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Caras y Caretas

           

“Gracias a las luchas de los feminismos, la matriz patriarcal va entrando en declive”

En el plano de las nuevas sensibilidades, Gregorio Saravia trabaja con un grupo de varones que buscan deconstruir los mandatos de la masculinidad heteropatriarcal. Su formación como abogado especializado en derechos humanos y su interés por la filosofía y la psicología de la Gestalt aportan el marco de abordaje de ese trabajo de exploración.

Gregorio Saravia nació en Buenos Aires en 1976. Estudió Derecho en la UBA y se doctoró en Estudios Avanzados en Derechos Humanos en la Universidad Carlos III de Madrid. Desde 2003 vive en la capital española, donde descubrió la escuela de psicología de la Gestalt y comenzó a trabajar con los hombres y sus emociones.

–¿Cómo surge la idea de hacer un doctorado en Madrid?

–Fui un estudiante atípico de Derecho. Empecé con el entusiasmo ingenuo de ser alguien como Petrocelli (serie televisiva estadounidense sobre un abogado íntegro e incorruptible) y ya en el primer año de carrera me di cuenta de que podría haber estudiado cualquier otra rama de las ciencias sociales antes que abogacía. Lo que realmente me interesaba eran los fundamentos morales, políticos, sociales, ideológicos e históricos del Estado y de la vida en sociedad. Así fue como empecé a leer a filósofos, sociólogos o antropólogos y fui dejando de lado lo estrictamente jurídico. Por aquellos años recibí la influencia de un tío de mi novia de aquella época, psicoanalista, y de la biblioteca de mi papá, que estaba bien nutrida. Además, dentro de mi grupo de amigos había un músico, un artista plástico, un cineasta-escritor y un actor de teatro. Todo ello fue el caldo de cultivo para que crecieran en mí las ganas de vivir en Europa, cuna de tantas expresiones artísticas, y de seguir estudiando. Encontré un máster con un programa alucinante en Madrid y después de un año decidí comenzar el doctorado. Al principio fue duro porque extrañaba mucho mi vida en Buenos Aires, y tuve que combinar los estudios con el trabajo por las noches como camarero, pero luego ya con una beca empecé a investigar y a dar clases en la misma universidad, abriendo así una etapa de viajes y estabilidad laboral.

–¿Cuánto hace que empezaste a trabajar sobre nuevas masculinidades y a coordinar grupos de hombres?

–Bajo la etiqueta de la “nueva masculinidad”, se colocan elementos y experiencias muy disímiles. Yo entiendo a la nueva masculinidad como una hija pequeña de los feminismos. Una criatura que todavía está en pañales y que le queda mucho desarrollo y proceso de madurez por delante. Son tantas las cosas que nos quedan a los hombres por aprender y tantas las que nos quedan por desaprender, que me resulta complicado mencionar prioridades dentro de una agenda. Además, no se puede perder de vista lo profundos que están resultando algunos cambios entre distintas generaciones de hombres. A partir de muchas inquietudes y preguntas, con mi colega terapeuta y amigo Antonio Capa fundamos el espacio Homens, a comienzos de 2017, y aquí seguimos reuniéndonos cada quince días un grupo heterogéneo de hombres para trabajar con nuestras emociones. En los comienzos, un núcleo de unión fue el sentirnos interpelados por los feminismos y empezar a enterarnos de qué era aquello del heteropatriarcado, de los privilegios de ser hombre, del micromachismo y macromachismo, del mansplaining, etc.

–¿Cómo surge esto en vos?

–Los cuestionamientos provienen de una serie de preguntas muy básicas que tienen que ver con quién soy, qué tipo de hombre quiero ser o qué implicaciones íntimas, interpersonales, políticas o sociales se desprenden del hecho de pertenecer al género masculino. Desde un sustrato más profundo, la experiencia de la vulnerabilidad es una gran maestra. En mi caso en concreto, la paternidad, la pérdida del trabajo y la muerte de mi padre me fueron colocando en un lugar inédito. Una suerte de travesía por el desierto para la que no estaba preparado y en la que no había mapas que me sirviesen. En este sentido, ser papá de una niña y haber podido estar codo a codo con mi compañera criándola me abrió el corazón hacia el cuidado y la ternura. La pérdida del trabajo fue la gran herida narcisista que me permitió tomar conciencia de la relevancia que otorgamos los hombres, y en general la sociedad, a la actividad lucrativa, hasta el punto de confundir el “soy” con “lo que hago laboralmente”. Y por último, la muerte de mi padre trajo consigo un gran dolor pero también un entregarme a pedir ayuda, a darme cuenta de que solo no puedo. Buena parte del duelo lo transité formando parte de un grupo de terapia en el que había mujeres y hombres que además de compartir la formación como terapeutas en técnicas de la Gestalt nos acompañamos en nuestros procesos personales.     

–¿Cómo fue esa experiencia?

–Cuando nos lanzamos con la convocatoria de la primera reunión de Homens no sabíamos si iba a haber agua en la piscina. Recuerdo que fue un martes a las 19 y media hora antes con Antonio teníamos la sala y el equipo de música preparados, habíamos repasado una serie de dinámicas para hacer, pero teníamos la más completa incertidumbre respecto de si alguien además de nosotros dos asistiría. Tampoco resultaba fácil explicar qué haríamos en concreto, en qué consistía realmente nuestra propuesta. Un grupo de hombres, en su mayoría heterosexuales, reunidos sin cervezas, sin fútbol, sin práctica de algún deporte, sin TV y sin la expectativa de practicar sexo o drogarnos. Sobrevolaba sobre nosotros uno de los ideales de masculinidad más pernicioso: la bandera de la autosuficiencia. ¿Para qué reunirnos si el hombre no necesita la ayuda de nadie ni comparte con nadie lo que le pasa? Con el correr de los encuentros se fueron creando vínculos de afecto y confianza. Pudimos empezar a vernos como seres carentes y vulnerables, que necesitan intimidad y llorar o reír con otros hombres. Empezamos lentamente a dejar atrás el estereotipo del hombre que se desconecta, pasa de todo, aguanta lo que le echen encima porque es pragmático y resolutivo, porque se la “banca” y le “echa huevos” a lo que se le ponga delante.  

–¿Cuáles son las características de los hombres que conforman los grupos que coordinás?

–Se trata de hombres cuyas edades suelen rondar entre los treinta y los sesenta años y no hay un patrón en común, excepto el hecho de que somos hombres que, por diferentes razones, nos hemos sentido desorientados, incluso incómodos, dentro del rígido esquema del género masculino. Al menos para la generación a la que pertenezco, los nacidos allá por los años 70, la entrada al club de la hombría, de la masculinidad, estaba vinculada con un conjunto de reglas no escritas pero sí de estricto cumplimiento: los niños no lloran, no visten de rosa ni juegan con muñecas, bebés o cocinitas, no usan el pelo largo, ni faldas o vestidos, no levantan la mesa ni lavan los platos. Con los años se iban sumando nuevas y absurdas pautas: ser galantes caballeros, ser fuertes, machos, mentales, proveedores económicos. Gracias, en buena medida, a las luchas de los feminismos, la matriz educativa y social patriarcal va entrado en declive. Aunque aún quede mucha tarea de desmantelamiento, de denuncia y de recuento de los daños. El modelo de hombre que genera el patriarcado, egoísta y destructor, está siendo revisado desde muchas perspectivas críticas y sensibilidades. En términos generales, existe una pérdida de contacto con nuestra identidad más profunda, pero muchos hombres van adquiriendo conciencia de ello.

–¿Ves una evolución? ¿Con qué la vinculás?

–En el círculo más próximo que me rodea la transformación ha sido notable. Por poner un ejemplo, en los grupos de Whatsapp compuestos exclusivamente por hombres en los que participo han quedado desterrados hace tiempo los chistes denigrantes hacia la mujer, la circulación de material pornográfico y otras expresiones de violencia simbólica machista. Ahora bien, hablar de una evolución en términos sociales mientras se sigue produciendo una ingente cantidad de femicidios sería muy osado de mi parte. Así las cosas, no creo que todo esté perdido sino que vale encender una vela antes que perder el tiempo maldiciendo la oscuridad. El haber generado un espacio como Homens fue la manera que encontramos algunos, de empezar a hacer algo al respecto. Como en muchos otros asuntos trascendentales de nuestro tiempo, la apuesta fuerte debería ser el reforzamiento de un sistema educativo que se tome muy en serio la igualdad real entre mujeres y hombres. 

Escrito por
Daniela Lozano
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