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Caras y Caretas

           

SIN FRONTERAS

Nuestra cartelera teatral tiene títulos nacionales e importados. A los festivales internacionales se suma el fenómeno de las obras de autor extranjero que encuentran adaptación local. Y no es menor la cifra de dramaturgos argentinos que triunfan en el exterior.

Por Viviana Vallejos. Entre los porteños que gustan de pasearse por las grandes salas y las pequeñas guaridas de la escena teatral local, se suele escuchar una frase vanidosa: “Buenos Aires es una de las capitales del teatro del mundo, como Londres o Nueva York”. Sea esto cierto o no, apretadísima de propuestas de todos los colores y tamaños, la cartelera siempre ofrece un puñado de piedras preciosas. Y su público, el argentino, recibe con fascinación y curiosidad todo el teatro que llega de visita, como sucede durante el Festival Internacional de Teatro de Buenos Aires (FIBA), cuando se agotan las entradas para los espectáculos extranjeros.

El teatro argentino, con sus singulares modelos de producción y sus formas investigativas de los lenguajes actorales y poéticos, se vuelve poderosamente atractivo a los ojos extranjeros: una perla brillante producida en medio del caos. Por eso, una porción de este teatro cultivó seguidores en otras geografías, y en algunos casos, esas producciones son amasadas con fondos extranjeros que apuestan al trabajo de directores, dramaturgos y actores argentinos. Ese es el caso de Lola Arias, Rafael Spregelburd y Mariano Pensotti, tres nombres muy relevantes del teatro contemporáneo, que echaron raíces en la escena internacional.

En 2016, la directora y dramaturga Lola Arias puso en escena a seis veteranos argentinos e ingleses de la guerra de Malvinas, que reconstruyeron en Campo minado su memoria de soldados en bandos enfrentados. Esta performance –o teatro documental, como también se lo llama– fue comisionada por el Lift Festival de Londres y estrenada en el Festival de Brighton. La obra de Arias, que se repondrá en octubre en el Teatro San Martín, es un caso de coproducción entre el teatro Royal Court, de Inglaterra, y la Unsam.

La repercusión de la obra de Spregelburd en tierra germánica es inédita para un dramaturgo argentino. Allí, primero en Frankfurt y luego en Mannheim, estrenó La terquedad, una de sus últimas creaciones, a partir del encargo de la Bienal de la ciudad donde nació Goethe. Recién el año pasado, una década después de aquella fecha, la estrenó en el Teatro Cervantes. Spregelburd, que cuenta con textos dramáticos traducidos al inglés, francés y portugués, y que históricamente ha sido muy poco convocado por las instituciones teatrales oficiales, suele montar sus obras en el exterior y luego traerlas al circuito independiente.

Arde brillante en los bosques de la noche, que retrata a tres mujeres con experiencias de vida atravesadas por la Revolución Rusa, es el último estreno de Mariano Pensotti. Iluminado por la figura de Alexandra Kollontai, revolucionaria y feminista soviética, fue un trabajo a pedido del teatro berlinés Hebbel am Ufer, coproducido por el festival belga Kunsten Festival des Arts, que subió a escena en aquellos pagos alemanes y luego hizo funciones en el Teatro Sarmiento.

DE IMPORTACIÓN

Las obras internacionales que llegan a Buenos Aires lo hacen, generalmente, a través del FIBA, mismo modo en que algunas nacionales arrancan su derrotero a través de festivales de la región y no tanto: Montevideo, Santiago, Bogotá, México, Río de Janeiro, Madrid, París, Venecia o Corea. Por el FIBA, a lo largo de sus doce ediciones, pasaron artistas como Peter Brook, Robert Wilson o Laurie Anderson. Y se programaron funciones de la Berliner Ensemble, La Zaranda o la compañía Teatro de Chile. El Festival Internacional de Dramaturgia es otra rendija por la que se filtra el teatro extranjero: allí, los directores argentinos llevan a escena piezas contemporáneas de autores foráneos. Programado por Matías Umpierrez, gestor que se dedica a tejer intercambios entre la escena local y el teatro internacional, este espacio le dio al director Guillermo Cacace el encargo de dirigir Mi hijo sólo camina un poco más lento, del dramaturgo croata Ivor Martini, pieza que fue un fenómeno del circuito independiente (con varias funciones semanales a sala llena durante cinco temporadas). Para Umpierrez: “Hay una búsqueda permanente de los curadores del exterior por los lenguajes de este mercado, y esa es una fuerza a favor para la internacionalización del teatro nacional y para crear lazos en ambos sentidos. Pero es un camino conquistado que el Estado no termina de apoyar y eso lo hace muy difícil”.

“Los textos anglosajones son los que circulan primero”, explica Sebastián Blutrach, director del Picadero y presidente de la Asociación Argentina de Empresarios Teatrales (Aadet), siempre atento a los estrenos de la industria en las grandes urbes. Y es que en este ámbito, el del teatro comercial, las producciones son argentinas, pero, mayormente, los autores de las obras no lo son. Son autores y autoras con una trayectoria exitosa en las tablas centrales de la escena internacional, por la universalidad de los temas que tocan o la popularidad que alcanzan en el campo cultural. En sus marquesinas se escriben nombres como Ronald Harwood, Michael Frayn, Neil La Bute: ganadores del Tony o el Lawrence Olivier, que representan un éxito probado en los escenarios del mundo. Esta lógica, con el ojo puesto en la taquilla, explica también la producción local de los famosos y muy aplaudidos musicales de Broadway y off Broadway, como Chicago, Sugar o Casi normales, repetidas veces en cartel.

Cuesta arriba pero vivito y coleando, mientras debe acomodarse a la coyuntura económica y cultural de una crisis, por canales alternativos, autogestionados o capitales privados –y una muy baja o nula intervención de los organismos oficiales–, el teatro argentino viaja al mundo y la escena exterior arriba al puerto de Buenos Aires.

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