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Caras y Caretas

           

“La memoria puede asumir formas pomposas”

Télam 16/09/2015 El escritor Martín Kohan presenta su nuevo libro de cuentos 'Cuerpo a tierra'. Foto: Gentileza Alejandra Lopez

El escritor y docente Martín Kohan lanzó Me acuerdo, un ejercicio lúdico que retoma el formato fundado por Joe Brainard que continuó Georges Perec. El libro propone una suerte de inventario de recuerdos de la infancia, breves, azarosos y sin desarrollar.

Antes de la pandemia hablar por teléfono era casi una práctica fosilizada frente al tiki-tiki  del WhatsApp. Pero el distanciamiento social vino a resignificarlo todo, incluso la misión de entrevistar a un reconocido escritor y profesor de teoría literaria de la UBA como Martín Kohan (Buenos Aires, 1967) a propósito de un nuevo libro. Y aunque es una verdad rotunda que extrañamos los bares para charlar entre el tintineo de tazas, una llamada a la vieja usanza puede volverse un viaje inesperado hacia cavilaciones interesantes, matices de voz y silencios. No suena tan mal.

Es junio en esta Buenos Aires enrarecida, y apenas atiende Kohan se entrega a un diálogo ganado por mil digresiones de las que entra y sale con gusto. Habla como una flecha y termina cada frase con una inhalación veloz. A fines de abril publicó Me acuerdo, un libro muy distinto a su obra conocida, compuesta por siete volúmenes de ensayos, tres de cuentos y diez novelas, entre ellas Ciencias morales, que en 2007 ganó el prestigioso Premio Herralde. Esta vez se trata de un texto sobre sí mismo, que da cuenta de su infancia hasta los doce años a partir de la enumeración de recuerdos breves, y es un claro homenaje al Je me souviens escrito por Georges Perec en 1978.

–Los textos biográficos suelen ser solemnes, pero vos elegiste contar tu infancia de forma lúdica y visual. ¿Qué te interesaba de este registro? 

–Precisamente la forma. En este libro consigno recuerdos en una lista, los ofrezco a la contemplación pero no estoy haciendo memoria porque eso supondría desarrollar las historias y poner en juego mi subjetividad. Pero esta forma no es mérito mío. En realidad tuve una fascinación de lectura con Joe Brainard, que fundó el género del “me acuerdo” en 1975, y Perec que lo retoma y agrega lo lúdico. Ellos proponen seguir el ritmo de los recuerdos tal cual aparecen. A menudo las ideas de mis libros surgen leyendo: supongo que tiene que ver con mi proceso de lectura, que es muy lento. Soy de los que levantan mucho la cabeza. Para nada voraz.

–¿Entonces en el trasfondo de este libro que habla sobre tus escuelas, juegos y amigos no están las ganas de perpetuarte en la escritura o dar un testimonio vital?

–No, nunca había escrito sobre mí y menos en clave testimonial, no me interesa mi vida como objeto de escritura. El gesto de la memoria puede asumir formas pomposas y estar ligado en un escritor a darse importancia. Y acá pasa lo contrario: me encantó ese “despojarse” que ofrece el género, borrarme como escritor para registrar recuerdos sin meterme en ellos.

–Algo curioso es que exponés a un mismo nivel hechos que podríamos suponer trascendentes para vos de chico, como las peleas entre tus viejos, y otros irrelevantes, como el color de la campera de una noviecita.

–Exactamente. Algunos de estos recuerdos son importantes sólo para mí, otros también socialmente y otros no le importan a nadie, pero están en mí. El ejercicio lúdico del “me acuerdo” habilita la presencia de todos. En la vida los recuerdos tampoco funcionan con un criterio de relevancia, hay cosas que se nos graban porque sí.

–En estos flashes de infancia tu mirada parece atenta a las reacciones de las mujeres. Registrás la queja de tu mamá por una cafetera de regalo y el gesto de desaprobación de tu bobe polaca cuando tu vieja no la deja comerse un tomate en mal estado. ¿Cómo era el vínculo con estas “chicas” setentistas? ¿Tu mamá militaba?

–Qué interesante… Es algo que detectó tu lectura pero no fue premeditado. Me voy dando cuenta ahora y pienso en Puig, en Proust, en Benjamin. En ese vínculo particular hijo varón-madre que aparece en Una muchacha muy bella, la novela de Julián López. Una modulación de infancia que habría que pensar con más detenimiento. Pero si tengo que dar cuenta de las huellas setentistas en el libro, debo decir que mi mamá era una mina que trabajó todo el día, de los 13 a los 70 años. No participaba de la cultura politizada progresista de la época.

–Me acuerdo puede provocar algo muy empático. Mientras leía me acordé de los helados de Laponia, del primer beso y de algún quilombo familiar. ¿Esto sí lo buscaste como escritor? 

–Me llegaron muchos comentarios así. Creo que los lectores tienen esa capacidad de activar su memoria emotiva porque la mía se ha retirado. Esa era la búsqueda. Y a partir de ahí cada uno va completando con lo propio.

–De chico fuiste modelo para marcas famosas como Terrabusi y Billiken. ¿Cómo se articula aquello con esto? Leí que no sabés a dónde fue a parar el dinero que ganaste trabajando.

–Para mi salir en la tele era divertido, no un trabajo aunque lo fuera. Era una aventura con mi abuela Dina, que era la que me llevaba. Cuando dejé de sentir eso, en segundo grado, se terminó. Aparte estaba el fenómeno de la escuela y de que me reconocieran por la calle. Imaginate que estamos hablando del año 71, 72, había cuatro canales nomás. Era divertido.

–¿Y qué pasó al final con esa plata? 

–Nunca lo supe. Las publicidades no se pagaban como ahora, pero hice más de treinta y casi todas para la tele. Obviamente no me importa el dinero, pero la discusión con mi mamá dura hasta hoy porque sólo me llegaron dos monedas de oro y una bicicleta amarilla que ni siquiera era Aurorita.

–¿Cómo recibió el libro tu hermana, Marina, gran compinche de recuerdos y a quien se lo dedicás?

–Se conmovió mucho porque además de recuerdos compartimos la edad, yo soy de enero del 67 y ella de junio del 68.

–¿Qué opinás de cesión gratuita de libros digitales que se está dando durante la pandemia? ¿Puede entenderse como un gesto solidario y de contención a quienes están angustiados? ¿Puede atentar contra los derechos de autor?

–Desde siempre estoy muy de acuerdo con ceder libros a quien no pueda acceder a ellos por razones económicas o territoriales. Pero no me parece bien activar una circulación gratuita por encima de los derechos de autor y la voluntad de los autores. Quien está en condiciones de remunerar el trabajo ajeno debe hacerlo. Y ya en el plano de las editoriales, sea una gran empresa o una independiente a pulmón, lo que marca la diferencia es que me lo pidan; es la gran diferencia entre ceder algo y que te lo quiten. Porque es nuestro trabajo y los autores recibimos un porcentaje ínfimo por libro vendido, el 8 por ciento del total, mientras el 92 por ciento va para otras instancias: editor, distribuidor, librero. Si una gran editorial libera tu libro, esa decisión debería afectar ese por ciento.

–En tu libro anterior, 1917, que es de ensayos sobre la Revolución Bolchevique, se nota cierta fascinación por lo paradojal. Por ejemplo cuando abordás las reflexiones de Jacques Sadoul, el agregado francés en Petrogrado, criticado por ambos bandos… O cuando hablás de Lenin preso, más inquieto por tener un lápiz de grafito que por su cautiverio. ¿Es una constante de interés en tu obra? 

–Lo que me fascina es la certeza contrastada con el dogma, que es inconmovible. Ver cómo arribamos a las certezas a través de las dudas, la zozobra, la disposición permanente a la revisión. La dinámica de lo que la tradición de izquierda llama “autocrítica” hace que estas certezas que abrigan vacilaciones, como las que atormentaban a Jacques Sadoul, sean paradójicamente las más fuertes.

–En uno de estos ensayos citás la conocida frase “la patria es la lengua”, sugiriendo que la de Lenin era la escritura. ¿Cuál es la tuya?

–¡Ay! Me genera fuerte resistencia asociar la idea de patria con el fervor nacionalista, pero sí podría vincularla a un territorio como mi ciudad o el barrio. Lo porteño. Eso sí funciona de manera auténtica y sin la normalización del Estado, que hasta hace unas décadas nos enseñaba en la escuela a hablar de tú o el futuro −“saldré”− cuando en Buenos Aires hablamos de vos y usamos la perifrástica −“voy a salir”−. Por suerte, del uso surge otra lengua que me interesa más y está hecha de nuestros giros, que es porosa, dinámica, inestable… Ahí sí veo una identidad que me gusta, abierta, porosa, dinámica, inestable. Una lengua que frente a la fijeza doctrinaria de la patria me permite abrirme, una vez más, a la paradoja.

Escrito por
Ximena Pascutti
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