajes están siendo disfrutados por públicos que ni siquiera hablan mi mismo idioma y que, sin embargo, comprenden el significado de las aventuras, de las historias que alguna vez escribí a mano sobre una hoja de papel”.

Escrito por
Juan Piterman
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