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Caras y Caretas

           

La gran transformación de Bolivia

Hace quince años Evo Morales ganó las elecciones que lo llevaron a la presidencia de su país hasta que fue destituido, en noviembre de 2019. El éxito de la revolución democrática y cultural explica el presente boliviano. (FOTO: NA)

Hacía pocas semanas que Mar del Plata había vibrado al grito de “¡No al ALCA!” y ahora Bolivia y sus pueblos originarios se sacudían siglos de humillación totalmente decididos a ocupar el lugar que les correspondía en la historia.

El 18 de diciembre de 2005, el pueblo de Bolivia vivió su momento fundacional más importante. Quinientos años de historia estallaron bajo una avalancha de votos cuando un joven dirigente cocalero de origen aimara, Evo Morales, fue elegido presidente de la nación. Como nunca antes desde el regreso de la democracia en 1982, el 53,74 por ciento de la población exigía un cambio.

¿Se había iniciado la era de desagravios, el Tiempo de Pachakutik? Según la cosmogonía de las culturas andinas, un tiempo de caos y destrucción se abatiría sobre sus pueblos a partir del siglo XVI. Pasados quinientos años, se iniciaría el Pachakutik o época de transformación, proceso que daría lugar a un tiempo luminoso.

Muchos vieron en la llegada de Evo Morales a la presidencia de Bolivia una señal de esos tiempos de cambio. Y el balance, quince años después, confirma el éxito en todos los campos, económico, político y social, incluso constatados por organismos idóneos como la Cepal.

Los números son impactantes. Tomemos como ejemplo la renta hidrocarburífera. En los veinte años previos a la llegada de Evo (1985-2005), cundo las multinacionales se llevaban toda la riqueza, Bolivia acumuló sólo 4.500 millones de dólares. Diez años después (2006-2016), esa cifra se había multiplicado por ocho: 31.500 millones. En apenas un año (2014), el gobierno del MAS (Movimiento al Socialismo) superó lo obtenido en dos décadas: 5.400 millones de dólares.

ADIÓS AL SAQUEO

¿Cómo se logró? Muy simple: poniendo fin al saqueo de las multinacionales. A partir del decreto 28.701 de 2006, se revirtieron las ganancias: el Estado boliviano comenzó a percibir el 82 por ciento de las ganancias y las multinacionales el 18 restante, exactamente al revés de como se había repartido la torta durante todo el siglo XX. Repsol, British Petroleum, Exxon y varias otras amenazaron con irse pero no lo hicieron porque aun con estas alteraciones ganan fortunas.

Evo Morales da una conferencia de prensa en La Paz, el 22 de diciembre de 2005, tras reunirse con el presidente saliente, Eduardo Rodríguez (foto: AFP-NA).

Pero el gobierno del MAS no sólo buscó ganar dinero, sino revolucionar la forma de distribuirlo y planificar entre quiénes. El modelo económico tuvo, entre muchas otras virtudes, un crecimiento anual sostenido del 4,8 por ciento con distribución de la riqueza e inclusión social. Esto generó grandes éxitos políticos –como brindarle al pueblo boliviano la época de estabilidad política más prolongada de su historia–; económicos –la expansión del mercado interno y asegurar la inversión pública y privada– y fundamentalmente sociales, como conseguir que más de 4 millones de personas abandonen la extrema pobreza, erradicar casi por completo el analfabetismo y reducir el desempleo del 8,1 al 3,2 por ciento, el más bajo de América latina.

“Para Estados Unidos, estos logros son credenciales subversivas”, dijo Álvaro García Linera a esta periodista al ser entrevistado hace un año en la Argentina, lugar en el que se refugió luego del golpe de Estado cívico-militar de noviembre de 2019.

“Evo es el ejemplo viviente de que se puede ser progresista, de izquierda y hacer un buen trabajo económico”, continuó García Linera, vicepresidente de Evo durante todo su mandato. “Por eso no dejaron de agraviarnos durante toda nuestra presidencia y estuvieron presentes en el golpe de Estado. EE.UU. hizo lo imposible para que el avión de México que iba a llevar a Evo Morales a ese país no llegara a Bolivia para recogerlo. Luego presionaron a México y a la Argentina para que no nos dieran apoyo. Ellos tenían pensado para Evo la muerte o la detención. Están molestos porque está libre y vivo. Les preocupa la influencia de Evo, les molesta que sea una gran inspiración para otros compatriotas. Y no le temen a la persona, le temen al proyecto exitoso de socialismo democrático.”

A esto debe sumarse lo que Evo llama “el golpe a litio”, es decir, descabezar el proyecto de instalar 41 plantas, catorce específicas para ese recurso natural, que iban a convertir a Bolivia no sólo en un país industrializado sino en un formador de precio de esa materia prima clave para el mundo del siglo XXI.

La Revolución Democrática y Cultural que propició Evo tuvo un profundo poder transformador. De los muchísimos logros elegimos dos. El primero es el proceso constituyente que culminó con una Carta Magna de avanzada (votada masivamente por el 61 por ciento de los bolivianos). Esta ley de leyes pone a la vida y a la protección del planeta en el centro de atención; replantea la noción de ciudadanía y democracia, y reconoce nuevos sujetos que componen no ya una “república” (concepto considerado neocolonial) sino un Estado plurinacional.

El segundo fue la nacionalización de hidrocarburos, telecomunicaciones, minería, electricidad, aeronáutica y producción cementera, el 1 de mayo de 2006, y que fue, según coinciden todos los especialistas, la clave del crecimiento económico y la estabilidad política.

GOLPE, EXILIO Y REGRESO TRIUNFAL

En el siglo XXI, América latina ha estado a la vanguardia de la lucha contra el neoliberalismo y por eso mismo se ha convertido, para Estados Unidos, en un laboratorio de acciones desestabilizadoras contra los gobiernos progresistas. Operaciones de lawfare como la que consiguió encarcelar a Lula e impedir su triunfo electoral; golpes tradicionales, como el que derrocó a Mel Zelaya en Honduras, o parlamentarios, como el que destituyó a Fernando Lugo en Paraguay, azotaron una y otra vez la región. Bolivia no fue la excepción.

Hasta noviembre de 2019, Evo Morales, por su excelente desempeño en el cargo, fue reelegido para la presidencia, una y otra vez, por altísimos porcentajes de la población. De hecho, llegó a batir el récord y el 14 de agosto de 2018 superó al ex mandatario Víctor Paz Estenssoro, que había gobernado 4.586 días: doce años, seis meses y 22 días en la segunda mitad del siglo XX.

Pero durante sus trece años de mandato, dos enemigos lo acecharon permanentemente: EE.UU. y los grupos de la ultraderecha que siempre han dominado el departamento de Santa Cruz de la Sierra, provincia de mayoría blanca, conservadora y xenófoba. Fracasaron en 2008, cuando intentaron la secesión de la llamada Media Luna (Santa Cruz, Beni, Pando –linderos con Brasil– y Tarija, limítrofe con Paraguay).

En 2008, la rápida reacción de Unasur impidió el golpe de Estado. En noviembre de 2019, la fragmentación regional y el avance de los sectores de la derecha neocolonial permitió que, al menos durante once meses, se intentara revertir la gran transformación de la Revolución Democrática y Cultural boliviana.

A pesar de la feroz represión y los riesgos de infectarse con el muchas veces mortal covid-19, el pueblo boliviano salió a las calles a repudiar la dictadura y exigir elecciones. Con más del 54 por ciento de los votos, los movimientos sociales liderados por Evo retomaron el proceso de cambio, ahora bajo la conducción de la fórmula presidencial conformada por Luis Arce (arquitecto del milagro boliviano cuando condujo el Ministerio de Economía) y David Choquehuanca.

Finalmente, Evo regresó a su patria. El recibimiento y el amor incondicional demostrado por los bolivianos de a pie en noviembre de 2020 quedará para siempre, como dijo Evo en su carta al presidente argentino Alberto Fernández, en las mejores páginas de la “historia de las victorias populares”. Se había derrotado a la dictadura, a la Organización de los Estados Americanos y a la potencia más poderosa de la Tierra. Un triunfo enorme en el largo camino por recorrer para lograr justicia, igualdad y soberanía para los pueblos.

Escrito por
Telma Luzzani
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