Litto Nebbia creció entre tangueros. Mamá pianista, papá cantor. De chi- quito conoció en Rosario a grandes figuras, como Virgilio Expósito, Floreal Ruiz y Alfredo Gobbi. Pero cuando a los 16 años se vino solo a Buenos Aires, se convirtió en uno de esos “melenudos” que el mercado situaba en las antípodas del tango, uno de los padres fundadores del rock nacional. Muchos años más tarde, en 1989, Nebbia abrió su propia productora, Melopea Discos, y allí se dio el lujo de volver a sus fuentes y grabar a grandes maestros del tango: Expósito, Enrique Cadícamo, Antonio Agri, y también los últimos discos de Roberto Goyeneche. Géneros dispares y una brecha ge- neracional los habían situado en sendas que rara vez se cruzaban, pero el dos por cuatro –o la música, más bien– acabaría por reunirlos a Litto y al Polaco.
–A fines de la década del 60, el auge del rock en español desplazó al tango de las bateas. ¿Era real esa antinomia de tangueros versus rockeros?
–En los años 60 había distancia entre los jóvenes músicos y los tangueros. Pero no tenía que ver con nosotros, como en mi caso personal, que conocía prácticamente a la mayoría, por mis padres. Mi madre, Martha, era la pianista de una de las primeras orquestas de mujeres en Rosario, la Orquesta Típica de Señoritas Los Colonos. Eran 14, y el nombre se debía al bar donde tocaban todas las noches por el barrio de Pichincha. Mi padre, Félix Ocampo, fue el primer cantor melódico que hubo, presentándose por Radio el Mundo o Radio Belgrano, y hasta llegó a cantar con la orquesta de Miguel Caló. Sucede que el “negocio” comenzó a desprestigiar al tango argumentando que ya estaba viejo. Todo para proyectar una suerte de “nueva ola” para la juventud. Entonces, los tangueros dejaron de grabar como lo hacían regularmente. También se desarmaron algunas orquestas. Fue una época de gran desazón, donde mucha gente en nuestro país, como es habitual, no supo valorar lo que teníamos. Mientras el “negocio”, como puntualiza Nebbia, promocionaba el auge del nuevo género a expensas del tango, el joven Nebbia, ajeno a ese afán de dejar atrás los compases que él mismo había mamado y que le habían abierto el sendero de la música, seguía su camino en la producción de nuevas canciones. Para él nunca existió ese publicitado antagonismo. Tanto es así que en 1967, mientras se fomentaba el apagón del tango y su tema “La balsa” –aquel que compuso con Tanguito en el baño de La Perla del Once y que marcaría un hito en la historia del rock en español– trepaba al tope de los primeros puestos en radios y disque- rías, el pibe Litto observaba a Roberto Goyeneche desde una distancia reverencial. “Ya desde la época de Los Gatos me lo encontraba en los pasillos de la vieja RCA, donde nosotros grabábamos, y el Polaco lo hacía con la orquesta del gran Aníbal Troilo, y luego como solista. Pero era inimaginable para mí acercarme a él, me daba vergüenza… yo tenía 19 años, además.” Por esas vueltas del destino, a mediados de la década del ochenta, a Litto le empezó a pasar lo mismo que a los tangueros veinte años atrás. Las grandes compañías, que gracias a él habían vendido más de dos millones de copias, rechazaban o miraban con desdén sus nuevas composiciones. Lejos de quedarse de brazos cruzados, Nebbia decidió abrir su propia discográfica en el local de una vieja zapatillería, parte de la casona de Villa Urquiza donde vivía su madre. Allí Litto solía guardar sus instrumentos, y con la ayuda de amigos, ingenieros de sonido, tiempo y mucho esfuerzo convirtió ese espacio en desuso en una productora, para grabar no sólo sus temas sino también los de otros grandes artistas de diversos géneros a los que el marketing, el rating, el mainstream y demás anglicanismos dejaban de lado para priorizar la acumulación de billetes más allá de la calidad musical. Gracias a la audacia de crear Melopea Discos, Nebbia pudo darse el gusto de producir y forjar una relación entrañable con el cantor que años atrás miraba de lejos con admiración: el Polaco Goyeneche. “Recién tuve trato e intimé un poco más con él en 1989, cuando nace Melopea, ya que me convocaron para producir un disco de él y Néstor Marconi para Francia. Fue hermoso e inolvidable hacer ese trabajo, y de ahí surgió la posibilidad de que hiciera sus últimos discos.” Cuando grabaron la primera canción, el Polaco le pidió a Litto que le hiciera una copia en cassette. Era para que la escuchara el chapista que trabajaba enfrente de su casa. Lo mismo sucedió al día siguiente, después de grabar “Yuyo verde”, y al tercero también. Pasó un tiempo hasta que Nebbia comprendió que el tipo era quien le daba la aprobación final.
–¿El chapista rechazó alguna versión?
–Era uno de sus fanáticos amigos, que daba el visto bueno a cualquiera de sus grabaciones antes de que salieran. Era todo una cuestión afectiva, no había rechazo de nada, jamás.
Nebbia recuerda al Polaco como “un tierno, un caballero increíble, extraordinario ser”, pero la primera impresión fue otra: como Goyeneche por aquella época tenía problemas de respiración, andaba por la vida con cara de malhumor, expresión que a Litto y sus productores les infundió “un miedo bárbaro”, pero bastaron unas pocas char- las para entrar en confianza. “Cuando le ofrecimos hacer un disco en Melopea, yo lo hice con mucho temor. Me sorprendió diciéndome: ‘Pero, pibe, si hace cinco años que no me llama nadie para grabar’.”
La confianza devino en afecto. “La familia Goyeneche vive a pocas cuadras de Melopea, en Saavedra. Gente extraordinaria, muy humilde, gente de verdad, con mayúsculas. Algunas veces yo lo pasaba a buscar con un taxi. Era cómico: entraba al pasillo de su departamento, y su mujer, Luisa, me decía ‘pasá al dormitorio que está viendo los dibujitos’. Y vos entrabas, che, ¡y el Polaco Goyeneche se estaba cagando de risa con el ratón Mickey o el pato Donald!”. Y el afecto se convirtió en camaradería: “Una de las veces que lo fui a buscar, era porque me había llamado preguntando qué hacíamos, que estaba embolado. Inmediatamente lo pasé a buscar, máxime cuando se enteró que estaba grabando Antonio Agri, a quien admiraba y respetaba mucho. Cuando llegamos a Melopea, se abrazaron y al toque comenzaron a recordar viejas anécdotas. Y parece que una era de cuando en no sé qué lugar improvisaron ‘Viejo ciego’. Los dos solos, a canto y violín. A los pocos minutos, palabra va, palabra viene, ya lo estaban grabando, que por supuesto salió en una sola toma magistral”.
Martha, la mamá de Nebbia, a pesar de sabérsela lunga en materia de tango y noches de arrabal, fue testigo silenciosa de estos encuentros. “Mi madre siempre estaba emocionada y a veces le cebaba algún mate. O le servíamos una Hesperidina. Pero entre ellos no hablaban de nada específico. El Polaco era muy respetuoso y reservado, y sólo se explayaba más familiarmente cuando se encontraba entre amigos, bien de la bohemia. Cuentan que a Troilo lo trataba de usted, así que imaginate. Y mi madre era muy tímida, con esa actitud de admiración al Polaco y el ‘no quiero molestar’… La primera vez que vino el Dúo Salteño a grabar el disco que les produje, mi madre fue a hacer café y se puso a llorar de la emoción, y los del Dúo, que eran también superhumildes, no entendían nada y me preguntaban: ‘¿Qué le pasa a la señora?’.”
–¿Cómo era Goyeneche a la hora de grabar?
–Mientras se hacían las “bases”, él se iba entonando, se entusiasmaba, esperando que llegara su momento de poner el canto. Siempre sus anécdotas tenían que ver con el mundo de la noche, la calle, los amigos. Grabamos con el Polaco aquel disco para Francia, luego el álbum Amigos, después hicimos Historia de oro (donde se rescatan algunas de sus presentaciones en vivo), después un Tributo (N. de la R.: con artistas como Adriana Varela, Horacio Ferrer, Antonio Agri, Esteban Morgado y el propio Nebbia, entre otros), y también cantó para mi disco de 1992 Argentina de América. Finalmente publicamos tres volúmenes de tapes que había conservado Antonio Carrizo, conversando con él. Nos dejó cuando estábamos a punto de iniciar la grabación de Tangos de lengue, de Cadícamo. Pero ya andaba muy mal de la respiración, le faltaba el oxígeno. Luego realicé ese material con Adriana Varela.
–¿Qué aprendiste del Polaco?
–No aprendí nada, técnicamente. Adoré compartir lo emocionante de estar junto a él, una presencia tan llena de luz y humildad como pocas.