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Caras y Caretas

           

“La literatura toma la memoria y la lleva al futuro”

Perla Suez recibió el Premio Internacional de Novela Rómulo Gallegos por El país del diablo .En esta entrevista reflexiona sobre sus búsquedas y las múltiples posibilidades que da la ficción.

Leer a Perla Suez es como ver una película que te lleva al galope y tiene la mejor fotografía del mundo. Es autora de siete novelas y cinco ensayos para “grandes” y también una reconocidísima referente de la literatura infantil argentina. Cuando se le pregunta por las raíces de ese estilo “tan visual” que la caracteriza, enseguida viaja con la imaginación a su infancia en Entre Ríos (nació en Córdoba, en 1947) y a esa “tierra roja que se vuelve sangre cuando llueve”, describe, rememorando la fertilidad abrumadora de Basavilbaso.

Como escritora se formó en los talleres de Andrés Rivera e Isidoro Blaisten, de quienes ha heredado la palabra precisa y el ritmo atrapante. Devota seguidora de David Lynch y los hermanos Coen, estudió dirección en la Escuela de Cine de Santa Fe pero nunca terminó de dedicarse a la actividad. Sin embargo, sus ficciones están plagadas de elipsis y paisajes que importan tanto como los personajes y hasta de macguffins” a lo Hitchcock, elementos que hacen avanzar la trama pero son irrelevantes. Su prosa minimalista y vertiginosa nos hace dar vuelta la página esperando el impacto y leer con voracidad.

Hace semanas, cuando la pandemia coqueteaba con depararle un verano de series y dibujos en tinta china, su novela El país del diablo (Edhasa, 2015) ganó el XX Premio Internacional de Novela Rómulo Gallegos, organizado por el gobierno venezolano y uno de los más prestigiosos de habla hispana. Desde entonces, Suez no ha parado de reflotar las imágenes internas que derivaron en este western en clave mapuche, ambientado a fines del siglo XIX, durante la Campaña del Desierto. ¿Los personajes? Una niña mestiza que se estaba iniciando como machi –chamana mapuche- cuando el ejército de Roca masacró a su comunidad; cinco soldados enajenados y perdidos en el desierto y sus propios derroteros; y, por supuesto, la estepa patagónica y sus misterios.

–¿Por qué te metiste con este pedazo de historia, que sigue siendo una de las grandes “grietas” de nuestro país? ¿Querías hablar de sumisión de los pueblos originarios?

–En realidad, la sumisión no es tierra para contar para mí, ya fue contada y explotada en todo el mundo, desde la esclavitud en adelante. Encontré en nuestro desierto otro terreno para escarbar y para labrar. Como los mapuches desentierran los huesos, una está desenterrando un poco un pasado que no nos contaron en la escuela. Sentí que hacía falta contar otra historia: nos volvieron analfabetos en relación con una cultura muy rica. Alsina hizo una zanja que yo digo que es igual a la muralla china de Kafka: una muralla que se construye para abajo en vez de para arriba. En la muralla china de los cuentos de Kafka está todo lo absurdo: ¡Qué locura construir una zanja para que cuando vengan al galope, los indios se caigan y terminen hundidos en la fosa!

–Lum, la niña que protagoniza tu relato, es hija de madre mapuche y padre huinca (blanco). Y Ancatril, otro de los personajes, es un mapuche obligado a vestir uniforme militar, una suerte de soldado-esclavo. ¿Qué te interesaba de la condición híbrida de estos personajes?  

–Me preocupaba entrar profundamente en esos personajes, encontrarme con ellos, buscarlos; mi pretensión era que ellos tengan contradicciones, que sean ambivalentes, que no sean ni malos ni buenos… Y también conmover al lector. La literatura toma la memoria y la lleva al futuro, no al pasado. En El país del diablo agarro ese pasado, esa época y a esos personajes pero los miro desde una perspectiva del siglo XXI, desde lo que nos está pasando en este mundo tan oscuro. Entre la pandemia y los poderes corruptos a nivel internacional, mires donde mires, en América, en Europa, en la India, en la China, en todos lados el ser humano no ha encontrado todavía la fuerza suficiente para creer que hay otras cosas, además del dinero. Este sistema mundial ha reventado por todos lados. Nunca hubo tanto hambre y tanta miseria en el mundo.

–La novela también es un alegato contra la violencia hacia las mujeres: hay secuestros, violaciones y femicidios. ¿Te parece que cruzar en la literatura estas problemáticas con nuestra historia puede ayudar a visibilizarlas?

–Los femicidios se han visibilizado ahora pero suceden desde la Edad de Piedra. En mi novela, después de la muerte de la “machi” de la comunidad, muere la madre de Lum a manos de un hombre blanco que era su pareja… Y es  todo un dato cómo la mata, pero no lo voy a spoilear. Digamos que tomo ese pasado de violencia, pero lo miro desde una perspectiva actual. La ficción tiene el talento de anticipar y contar una historia diferente a la historia que nos contaron. Creo que eso aporta cierta luz sobre los hechos.

–Es notable el impacto opresivo que genera tu prosa despojada y visual. En algún momento de la lectura tuve la sensación de que la historia argentina se había perdido para siempre en la fiereza de ese desierto. ¿Estaban esas sensaciones en vos al escribir?

–Sí, el desierto manda en El país del diablo, el viento insoportable, los cardales, el sol que mata todo, un cuervo lucha con una serpiente, un puma destroza el cuerpo de un guanaco, del cielo bajan pájaros carroñeros, las moscas azules, el frío de la noche. El gran protagonista de la novela, junto a Lum, es el paisaje, claramente. Ese desierto que nos habla, un lugar en el que todo es posible. Yo necesitaba contar con ese clima onírico. ¿Quién es el que recorre el desierto en la novela? ¿Lum? ¿Ancatril? ¿El Teniente Obligado? ¿Los soldados de la Campaña del Desierto? Quizás seamos todos.  

–Pese a que el libro transcurre durante la Campaña al Desierto, donde Roca se impuso a fuerza de violencia, en tu novela todos parecen quebrados: la niña, porque masacran a su comunidad, pero también los soldados extraviados entre tanta muerte. ¿Por qué contar tanta pérdida?

–Porque la ficción puede escarbar la tierra hasta encontrar los huesos. En este libro intenté abordar una historia de violencia, destierro y soledad: esa Patagonia que existió durante la segunda mitad del siglo XIX, los territorios robados a los habitantes originarios, el pretendido proyecto civilizatorio de Roca. Los personajes están inmersos en un mundo mestizo. Y cada uno acarrea historias terribles en su pasado. Los invito a leerla.

–Aunque en las últimas décadas cambió la manera de abordar en las escuelas estos hechos históricos y varias generaciones han crecido con una mirada crítica de Roca, sigue sin haber una condena social al genocidio indígena. ¿Qué subyace en este silencio?

–La pregunta es ¿bárbaros o civilizados? ¿Civilizados o bárbaros? En ese dualismo decidí quedarme para trabajar. Siempre desprecié la xenofobia, hay valores que los tengo incorporados como parte de mi cuerpo y no pienso separarme nunca. Intenté trabajar esta novela tratando de narrar sin caer en estereotipos ni maniqueísmos.

–Tu fascinación por el cine es conocida. ¿Qué películas te acompañaron en el proceso de este libro?

–El cine para mí es fundamental. De chica me nutrí de las historias de cowboys y vi cientos de películas, desde las muy malas a las de Ford, Sergio Leone y Sam Peckinpeah. Creo que sin la obra de Tarantino, Lynch y los hermanos Coen no habría podido entrar en cierto clima de esta historia y contar el impacto de esa violencia desaforada del “malón de blancos” que arrasa con las comunidades indígenas… Tampoco narrar tan íntimamente la venganza sangrienta de la niña Lum. Y sin John Ford, sin las conversaciones de Hitchcock con Truffaut, no hubiera podido construir ciertos detalles insinuantes de la novela, como ese valioso cuchillo que aparece en medio del libro y pareciera haber pertenecido a Juan Manuel de Rosas… O lo que sucede a partir del “cultrún” en esta historia, que es el tambor que usan las machis mapuches para sus trances y viajes iniciáticos.

–Seguramente tuviste que investigar mucho para escribir esta novela. ¿Qué lecturas interesantes sugerís a quien quiera adentrarse en ese lado B de la historia argentina?

–Encontré mucho material para trabajar esta novela, por ejemplo un gran libro que se llama Un desierto para la nación, de Fermín Rodríguez, que me abrió la cabeza sobre las posibilidades del desierto como ese espacio vacío e infinito, y sobre esa necesidad de “civilizar” y de ignorar una cultura considerada bárbara. También Testimonio de un cacique mapuche, del lonco Pascual Coña, escrito en español y en mapuche. Me fascinó esa cultura. Además, empecé a leer un diccionario mapuche y también todos los libros de Mircea Eliade que pude, más textos sobre chamanismo araucano y sobre mitos del pueblo mapuche. Otro libro fundamental también fue Viaje al país de los araucanos, de Estanislao Zevallos, que fue el escriba de la Campaña del Desierto del General Roca.

–¿Qué representa para vos ser la primera escritora argentina que recibe el Rómulo Gallegos?  

–Este premio lleva el nombre del autor de obras como El último patriotaDoña Bárbara, y es uno de los más prestigiosos en nuestra lengua. Estoy muy contenta y emocionada de que ese jurado tan prestigioso haya elegido mi novela. Es un orgullo ganar un premio que se otorga desde 1967. 

Escrito por
Ximena Pascutti
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