No son tiempos mansos los que aguardan a Brasil en 2020. Con las elecciones municipales programadas para octubre y sus dos máximos dirigentes políticos enfrascados en un duelo con tintes personales, el país avanza hacia una inexorable batalla política mientras navega en la incertidumbre de una región convulsionada y con su vecino y socio del Mercosur, la Argentina, en un vínculo todavía por consolidarse tras el arribo de Alberto Fernández al poder.
Lo inédito de las próximas elecciones brasileñas es que tendrán poco de su territorialidad natural y mucho más de cruzada nacional. Y esto se debe al pulso que redefinió el equilibrio de fuerzas en el país vecino con el ascenso de Jair Bolsonaro hace un año. En ello radicará parte de lo inédito de la contienda que se avecina: el mandatario apuesta a construir una fuerza propia junto a sus hijos, a la que denominó Alianza por Brasil (APB). Y Luiz Inácio Lula da Silva, su contracara, ya libre de prisión, aspira a devolverle vitalidad al Partido de los Trabajadores, a la defensiva y con ansias de lanzar la contraofensiva.
En sus últimos discursos públicos, Lula llamó a mantener la presión en las calles. “Si trabajamos bien, en 2022, la llamada izquierda a la que Bolsonaro tiene tanto miedo derrotará a la ultraderecha en este país”, tuiteó el 9 de noviembre último. Su libertad no sólo cambió el aire político en Brasil. Impactó a lo largo y ancho del continente, donde inyectó optimismo en las fuerzas progresistas pese a que el golpe de Estado en Bolivia y la posterior derrota del Frente Amplio en Uruguay contrabalancearon esa sensación temprana de victoria con un baldazo de realidad.
Para Bolsonaro, por su parte, se trata de una batalla personal que lo retrotraerá a su versión más radical de 2018, la más mordaz en términos discursivos y, posiblemente, la más extremista en sus banderas. Desde el momento en el que escogió abandonar al Partido Social Liberal PSL) para deshacerse de las ataduras de sus dirigentes y moldear una fuerza a medida de su ego, el mandatario brasileño sumó un desafío extra a la sola competencia electoral: consolidar aquel espacio le implicará reunir hasta 500 mil firmas de adhesión antes de abril. El presidente apuesta a recogerlas de forma digital para compensar la ausencia de una logística de recursos humanos a la altura de tal empresa.
Si consigue oficializar esta nueva fuerza, que se presentó en sociedad con un logotipo montado con cartuchos de balas y la promesa de un implacable “repudio al socialismo y al comunismo”, provocará un quiebre en la bancada oficialista de 53 diputados, sin contar aliados, de los cuales se dice que unos 25 podrían emigrar a la APB. En contrapartida, podrá competir con sus candidatos en las ciudades más grandes de las poco más de 5.500 que se ponen en juego en el mismo día, para crear algo mucho más relevante que un partido más en el hiperfragmentado sistema brasileño: nacerá el bolsonarismo propiamente dicho, con personalidad jurídica.
LA ARGENTINA QUE INTERPELA
En diciembre último, y luego de muchas idas y venidas, Bolsonaro cumplió su palabra de no viajar a la Argentina para la asunción de Alberto Fernández, aunque sí envió a su vicepresidente, Hamilton Mourão. La gran mayoría de los analistas coincide en que era lo mejor que pudo haber pasado. En primer lugar, porque Mourão representa al denominado Grupo Brasilia dentro del gobierno de Bolsonaro, el de los militares, mucho más estable y promotor de cierto statu quo estratégico con la Argentina. En segundo, pese a que el general en cuestión es una figura tan polémica en sus declaraciones e ideas como el propio presidente, se ocupó de tender puentes con los chinos, a los que tanto había vapuleado Bolsonaro en la campaña para congraciarse con Washington. El líder brasileño visitó Pekín y retornó con ansias de cerrar con ellos inversiones millonarias.
El factor distorsivo con la Argentina, no obstante, es Lula. Porque Fernández siente una lealtad política por él que se tradujo en el respaldo a la consigna “Lula Livre” con un tono que Pekín no se permite a sí misma, fiel cultora de la no confrontación y la no injerencia en cuestiones domésticas ajenas. Las consecuencias pueden ser notablemente negativas para la Argentina si termina involucrada en la campaña, como ocurrió con Venezuela, considerando que Bolsonaro recurrirá a toda estrategia posible para agitar a sus bases, por más señales pragmáticas que haya dado hacia fines de 2019. “Brasil por encima de todo”, suele repetir el ex militar.
Las señales están a la vista: Bolsonaro está envalentonado. La reforma previsional que obtuvo su gobierno fue ponderada como la gran conquista política y sólo la magra cosecha en la licitación del presal –obtuvo 10 mil millones menos de dólares que lo esperado– lo inhibió de avanzar en su propia reforma tributaria. En paralelo, la agenda de seguridad volvió con fuerza con una ley, a la altura de la elite ruralista, que demanda la intervención de las fuerzas federales frente a la ocupación de tierras.
El costo para la Argentina, si redoblan los tambores, puede ser alto. Por empezar, a través de la postergada rebaja del arancel externo común del Mercosur. Brasil se plantea una disminución del 35 al 12 por ciento, y si Alberto tensara la cuerda política, no sería extraño que apelara a excepciones frente a la imposibilidad de consensos que friccionarían aún más el vínculo bilateral y del conjunto del bloque.
La segunda cuestión tiene que ver con el acuerdo Unión Europa-Mercosur, cuya fase de aprobación legislativa, muy posiblemente, se extienda al segundo semestre de 2020 en la recta final de las municipales brasileñas. Si bien ambos vecinos del sur comparten posturas en común frente a Europa, también hay diferencias notables en materia de volúmenes de exportación, incluso sobre ciertos productos.
Resulta curioso, no obstante, que Bolsonaro y Fernández vayan a encontrar un adversario en común: la cuenta de Twitter de Donald Trump. En un mismo posteo, el presidente de los Estados Unidos amenazó con arancelar otra vez al acero y al aluminio de ambos, la Argentina y Brasil, por devaluar sus monedas. Por ahora, no pasa de un tuit y nada hace pensar, al momento, en una estrategia en común entre ambos gobiernos frente a EE.UU. Pero también Trump entrará en modo electoral pleno en 2020, y se sabe cuán impredecible puede resultar eso para el mundo y la región.