Entre los no tantos argentinos que vivían por entonces en Nueva York, se encontraba una familia marplatense, de ascendencia italiana, formada por Vicente Piazzolla, Asunta Manetti y su hijo Astor, que cumpliría los 13 años en marzo de 1934. Se habían instalado en la década de 1920 en Nueva Jersey, y si bien regresaron a la Argentina durante la Gran Depresión, volvieron a Estados Unidos. Gracias a la ayuda de un familiar, don Vicente (Nonino) trabajaba como peluquero en Manhattan y la familia alquiló un departamento en lo que hoy es el Greenwich Village. Astor escuchaba sobre todo jazz, y a los nueve años su padre le regaló un bandoneón.
Se cuenta que don Vicente, conocido de Terig Tucci, el arreglador de Gardel, al enterarse de la llegada de Carlitos le quiso regalar una pequeña talla en madera hecha por él, y lo envió a Astor a entregarla. Al llegar al edificio Beaux Arts, se encontró con uno de los compañeros de Gardel, Alberto Castellanos, que había perdido la llave del departamento, y le pidió al pibe que se trepara por la típica escalera exterior de incendios, entrase por la ventana y le abriese de adentro. Allí se topó con Carlitos, quien se emocionó al saber que era argentino. Astor le entregó la pieza tallada, que –según él– representaba a un gaucho con su guitarra. Gardel “adoptó” a Astor de traductor y de guía para que le mostrara la ciudad. El muchacho lo acompañaba a las grandes tiendas, como Macy’s o Florsheim, a comprar ropa y zapatos. A Carlitos le gustó saber que el pibe tocaba el bandoneón, aunque, según Astor, la primera vez que lo escuchó, le dijo, riéndose: “Parecés un gallego tocando tangos”. Gracias a esa amistad, el adolescente terminó apareciendo en El día que me quieras, donde hacía un pequeño papel de extra, de canillita. Fueron juntos al restaurante Santa Lucía, pero según Piazzolla, Gardel extrañaba la comida de Buenos Aires, sobre todo las pastas y los dulces, algún pastelito, un buñuelo. Así, Carlitos disfrutó de una rica cena casera en casa de los Piazzolla en la calle 90 y Segunda Avenida. Gardel organizó “un asado criollo, para agasajar a los compatriotas” que estaban en Nueva York, unas doce personas. Después de la comida iba a cantar acompañado por Castellanos al piano y Astor en el bandoneón. Pero el pianista se “mancó” y entonces Gardel actuó al son del bandoneón de Astor cantando gran parte del repertorio de la película El día que me quieras. En una bella carta escrita en un aniversario de la muerte de Carlitos, muchos años después, recordaría Piazzolla: “¡Qué noche, Charlie! Allí fue mi bautismo con el tango. ¡Primer tango de mi vida y acompañando a Gardel! Jamás lo olvidaré”.
Según Piazzolla, Gardel le envió un telegrama ofreciéndole un contrato para ser parte de la que resultaría su última gira. ¿Qué habría sido del futuro de Piazzolla si hubiera viajado con Gardel y sus músicos? Lo contestó él con fino humor: “Los viejos no me dieron permiso y el sindicato tampoco. Charlie, ¡me salvé! En vez de tocar el bandoneón estaría tocando el arpa”. Vaya este número de Caras y Caretas en homenaje a uno de los más grandes y universales músicos argentinos: Astor Piazzolla.