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Caras y Caretas

           

Bernardo Houssay y la investigación científica en la Argentina

Para homenajear a todos los científicos argentinos, se instituyó al 10 de abril como el Día del Investigador Científico, fecha del nacimiento del doctor Bernardo Houssay. En 1922 ganó el Premio Nacional de Cional y, en 1947, el Nobel de Medicina. Fue el fundador del Conicet.

En un primaveral día de 1947, Josefina Yanguas recibe un telegrama escrito en inglés. De inmediato se lo acerca a Bernardo Houssay, quien al leer el papel que le entregó su secretaria sonríe, guarda el mensaje en un cajón y sigue leyendo y escribiendo. El telegrama anunciaba su nominación al Premio Nobel de Medicina y su acto, un fiel reflejo suyo: una vida dedicada a la ciencia.

Houssay nació el 10 de abril de 1887 en el barrio porteño de Almagro. En su homenaje, se celebra ese día como el Día del Investigador Científico.

Pocas vidas han tenido un destino tan marcado como el de padre de la Fisiología argentina. Lo relataba su propia madre, Clara Leffont, cuando decidió que su cuarto hijo estudie en Argentina y no en Francia: el joven Bernardo, de cinco años de edad, debía rendir el examen de ingreso a la primaria. Al ver sus respuestas, los maestros lo ubicaron directamente en tercer grado.

La velocidad de su aprendizaje causaba vértigo: a los ocho pedía autorización para rendir materias del secundario y a los 13, el niño prodigo se recibía de bachiller en el Colegio Nacional Buenos Aires. Como su temprana edad le impedía ingresar a la Universidad, Houssay decidió aprender en la Escuela de Farmacia donde rápidamente se convertiría en docente de Fisiología.

Y si bien siempre deseó ejercer medicina (se recibió, en tiempo record y con honores, a los 23) en el correr de los sus pocos años supo que la atención a pacientes en el Hospital Torcuato de Alvar no era, en realidad, lo que quería. No dudó en dejar el consultorio para enfocarse, de lleno, en la docencia y la investigación. No fue un camino sencillo: sus alumnos lo resistían por su juventud. Pero su didáctica, basada en la práctica experimental y en la observación cuidadosa, los terminaba por convencer.

En esas aulas de la Facultad de Veterinaria pasaba su tiempo vivesccionando ranas y perros para analizar la función de la glándula hipófisis: eran sus primeros pasos hacia el Noble de Medicina.

En 1915, Houssay ingresó como jefe de la sección Sueros en el Instituto Bacteriológico del Departamento Nacional de Higiene. Allí organizó la producción y distribución en las provincias de sueros antiofídicos. Pero la importancia de ese centro médico para el académico fue otra: allí también conoció a la doctora María Angélica Catán, su compañera de toda la vida.

Poco tiempo después, Houssay fue nombrado titular de la cátedra de Fisiología en Medicina. La apuesta por la ciencia básica sería una constante para el médico. “Aconsejar a un país o universidad que no haga investigaciones fundamentales no aplicables inmediatamente es como invitarlo a empobrecerse o suicidarse”, solía comentar. En 1922, obtuvo el Premio Nacional de Ciencias, como quedó reflejado en las páginas de Caras y Caretas.

Para Houssay, la ciencia no tiene patria pero el hombre de ciencia sí la tiene. Por eso mismo, nunca aceptó profundizar sus investigaciones en el exterior, ni siquiera luego de haber fundado el Instituto de Biología y Medicina Experimental (donde estudio un tal Luis Federico Leloir) o publicar el Tratado de Filosofía, que le valió el reconocimiento de las universidades más prestigiosas. “No pienso dejar mi país porque aspiro a luchar para contribuir a que llegue alguna vez a ser una potencia científica de primera clase”, explicaba.

Los vaivenes políticos tampoco le fueron ajenos. El golpe militar de 1943 lo delegaría del Instituto de Fisología a Houssay, quien había firmado el manifiesto “Democracia efectiva y solidaridad americana”, que solicitaba dejar la neutralidad en la Segunda Guerra Mundial. Se le ofreció una amnistía y un recargo de los sueldos atrasados, que el investigador nunca aceptó.

Con Perón, la situación fue aún más compleja, ya que el Poder Ejectuvo lo jubiló por decreto. Paradójicamente, llegaría su mayor reconocimiento científico para esa misma fecha: en diciembre de 1947 obtuvo el premio Nobel de Medicina por sus investigaciones sobre la importancia de la glándula hipófisis en el metabolismo de los hidratos de carbono, descubrimiento que posibilitó nuevos avances en el tratamiento de la diabetes. Fue el primer investigador latinoamericano en conquistar ese galardón en ciencias.

Su regreso a la función pública llegó a través de la dictadura de la “Revolución Libertadora”. En una de sus pocas correctas decisiones, los militares volvieron a convocar a Houssay, quien fue el promotor de la creación del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET), la institución científica más importante del país.

Como no podía ser de otra manera, el médico dirigió el Conicet hasta el día de su muerte, el 27 de septiembre de 1971. Luego, la ciencia argentina pasó por distintos fluctuaciones, incluida la decisión de un ministro de mandar a “lavar” los platos a los investigadores. Pero el espíritu del científico argentino siempre mantuvo la perseverancia y la dedicación que imprimió Houssey. El 10 de abril es sólo otra excusa para valorar su trabajo y recordar una de sus principales definiciones: “La disyuntiva es clara, o bien se cultiva la ciencia y la investigación y el país es próspero y adelanta, o bien no se la practica debidamente y el país se estanca y retrocede. Los países ricos lo son porque dedican dinero al desarrollo científico-tecnológico y los países pobres lo siguen siendo si no lo hacen. La ciencia no es cara, cara es la ignorancia”.

Escrito por
Jeremías Batagelj
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