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Caras y Caretas

           

Tosco y el sindicalismo combativo

Agustín José “el Gringo” Tosco fue una de las figuras claves del Cordobazo y un símbolo de los dirigentes sindicales más combativos y consecuentes con sus ideas. Nació el 20 de mayo de 1930.

Coronel Moldes está a casi 300 kilómetros al sur de la ciudad de Córdoba. Con el frío,  llegan los fuertes vientos y el rocío ya es escarcha por la mañana. La quinta de los Tosco se halla cerca de la estación del ferrocarril. La casa tiene piso de tierra y la familia no gozará de luz eléctrica hasta bien entrada la década del 50.

El 20 de mayo de 1930 allí nacía Agustín José Tosco. En su partida de nacimiento se consigna el 22, ya que el padre lo anota dos días después.

En el hogar es rectora la palabra paterna, nada puede turbar su descanso y la madre acepta con naturalidad esa situación. Las cosas deben hacerse bien, no existe otra forma de hacerlas, les explicaba el padre. Sin embargo, en la familia resulta permanente la preocupación por los niños. Ya había nacido Lucía, quien hoy aún vive en la casa natal. Siempre cuidó a su madre Dominga, quien con cien años, falleció en el 2003.

Cuando Lucy y el Tino se levantaban e iban al corral, los padres ya tenían preparadas las vacas. Los chicos, las ordeñaban y partían a la casa de dos vecinos: ése era el reparto. Volvían rapidito, el desayuno listo, debían apurarse mientras la madre los peinaba con el jabón que oficiaba de gomina. Había que cruzar las vías para ir a la escuela. El Tino discutía con la maestra. Se sentaba atrás y elevaba su voz. Entretanto, los compañeros se reían de su acento piamontés (la lengua que hablaban en su casa). A veces, el Tino se enojaba. Los muchachos le tiraban golpes. El padre le había prohibido pelear. Un día no aguantó, respondió a los golpes. No lo molestaron más. Seguramente, Agustín no quería desobedecer al padre. No obstante, Santiago Tosco –había sido maestro en una colonia italiana– incentivaba en sus hijos el amor por la lectura y el estudio, que Agustín practicará hasta el fin de su vida.

Los padres trabajaban mucho para no caer en la miseria. Eran pobres, pero podían comer bien. Tenían alguna ropa guardada  y si se enfermaban habría dinero para pagarle al médico. Ya adulto, Agustín confronta su situación en la niñez con la de los otros niños, los “negritos” que pedían pan. Así le escribe el 4 de mayo de 1971 a su compañera Susana Funes desde la cárcel de Villa Devoto: “Un día me decían que mis charlas gustaban porque sabía poner el dedo en la llaga, porque hablaba con sentimiento fraterno de los que sufrían. Porque cuando hablo de la desnutrición infantil, recuerdo a los ‘negritos’ que sabían venir a mi casa , cuando yo también era chico, a pedir leche o un pedazo de pan. Cuando hablo de la mortalidad infantil, me acuerdo de los velatorios de los ‘angelitos’ varios en mi pueblo que morían sin atención médica.”

Futuro eléctrico

A fines de 1944, Agustín termina el ciclo primario. Debe seguir sus estudios. Agustín prefiere la tornería, pero Santiago opina que en la electricidad está el futuro. Así lo inscribe en la escuela Presidente Roca de la capital cordobesa.

En las vacaciones, el muchacho ayuda con las tareas de la casa, jamás deja de leer. Entretanto, en  la escuela los alumnos protagonizan una huelga por mejoras en el internado. Agustín es el presidente del centro de alumnos. Es su primera huelga y allí resulta protagonista de muchos otros reclamos.

También en las vacaciones, el joven –con diecisiete años–  ayuda a un camionero que trae verduras. Habla mucho con él y se vuelve un belicoso defensor del coronel Perón. La justicia que anhelaba hoy es una realidad.

Él sabe que al recibirse no volverá al pueblo. Pero, todavía no puede pagar un alquiler, el director del colegio permite que duerma allí.

El lucifuercista

Al fin, en 1949 Agustín ”el Gringo” Tosco ingresa a la Empresa Provincial de Electricidad. La familia recibe la noticia con algarabía. El ascenso social del Tino está garantizado. Entonces,  puede entenderse cuánto afectó a su familia la prisión que Agustín sufrió después del Cordobazo. Él los comprende. Así le escribe a Susana Funes, el 20 de septiembre de 1969 desde la cárcel de Rawson: “Trataré de que superen todo. La pobre vieja es la que más sufre y a la que no se le puede hacer comprender. ¡Este hijo les ha salido tan en contra de sus normas sociales! Qué voy a hacer. No pude ser un electromecánico serio y responsable. Tener un lindo auto. Ascender en el convencionalismo social. Eso es lo que sinceramente y de buena fe hubieran querido. Pero es de otra época esa conducta. Tal vez si fuera u propietario en el campo sería distinto: ‘El ser social es lo que determina la conciencia social’, dice Carlos Marx. Allí está la razón de la diferencia. De cualquier manera, en el aspecto familiar no dejo de comprenderlos.”

A poco tiempo de trabajar en la Epec, Agustín obtiene un título terciario: técnico electromecánico. Cuando vuelve del servicio militar obligatorio, sus compañeros lo eligen delegado de base. Así continúa hasta 1953, cuando con veintitrés años accede a la comisión directiva del Sindicato de Luz y Fuerza.

Un año después, Agustín va a Buenos Aires como representante cordobés del gremio ante la Federación de Luz y Fuerza. Allí se encuentra con su novia, Nélida Bouyán, Se casarán antes de volver a Córdoba. Pronto, resulta elegido secretario gremial y viaja por varias provincias. En la correspondencia a su familia, leemos a un peronista entusiasmado con sus tareas. Allí integra un grupo de jóvenes que más tarde serán conocidos como “la generación del 53”. Agustín lo explica: “nos oponíamos al burocratismo dentro del sindicato, planeábamos más cosas, especialmente en defensa de los compañeros de maestranza, una especie de nacionalismo revolucionario…” (En Funes y Jáuregui, 1984).

¿Qué ocurrió con esa generación? ¿Esa conciencia “nacionalista y revolucionaria” pudo lograrse? Veamos qué dice Agustín en una de sus cartas a Susana Funes el 21 de julio de 1971 desde la cárcel de Villa Devoto: “No está en la dirección ni en la base. Si estuviera en la base, surgiría por sí misma. Se impondría por sí misma”.

El golpe oligárquico de 1955 encarcela a dirigentes sindicales e interviene a los gremios. Curiosamente, la CGT cordobesa es la primera en regularizase. Se equivocan, claro. Los dictadores piensan que Atilio Hipólito López, secretario de la UTA y  proveniente de una reconocida familia radical, será un adepto.

Contra la feroz represión, los líderes sindicales actúan en la clandestinidad. Además, resulta imposible echar a todos los obreros de las fábricas y las comisiones internas se mueven cautelosas; así de a poco comienza a andar la Resistencia.

Pronto surgen las divergencias. La CGT al igual que Luz y Fuerza –ambas cordobesas– se diferencian de los otros sindicatos integrados sólo por peronistas. Independientes, algunos comunistas, peronistas no ortodoxos, radicales conforman una conducción unitaria que, en el futuro, marcará un camino diferente.

Débiles y traidores

En enero de 1958 se firma el acuerdo Perón-Frondizi que contemplaba un mayor rol del Estado, el desarrollo de las empresas nacionales y ventajas para los trabajadores. Pronto comienzan las contradicciones: Frondizi concede a los católicos un libre manejo de la Educación. Germinan universidades y colegios privados sin “el monopolio estatal”. Escribe Agustín –quien había apoyado a Frondizi–en una carta enviada a Susana el 30 de octubre de 1969 desde la prisión de Rawson: “El degenerado político A. Frondizi, el más grande estafador de las esperanzas populares. El único caradura que sostiene que el imperialismo tiene interés en ayudar a los países subdesarrollados.”

Durante 1959, Agustín vuelve a Córdoba. Ya casado, ocupa su casa en el barrio Los Naranjos, que había comprado con un crédito en la época peronista. En 1961 nace Malvina y en 1964, Héctor. El matrimonio comienza a tener diferencias. Nélida, que había dejado de trabajar, siente que su esposo no está casi nunca y el dinero no alcanza.

En la mañana del 28 de junio de 1966 un golpe militar pone fin al gobierno de  Arturo Illia. Impresiona la pasividad de la ciudadanía. Los medios habían bombardeado la figura del presidente (la tortuga) a la vez que entronizaban la de Juan Carlos Onganía.

Perón envía a los dirigentes sindicales sus instrucciones desde Madrid. Nada es fácil. Acá está el metalúrgico Augusto Timoteo “el Lobo” Vandor que esperaba su momento para crear “un peronismo sin Perón”. Así comienza el “participacionismo”, aquellos líderes –como Vandor– que participan del diálogo con el gobierno de facto. Otra vez Córdoba se diferencia. La primera muestra contra el onganiato la propone Agustín en la solicitada del gremio que titula “Signos negativos”.

Las universidades son intervenidas, en Córdoba disuelven las agrupaciones estudiantiles y la censura abarca todos los ámbitos. Los estudiantes deciden dar batalla. El 15 de agosto estalla la huelga y salen a las calles. Un patrullero detiene su marcha, se baja y sin mediar palabra, dispara sobre la cabeza de Santiago Pampillón. Mucha gente ve lo sucedido. Luego del asesinato, Córdoba no dejará de luchar contra el onganiato.

El Cordobazo

En enero de 1968 algunos jefes sindicales se entrevistaron secretamente con Onganía. Tardaron casi un mes en blanquear la reunión. Como el desprestigio y las diferencias aumentaban, se decide realizar un congreso normalizador de la CGT. Vandor se retira, surge la división y nace la CGTA (de los argentinos) liderada por el gráfico Raimundo Ongaro. Ahora hay dos centrales obreras y Ongaro cuenta con Rodolfo Walsh como director de su semanario y con Agustín Tosco, el secretario general del lucifuercismo cordobés, amigo de Atilio López, quien lidera la CGT regional y adhiere al acto –que justamente se realiza en la “Docta”– para lanzar a Ongaro el 1º de mayo de 1968.

Entretanto, Agustín lleva adelante una relación de pareja con Susana Funes. Ella es una militante del gremio, trece años menor. Él le pide tiempo, le explica su lealtad, ahora duerme en el sillón. Cuando sale de la prisión impuesta por el Cordobazo, vivirán juntos en el barrio Colón. Susana se hará cargo de los gastos. Agustín envía su cheque mensual a Nélida, quien se quedó con los niños.

No todos los compañeros del gremio entienden esa relación. Ello le duele a Agustín. Así lo expresa en una carta remitida desde Rawson el 14 de septiembre de 1969:

“Que hagan y digan lo que quieran. Los que lo comprenderán son nuestros amigos. Y los que no los comprenden que se vayan al diablo. Eso es tan fuerte y está tan metido en la sociedad, que hasta los más degenerados se sienten con derecho a levantar el dedo, y lo usan políticamente. Lo que a nosotros nos debe importar es nuestro cariño, amor auténtico, compañerismo revolucionario.”

La relación de ambos pasó por diversos avatares que se agudizaron cuando Agustín debió pasar a la clandestinidad. No obstante, hubo dos encuentros que en 1975 pudieron compartir, a pesar del peligro. En febrero, estuvieron en las sierras bajas, en Cabana, y la última vez que se vieron fue a fines de agosto de ese año, casi tres meses antes de la muerte de Agustín.

En 1969, Córdoba ya es la segunda capital industrial del país, después de Buenos Aires. Sólo en Fiat trabajan más de 11 mil personas. A todos estos trabajadores los representan –mayoritariamente– el SMATA y la UOM, sindicatos locales que dependían de sus centrales en Buenos Aires. Los mecánicos estaban liderados por Elpidio Torres, Alejo Simó encabezaba la UOM y se veía a sí mismo como un hombre de Vandor.

Para mayo, el onganiato decide sacar las “quitas zonales” y prolongar el sábado sin paga. En las provincias, esas quitas tenían peso en los salarios. Los trabajadores estaban furiosos. En Córdoba se reúnen las dos CGT.  Nada resultó fácil. Agustín no confiaba en los participacionistas. Jorge  Canelles, delegado comunista de la construcción,  lo convenció. Los gremios de mayor peso estaban allí. De la unidad sale el mandato de realizar una huelga general con movilización. Luego de esa experiencia,  Agustín dedicará sus esfuerzos por la unidad del llamado “campo popular”.

El Cordobazo se realiza el 29 de mayo. Agustín asegura que  “No hay espontaneísmo, ni improvisación. Los sindicatos organizan y los estudiantes también. Se fijan los lugares de concentración. Como se realizarán las marchas.” (En Funes y Jáuregui, 1984)

Hay mucha bibliografía que relata los hechos ocurridos. Sólo haremos aquí un pequeño análisis. Cierto es que resulta difícil analizar la insurrección popular ocurrida en Córdoba sin conocer el contexto mundial y regional de la época. También en el país, desde el norte hacia el sur, se sucedían las huelgas y las rebeliones populares y, por ello, la semana anterior al Cordobazo fue nombrada como “semana de la rabia”. Tampoco pueden desdeñarse las particularidades de Córdoba. Sin duda, los estudiantes que allí vivían  eran en su mayoría de modesta extracción, muchos de ellos obreros o de clases medias bajas llegaban en busca del desarrollo prometido desde la caída del gobierno de Perón. La alianza que se produce entre estudiantes y los trabajadores era impensable en Buenos Aires, donde los universitarios habían tenido ríspidas relaciones con el movimiento obrero. Asimismo, la mayoría de los obreros cordobeses –al igual que en todo el país– eran peronistas, pero ello no les impedía votar a sus delegados marxistas. Y en conjunto iban mucho más allá de las reivindicaciones propias: rechazaban el sistema capitalista.

Los militares organizan consejos de guerra. Allí los dirigentes sindicales son “juzgados”. Las penas son durísimas. A Agustín le tocan poco más de ocho años. Confinado en la cárcel de Rawson, muy lejos de Córdoba, Agustín escribe el 13 de julio de 1969: “Ya hace un mes que estoy aquí. En este nuevo destino que me han asignado los lacayos de la dictadura.  (…) Aquí se dio una participación masiva y militante del pueblo de Córdoba. Fijate que en su proyección ha ido más lejos que la semana de mayo de París, con la ventaja que todo estuvo bajo la dirección de la clase obrera a la que pertenecemos.”

Unidad política

Agustín sale de la cárcel el martes 9 de diciembre de 1969. La dictadura de Onganía se debilita. El país es otro. Amplios sectores sociales convergen en la lucha y se acelera la necesaria unidad política. En junio de 1970, Roberto Levingston, agregado militar en Washington viaja para hacerse cargo del gobierno. Espera su momento Alejandro Agustín Lanusse.

El Viborazo emerge en Córdoba, luego que su gobernador José Uriburu el 7 de marzo de 1971 afirma que “una venenosa serpiente se anida en Córdoba, le pido a Dios cortarla de un solo tajo”.

El Gringo ahora pasa por diferentes cárceles desde el 28 de abril del 71 hasta finales de 1972. En una acción inédita en la historia de nuestro sindicalismo, gana nuevamente –desde la prisión y con el gremio intervenido– las elecciones del sindicato lucifuercista cordobés.

El 22 de agosto ocurre la masacre de Trelew. En esa prisión está el Gringo junto a los máximos jefes guerrilleros que logran escapar hacia Chile, entretanto sus compañeros  mueren asesinados. Agustín se niega a dejar la prisión. Ayuda en todo lo que puede pero, dice que “el pueblo deberá sacarme de aquí”.

Muchas cuestiones pasarán en la vida de Agustín Tosco, ya conocido nacionalmente luego del Cordobazo. En 1973, declina una candidatura presidencial, vota a los peronistas Obregón Cano y Atilio López en Córdoba; declara su adhesión al marxismo y mantiene buenas relaciones con el PC.  Por sobre todo, tratará de mantener la unidad de los diferentes sectores. Algunos le endilgan un antiperonismo que jamás ostentó. Y así lo dice en el programa de tevé “Las dos campanas” del 16 de febrero de 1973 en su debate con José Rucci: “Esto de querer dividir al movimiento obrero, al país, en peronismo y antiperonismo es patrimonio de la más cruda reacción”. Luego, asevera: “Yo no soy antiperonista, siento un gran afecto por  muchos compañeros peronistas, convivo y lucho con ellos. En perspectiva pretendo esa unidad combativa con los compañeros peronistas y con las fuerzas de izquierda y revolucionarias.”

Agustín Tosco murió en la clandestinidad, el 5 de noviembre de 1975. Estaba en una clínica de Lanús, bajo un nombre falso. Perseguido por los grupos paramilitares de la Alianza Anticomunista Argentina, células promovidas por José López Rega, el ministro de Bienestar Social de Isabel Perón.

* Las cartas de Agustín Tosco pertenecen al archivo de la autora.

Escrito por
Silvia Licht
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