Este 3 de junio, por séptimo año consecutivo, muchas mujeres se convocarán para reclamar contra la violencia sexista, un flagelo que no cede.
El NiUnaMenos surgió en 2015 a partir de la convocatoria de un puñado de periodistas indignadas por una sucesión desesperante de femicidios. El detonante fue el asesinato de Chiara Páez, una adolescente de 14 años, embarazada. La mató el novio, de 16 años, en la casa de sus abuelos de la ciudad de Rufino, provincia de Santa Fe.
“Nos están matando”, escribió la periodista Marcela Ojeda en Twitter. Y la advertencia corrió por las redes sin encontrar límites. “NiUnaMenos nació ante el hartazgo por la violencia machista, que tiene su punto más cruel en el femicidio”, comienza el llamamiento fundacional, y seguía: “‘NiUnaMenos’ es la manera de sentenciar que es inaceptable seguir contando mujeres asesinadas por el hecho de ser mujeres o cuerpos disidentes y para señalar cuál es el objeto de esa violencia”.
La convocatoria por las redes a juntarse el 3 de junio recibió una respuesta de magnitud inimaginable: mujeres, jóvenes, familias enteras, la diversidad sexual y personas de todas las edades se juntaron en las plazas políticas más de ochenta ciudades del país, coincidiendo con las agrupaciones de mujeres, de la disidencia sexual, feministas, sociales, sindicatos, escuelas, universidades, centros de estudiantes, partidos políticos. Solo en la Plaza Congreso de Buenos Aires se calcularon 200.000 personas.
El NiUnaMenos tuvo un voltaje político novedoso: sin dejar de inscribir la violencia machista en la dialéctica sexo contra sexo, apuntó a la responsabilidad del Estado en garantizar la vida de las mujeres y a sus falencias.
La potencia del movimiento de mujeres en la Argentina es conocida en todo el mundo: ha sido capaz de sostener por 35 años encuentros nacionales multitudinarios y generar movilizaciones de cientos de miles, como la Marea Verde por el derecho al aborto legal y el NiUnaMenos contra los femicidios y las distintas formas de violencia de género.
Ambos movimientos se extendieron después a toda Latinoamérica, a Europa y a puntos muy distantes del planeta: la violencia contra las mujeres no reconoce fronteras. Así como el término “desaparecido” se convirtió en una nomenclatura universal, en las movilizaciones de hace solo unas semanas en defensa del aborto legal realizadas en Estados Unidos, muchas manifestantes lucían el pañuelo verde de la Campaña por el Aborto Legal, convertido en divisa internacional. Y el “NiUnaMenos, vivas nos queremos” es un grito que se escucha a decenas de idiomas.

Cifras que duelen
El año pasado, según la Corte Suprema (que no incluye los casos en los que el asesino se suicidó porque no son judiciables), se registraron 231 femicidios directos. Otros observatorios, como el Adriana Marisel Zambrano, que es el pionero, afirma que las muertas superan las 300.
La violencia contra las mujeres tiene en el femicidio y en la esclavitud sexual sus exponentes más brutales. Pero es detectable en todos los aspectos de la vida cotidiana, familiar, laboral, social. El movimiento de mujeres y el movimiento feminista han sido capaces de visibilizar la violencia de género, de instalarla como un problema político de primera magnitud y de sensibilizar a gran parte de la población. Esta comprensión no ha sido útil, sin embargo, para disminuir los niveles de violencia que, según todas las estadísticas, crecen sin pausa.
En 2021, la Oficina de Violencia Doméstica (OVD) de la Corte Suprema de Justicia atendió 8.741 denuncias por violencia doméstica, un 18 por ciento más que en 2020. En la ciudad de Buenos Aires, las denuncias recibidas fueron 63.735, un 54 por ciento más que el año anterior. Los especialistas suelen afirmar que una de cuatro mujeres es violentada, en general dentro de su hogar.
En 2021, según datos del Ministerio de Justicia y Derechos Humanos, se registraron 3.219 denuncias de abuso sexual hacia niñas, niños y adolescentes. El 74,2 por ciento de las víctimas fueron violentadas por alguien de su entorno cercano o ámbito de confianza.
La maternidad infantil es otro indicador de los niveles de abuso. Cada día, más de seis niñas menores de 15 años se convierten en madres. La mayoría de esos embarazos son forzados, producto de situaciones de coerción o directamente de la violación.
Las estadísticas son conmocionantes. Esto no impide que energúmenos variopintos -y variopintas- intenten desacreditar una y otra vez la lucha de las mujeres por vivir fuera del régimen de terror que la violencia les impone. Arguyen que las víctimas mienten pero existe una Justicia de género que les da invariablemente la razón. Por supuesto, es un embuste: solo el 15,5 por ciento de los delitos contra la integridad sexual llega a sentencia condenatoria, de acuerdo con la Unidad Fiscal Especializada en Violencia contra las Mujeres (UFEM). Y se supone que solo una de cada cuatro se anima a denunciar.
El reclamo de vivir una vida sin violencia volverá hoy a tomar las calles. Una cita más de la larga marcha por los derechos de la mitad de la especie humana.