La noche del jueves 3 de septiembre estábamos reunidas las compañeras que conformamos la Mesa para la Ciudadanía Travesti Trans. Había un fuerte rumor sobre que pronto habría una buena noticia, pero décadas de promesas sin cumplir hacían dudar de la veracidad de los comentarios de pasillo. Pero de pronto, en medio de los gritos y la clásica discusión encendida que nos caracteriza, apareció un respetuoso silencio.
El Presidente de la Nación cerraba la etapa más dura de los últimos años y nuestros sueños se hacían realidad: derechos laborales para las personas trans travestis. El cupo era ahora un decreto.
Lloramos, reímos y festejamos en la soledad de nuestras casas. Y en esos abrazos virtuales aparecieron los dolorosos recuerdos de nuestras vidas atravesadas por la marginalidad. Las noches de frío, en las que corríamos repiqueteando los taquitos en la vereda perseguidas por esa luz azul, que siempre era el presagio de amarguras, insultos y golpes. La humillación constante, a veces difícil de soportar; pero acá estamos, ¡resistimos! Al final, ese brote de imágenes era el preludio de la sonrisa que abrazaba el final feliz de esta tragedia.
Por primera vez en la historia, un Estado reconoce su ausencia y su responsabilidad en la criminalización de una parte de su población por la mera elección de su identidad. La persecución sistemática por no ajustarnos al mundo heteronormado y del uso de las torturas como herramienta de disciplinamiento.
Alberto Fernández, con el decreto 721/2020, entendió que era urgente, escuchó el clamor de un pueblo que exigía respuesta.
Como decía Evita, “sangra tanto el corazón de la que pide, que hay que correr y dar, sin esperar”, y nosotras hace tiempo que estábamos sangrando.
LA NECESIDAD DE SEGUIR LEGISLANDO
El decreto alivia nuestros cuerpos cansados y llenos de cicatrices. En la letra apretada de esos pocos artículos se condensa una lucha de muchas compañeras, que dejaron jirones de su vida en el camino, como fue el espíritu indomable de Diana Sacayan, que tuvo la visión de pensar en esto cuando muchas ni siquiera nos atrevíamos a soñarlo.
Esta alborada de derechos no es sólo para el colectivo trans travesti, sino para todo el pueblo argentino. Un nuevo paradigma, con nuevos desafíos. Aún queremos una solución para el trabajo informal y que exista trabajo de calidad para tantos otros colectivos vulnerados.
Pero también rompe con la idea de que sólo se puede sancionar leyes para un colectivo minoritario cada diez años. El Poder Legislativo promueve, discute, acuerda y sanciona leyes durante todo su período legislativo. ¿Desde ahora habrá que pensar todos los días en promover leyes también para las personas trans?
Como fue la ley de identidad de género, el cupo es un eslabón más en esa extensa cadena de derechos que necesita el colectivo travesti trans para lograr una vida digna. Queremos que se respete el espíritu del cupo, generar oportunidades a quienes nunca las tuvieron y seguir restableciendo el tejido social. Nosotras seremos las protectoras de ese espíritu, para que el amiguismo clientelar no concentre las oportunidades y las olvidadas de siempre queden nuevamente sin nada.
Queremos una ESI que contemple a las nuevas identidades y esquemas para una vivienda social que contenga a las personas travestis trans.
Las siliconas líquidas de la clandestinidad, el maltrato en el sistema de salud y la ausencia de políticas públicas para acompañar ese proceso tan necesario de lograr la armonía entre lo que sos y lo que se ve en el espejo, los golpes, las noches de frío intenso en los calabozos y el hambre que siempre habitó nuestros cuerpos son algunas de las cosas que todavía hay que reparar.
El Estado acaba de reconocer que fue cómplice de todo ese sufrimiento y ahora empieza a repararlo. Y así seguiremos, siendo ese país de avanzada que enarbola la justicia social y es ejemplo en materia de derechos humanos. Por nuestro pueblo, y por nuestras muertas, vamos hacia esas conquistas, que al fin y al cabo siempre serán para conseguir lo que toda militante sueña: una patria grande y un pueblo feliz.
Que nadie nos robe la alegría y que el decreto siga el camino parlamentario. ¡Que sea ley!