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Caras y Caretas

           

EL POETA DEPUESTO

Al pequeño Leopoldo (nombre que nos suena a persona mayor) sus ocasionales amigos de Maipú, donde pasaba sus veranos, lo llamaban “Buenos Aires”, por su condición de porteño. ¿Cuánto habrá pesado en su vida y en su futuro como genial escritor aquel mote que reaparecería como título en una de sus obras cumbre, Adán Buenosayres?

A “Buenos Aires”, Leopoldo, le tocó vivir los tremendos días de la Semana Trágica de 1919 mientras transitaba sus vacaciones para culminar quinto año en el Mariano Acosta y recibirse de maestro. Fue, como Borges, bibliotecario, amante de los clásicos griegos y latinos y también encontró en la Biblia, más que un libro sagrado y de culto, una fuente inagotable de inspiración para nombres, lugares y relatos que aparecerán en muchas de sus obras.

Fue parte del grupo de intelectuales que solía frecuentar la confitería Richmond de la calle Florida –hoy un local de Nike–, donde se rendía culto al ajedrez y al pensamiento, al debate acalorado que los llevó a fundar la notable revista Martín Fierro y pasar a la historia como “los de Florida”, supuestamente opuestos a los de Boedo, que habían elegido el mucho más modesto bar El Japonés, de la avenida Boedo 873, con una mirada social vinculada a la izquierda que se va a expresar a través de la notable revista Claridad. Por aquel Boedo andaban Olivari, Barletta y Castelnuovo, entre otros.

El “Manifiesto de Martín Fierro”, escrito nada menos que por Oliverio Girondo, decía: “Frente a la impermeabilidad hipopotámica del honorable público. Frente a la funeraria solemnidad del historiador y del catedrático que momifica cuanto toca… Martín Fierro sabe que todo es nuevo bajo el sol, si todo se mira con unas pupilas actuales y se expresa con un acento contemporáneo”.

Su primera inclinación fue la poesía, y nos regaló allá por 1926 su notable Días como flechas. Tiempo después viajará a París, donde tendrá ocasión de frecuentar los ambientes intelectuales y bohemios, conectar con las vanguardias culturales, conocer, entre otras personalidades, a Picasso y trabar amistad con Héctor Basaldúa, Antonio Berni y Raquel Forner.

A fines de 1929, mientras en Wall Street se desataba una crisis que sumiría al mundo en la miseria y la desesperanza, en alguna mesa de aquellos célebres cafés parisinos comenzó a escribir Adán Buenosayres, que recién publicaría en 1948.

El Adán… es una obra cumbre de la literatura argentina, muy poco reconocida por los “académicos”, valorada en soledad en su momento por el joven Julio Cortázar, quien además, años más tarde, reconocería la enorme influencia de la mágica narrativa de Marechal en su Rayuela.

Pocos recuerdan un ensayo sobre la Historia de la calle Corrientes, publicado en 1937.

Su temprana adhesión al peronismo le granjeó la enemistad de Borges y de no pocos intelectuales y el ser excluido de los círculos áulicos y de los suplementos literarios. Su militancia lo llevó a ocupar la Dirección General de Cultura y luego la de Enseñanza Artística. Allí realizó una obra notable de promoción del acceso de los sectores populares a todas las manifestaciones artísticas, sin dejar de producir obras, como Antígona Vélez. Al producirse en 1955 el derrocamiento de Perón por la dictadura cívico-militar encabezada por Aramburu y Rojas, fue desplazado de todos sus cargos y perseguido implacablemente. Marechal se incorporó a la resistencia, y se sostiene que fue uno de los redactores del bando de la sublevación del general Juan José Valle contra la “Fusiladora”, titulado “Al pueblo de la Patria”.

Vuelve a la carga a mediados de los 60 con El banquete de Severo Arcángelo, una novela extraordinaria, cargada de humor surrealista, símbolos bíblicos y alegorías críticas al capitalismo inhumano.

En su obra póstuma Megafón, o la guerra, de imprescindible lectura, elige llamarse, como muchos aún lo recordamos y lo rescatamos de un injusto y brutal olvido, “el poeta depuesto”. Esta edición de Caras y Caretas es un homenaje a uno de los más grandes escritores argentinos.

Escrito por
Felipe Pigna
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