En 1994, cuando aún faltaba un año para que internet llegara a los hogares de la Argentina, en México el Ejército Zapatista de Liberación Nacional ya usaba listas de e-mail para comunicarse. Muy tempranamente, diversos movimientos sociales encontraron un aliado en internet.
Al calor del movimiento antiglobalización, que surgió en Seattle en 1999, nació Indymedia: una red de nodos de medios de comunicación independientes que existe aún hoy y que permite a cualquier persona subir su propio material. Indymedia fue clave en la visibilización de estas protestas. En la Argentina tuvo su bautismo de fuego durante la crisis de 2001. Esta usina de periodismo ciudadano y horizontal fue creciendo hasta tener 175 centros activos en 2010. Pero tuvo un fuerte declive y ya en 2014 ese número se había reducido a 68. Es que Indymedia se centró en el contenido. La mayoría de sus artículos son publicados por usuarios anónimos o con seudónimos cambiantes. En contrapartida, las redes sociales, que comenzaron a crecer fuerte en los años en que Indymedia decayó, ponen el foco en las personas.
Las grandes protestas fueron acompañadas por cada desarrollo de las tecnologías de la información y comunicación. Por ejemplo, en España en 2004. Los ahora obsoletos mensajes SMS de los teléfonos celulares facilitaron la organización ciudadana en contra del discurso gubernamental (propalado por los medios hegemónicos) que atribuyó a ETA el atentado contra los trenes de la estación de Atocha en Madrid. La movilización popular terminó cambiando el sentido de las elecciones tres días después.
Años más tarde, las ya más desarrolladas redes sociales tuvieron un rol clave en la llamada
Primavera Árabe. Mohamed Bouazizi se dedicaba a vender frutas y verduras en las calles de Sidi Bouzid, al sur de Túnez. Como no tenía licencia, en diciembre de 2010 le confiscaron su mercancía. Buscó un bidón de nafta y se prendió fuego. La transmisión de los hechos por la cadena Al-Jazeera y la viralización en YouTube, Facebook y Twitter provocaron la multiplicación protestas en las calles y un efecto dominó que culminó con la dimisión del presidente tunecino y, luego de revueltas, también con la caída de los gobiernos de Jordania, Egipto y Libia
INDIGNADOS
También en España, pero en 2011, el Movimiento 15-M o movimiento de los indignados se valió de las redes para sus convocatorias. Una de sus protestas más emblemáticas fue la acampada en Puerta del Sol en Madrid, que además sirvió de inspiración para Occupy Wall Street. Estas protestas, que se iniciaron en Nueva York y se expandieron a 52 ciudades de Estados Unidos, reclamaron en contra del capitalismo financiero.
El sociólogo Manuel Castells destaca la horizontalidad que estos movimientos consiguieron a través de la “autocomunicación de masas” que les permiten las redes. “Es comunicación de masas porque potencialmente puede llegar a una audiencia global, como cuando se cuelga un video en YouTube. Al mismo tiempo, es autocomunicación porque uno mismo genera el mensaje, define los posibles receptores y selecciona los mensajes concretos o los contenidos en la web”, señala Castells en su libro Comunicación y poder. Estas manifestaciones en diversas partes del mundo, según el autor, reclamaban más y mejor democracia, “pero no tienen un programa porque expresan diversidad”. El proyecto en común es “disolver las instituciones tradicionales y reemplazarlas por una sociedad que se gestione a sí misma”. De esta utopía poco se ha visto.
Podemos, el partido político surgido en España, es tal vez el mejor heredero de estos movimientos. Luciano Galup, autor del libro Big data & política, entiende que “no alcanza sólo con las redes cuando uno hace política e intenta disputar sentido; no alcanza sólo con manifestarse. Toda organización necesita establecer bases para su sostenimiento en el tiempo. Si son un conjunto de individuos que se encuentran en un momento, tienen una potencia revolucionaria, pero el tiempo la desgasta porque sigue habiendo jerarquías. Sigue habiendo voceros, sigue habiendo líderes”.
BISAGRA
Los movimientos sociales encontraron rápidamente un vehículo en las redes. Los partidos políticos llegaron después, pero con fuerza. La campaña de Barack Obama en 2012 es una bisagra en este sentido. Según un estudio de ese año del Centro Pew Internet, el 38 por ciento de los usuarios de redes sociales recomendó material de contenido político en más de una ocasión, y un 34 por ciento publicó sus propias ideas o comentarios sobre asuntos relacionados.
El Partido Demócrata se apoyó en la efervescencia de sus seguidores. Para hacerlo usó una aplicación que conectó a todos los que trabajaron en la campaña. Y exprimió el estudio de métricas. Por ejemplo, estableciendo desde dónde venían los comentarios positivos a los discursos de Obama o valorando qué versión de cada mensaje emitido tenía mayor aceptación.
En la Argentina, la campaña de Cambiemos de 2015 tuvo varios puntos en común con esa experiencia. En nuestro país los entrecruzamientos entre internet y política son variados. Desde el desdibujado caso del Partido de la Red (que terminó integrando listas de Cambiemos) hasta las más recientes convocatorias anticuarentena vía redes sociales.
Estas manifestaciones, primero pequeñas y con un marcado rasgo anticiencia, fueron ganando adeptos y sumando consignas en contra del Gobierno. “No creo en las convocatorias horizontales, salvo en los momentos revolucionarios”, dice Gallup, y explica sobre la última manifestación: “La marcha no es horizontal, está organizada, está pensada, tiene recursos, tiene diseño. Es parte de una estrategia de la oposición. Las redes no permiten –producto de esta fantasía de horizontalidad– que vos intentes ejercer verticalidad. Tenés que mostrar horizontalidad para construir una narrativa en redes, pero esa horizontalidad se puede simular, se puede actuar”.