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Caras y Caretas

           

“El imaginario cultural del narco criminaliza la pobreza”

Oswaldo Zavala

El académico mexicano Oswaldo Zavala sostiene que la guerra contra el narcotráfico es una excusa de los Estados Unidos para militarizar la región. En esta entrevista analiza, también, el caso argentino.

Oswaldo Zavala, profesor de literatura y cultura latinoamericana contemporánea en el College of Staten Island y el Graduate Center, ambas instituciones de la City University of New York (CUNY), explicó en entrevista con Caras y Caretas cómo los gobiernos de Estados Unidos y México construyeron narrativas que exageran el poder los llamados “cárteles de la droga” para legitimar las violentas políticas militaristas que con frecuencia se descargan en contra de la población más vulnerable. Con sus ensayos políticos y de crítica cultural, Zavala intenta deconstruir los mitos alrededor del narcotráfico en México. Sus libros más recientes –Los cárteles no existen. Narcotráfico y cultura en México y La guerra en las palabras. Una historia intelectual del “narco” en México (1975-2020)– son pertinentes para la reflexión sobre el papel del Estado frente al crimen organizado y la violencia porque proponen analizar categorías ya instaladas en el imaginario colectivo que no siempre son convenientes para una comprensión real del tema y que, además, resultan funcionales al Estado porque lo absuelven de la responsabilidad de resguardar a sus habitantes.

Foto NA: REUTERS.

–Desde su perspectiva de análisis, en América latina “los narcos” sirven de excusa para justificar la injerencia permanente del ejército en las calles, el crimen organizado, la desaparición forzada de personas, el lavado de dinero, entre otros males.

–Podemos empezar hablando de la compatibilidad que hay entre la gobernanza liberal y el Estado securitario. Para avanzar el neoliberalismo en el continente se ha construido un aparato de seguridad de resguardo del capital. La función de ese Estado securitario es el uso estratégico de la violencia, que a su vez reproduce un patrón bastante reconocible en el hemisferio, que aparece con zonas de precarización, abandono estatal, donde la sociedad está expuesta y donde hay procesos extractivos y de despojo siempre en curso. O en Rosario, que tienes grupos de crimen organizado a los que se les adjudica toda la experiencia de la violencia y expansión por la ciudad. El discurso de “la seguridad” también facilita los medios para que las fuerzas armadas ocupen las zonas de extracción de recursos, para propulsar megaproyectos, privatizar tierras comunales y entregar recursos como el gas natural, la minería y el petróleo a manos de unos pocos. Y por otro lado, y no menos importante, el control social, criminalizando la pobreza, construyendo un andamiaje discursivo en lo que llaman “crimen organizado”. El discurso del “narco” surge a la sombra de nombrar estas amenazas despolitizadas que se mueven de un país a otro. Y estos “narcos” van cambiando de nombres, y ese discurso tiene éxito como en Colombia y México, y se está ensayando también su instrumentalización en países como Ecuador, la Argentina, Chile.

–¿Cómo funciona “la guerra contra el narcotráfico”?

–Hablar de narcotráfico y violencia suscita muchas confusiones. Mi contribución principal es entender a qué se llama “guerra contra el narco”. Somos un continente productor de drogas, lo sabemos, con rutas y puertos de entrada y salida para los narcóticos. Pero a mediados de la década de 1980, el narcotráfico no era una amenaza a la seguridad de nuestros países, y funcionaba sin más como otros tipos de contrabando. Siempre ha sido una economía clandestina, pero en México, por ejemplo, estaba lejos de significar una amenaza. Lo que es interesante es que la “guerra contra el narco”, como política de gobierno, es de origen estadounidense. Esa historia tiene poco que ver con la realidad del narcotráfico y está más relacionada, en cambio, con la agenda más amplia de seguridad estadounidense. ¿Qué significa? Es la gran excusa que tiene Estados Unidos para seguir interviniendo en lo que considera su “patio trasero”. En 1986, cuando el presidente Ronald Reagan designa a los traficantes latinoamericanos como amenaza a su seguridad nacional, se instrumentaliza la idea del “narco” como enemigo transnacional para justificar la política militarista que se impone desde entonces. La “guerra” es un invento de los Estados Unidos y hay que entender que esa política pública depende de la construcción simbólica de los cárteles como organizaciones poderosas capaces de desafiar al Estado. Es una política pública que de hecho construye a su enemigo en los narcos, y con eso se justifica la militarización del país, la constante violación de derechos civiles y se explica los altos índices de violencia como supuestas guerras entre cárteles.

–¿Entonces es una herramienta de intervención?

–Exactamente. En nuestro continente el narcotráfico no es el principal generador de la violencia, sino más bien el pretexto que se utiliza para legitimar la violencia militar, el control social de comunidades precarizadas, el despojo territorial y el saqueo de los recursos naturales. En México, la experiencia de la violencia se radicalizó cuando comenzó a intervenir el ejército. Y a partir de entonces el discurso oficial se ocupó de culpar al narcotráfico. Pero la realidad es que el país está actualmente bajo el control del ejército, una aceitada máquina de matar con uno de los mayores presupuestos públicos del gobierno federal. Estamos viviendo un exterminio en nombre de la “guerra contra el narcotráfico”. Sabemos ahora, con datos oficiales, que las principales víctimas de esta era de militarización antidrogas son principalmente jóvenes pobres, morenos, sin educación, que nacieron y murieron en los márgenes de las principales ciudades de México.

–¿Los medios de comunicación colaboran con esta estrategia?

–Sin duda, porque con su trabajo legitiman el discurso oficial que habla de “narcos” como amenaza a la seguridad nacional. Con muy poca crítica, los reporteros validan y reproducen la política racista y clasista que insiste en culpar a juventudes precarizadas de la violencia que experimenta el país. Sabemos, sin embargo, que el homicidio en México solo aumentó dramáticamente justo ahí donde se reconcentró al ejército y la policía federal desde los primeros operativos de la supuesta guerra contra el narco en 2006. También desde la academia ocurre el mismo fenómeno. Mucha de la investigación académica sobre el tráfico de drogas se basa en el discurso oficial en vez de interpelarlo críticamente. Si revisamos con cuidado la oleada de violencia, encontraremos que el ejército y las policías estatales y municipales participan en múltiples negocios ilícitos, incluyendo la extorsión, el secuestro y la trata. El ejército y las policías también han fabricado “falsos positivos” como en Colombia, cuando justifican el asesinato de ciudadanos inocentes disfrazados de miembros de un cártel. Tenemos muchas razones para pensar que la razón militarista es el problema principal del país. Pero para llegar a la raíz del tema hay que atravesar un cordón epistemológico propagandístico bastante eficaz, donde todo el problema recae en el narco y los traficantes. El debate público nacional sigue centrado en eso y se disemina ahora hacia América del Sur mediante un imaginario ubicuo que se ancla en videos en YouTube, TikTok, X, en los que aparecen supuestos narcos emulando las fantasías de las series televisivas y las películas de acción. Sabemos también que muchas producciones cinematográficas y televisivas promueven contenidos que son intervenidos directamente por las agencias estadounidenses como la DEA, la CIA y el Departamento de Defensa. El imaginario cultural del narco es en su origen un imaginario oficial que desde Estados Unidos criminaliza la pobreza y la vida precarizada de México, Colombia y otros países del continente.

Insisten en que el problema viene de México y de Colombia…

–México repitió el modelo de Colombia para militarizar las calles en el supuesto combate al narcotráfico. Se habla desde hace un par de décadas de la “colombianización” de México. Y si ahora se dice que la Argentina se “mexicaniza” es para justificar la injerencia del ejército en las calles con el fin de reprimir a los trabajadores precarizados, a los pobres que protestan por falta de recursos cuando el Estado comienza a ser deliberadamente ausente. Estos imaginarios peregrinos son formas de asegurar la continuidad del militarismo continental. Lo que tienen en común es esa narrativa compartida, que es la suma de mitos y relatos que se han generado sobre todo desde el norte global: las mafias italianas y sus genealogías criminales, las historias de bandidos, la otredad criminalizada entre chinos, turcos, italianos, colombianos y mexicanos. La enorme diversidad del crimen organizado queda reducida al mito del narco latinoamericano que termina pareciéndose entre sí a pesar de las diferencias nacionales y sus respectivos contextos históricos, políticos y económicos.  

Foto NA: REUTERS.

–¿Cómo ve a la Argentina en este momento?

–Desde luego no creo que la Argentina se esté “mexicanizando”, pero sí se está incorporando a la agenda continental de seguridad que Estados Unidos esta pregonando desde los años 80 en remplazo de la Guerra Fría. En nombre del narcotráfico se da libertad al despliegue militar y a lo que eso conllevaría. Para ver con más claridad hay que tomar distancia de la discusión del narco y pensar qué hay detrás de eso, o mínimo plantearse cómo el narco se ha vuelto la metáfora preferida del militarismo hemisférico. En nombre del combate al tráfico de drogas, el ejército puede ocupar sin mayor oposición el territorio nacional e imponer políticas represivas, un violento control social y finalmente ventilar y dar fluidez a los intereses transnacionales geoestratégicos. 

Escrito por
Silvina Pachelo
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